La otoñada es la época más hermosa y amable en la cuenca del Bidasoa, con profusión de colores y jolgorio del viento sur que inspira a los pintores y poetas y hace "andar como si no tocaras el suelo".
El mes de octubre, el más otoñal para uno, hizo entrada con una airada muestra de poder del dios Eolo, a bufidos imponentes, exagerados y brutales, que parece sería capaz de dejar sin árboles el Paraiso. Eso fue el fin de semana pasado, cuando en un montón de las casas del Bidasoa las familias cenaron tortilla de patatas, que es muy de bochorno, unas con cebolla y otras sin, según.
De momento, este otoño es el mismo de siempre, claro que apenas empieza. Es el que Pío Baroja decía "dama aventurera saciada de amores y de frutos", hongos, castañas, avellanas, nueces, y los exóticos caquis que quién sabe qué viajeros bidasotarras trajeron de lejanas tierras, en el Bertiz de don Pedro Ciga, y ya no junto a Ormakogibela de Elizondo.
El viento sur, haize hegoa de los euskaldunes, es el más otoñal de los vientos. Es el que Miguel Sánchez Ostiz antes de su refugio de ahora mismo sentía que "hace andar (...) como si no pisáramos el suelo, con el cerebro alquilado a los disparates". Es el mismo que el otro día, al norte virando a ratos, hizo asegurar contraventanas y fallebas a todo lo largo y ancho de este Bidasoa, el río que se entristece con el estiaje y ahora se puede cruzar a pie enjuto o casi.
El otoño no tiene nombre original en euskera y se le dice udazkena, que pasa por verano último o final del verano, quizás porque algo bastante de eso arrastra. Puede que sea como ningún otro el tiempo de subir a los montes, a tocar el cielo con el espíritu abierto y sosegada el alma, a recoger los frutos que nos obsequia la Naturaleza generosa, a cazar las palomas, perseguir becadas que es dama misteriosa y huidiza, antes todavía de que las avefrías marchen rumbo al calor del Mediodía y escriban letras perfectas e inteligentes mientras dejan oír su cruir trompetero.