Polideportivo

Pogacar desfila de arcoíris

El esloveno, en otra actuación extraordinaria, conquista el Giro dell’Emilia con un ataque a 38 kilómetros de meta en la primera ascensión de San Luca y vence en su debut tras el título mundial
Tadej Pogacar celebra la victoria. / UAE

Radiante bajo una cortina de lluvia y niebla, aferrado a la excelencia, salió el arcoíris. Tadej Pogacar estrenó el maillot arcoíris con otra victoria solo y al comando. La Epifanía de siempre. Es el esloveno todos los campeones en uno. Infatigable de marzo a octubre. Siempre en lo más alto. El cielo es el límite. Convierte lo extraordinario en ordinario Pogacar.

El esloveno pintó el arcoíris sobre el Giro dell’Emilia. En Bolonia, en un cielo enladrillado de nubes oscuras, con la lluvia disparando ráfagas de balas, Pogacar abrió la cúpula celeste con el poder de su arcoíris en su primera carrera tras el laurel de Zúrich. No ha transcurrido ni una semana. Es un personaje de ciencia-ficción el esloveno, que tiene superpoderes.

No es posible comprender al esloveno desde la lógica. La ha derrotado. Los genios son así. Tampoco el sentido común alcanza a perfilar a un campeón imposible. En el ciclismo de las diferencias nimias, donde todo está milimetrado, Pogacar es una anomalía que vence por aplastamiento, por puro desgarro. Salvaje.

Año de ensueño

El esloveno completó otra actuación colosal. Es un ciclista desmedido, inabarcable. Un hombre capaz de derrotar a todos los pelotones. Lo mismo en la Strade, la Volta, la Lieja, el Giro, el Tour, el Mundial o el Giro dell’Emilia. Programado para el éxito. Un cyborg con gesto risueño, sonrisa atractiva, aura y carisma. Ni la maldición del arcoíris puede con él.

Pogacar, durante su escapada. UAE / Sprint Cycling

El emperador del ciclismo se abrió paso por la alfombra roja, empapada, para su desfile por San Luca (2, kilómetros al 9,8%, con cinco pasos), como un paseante con las manos en los bolsillos silbando una canción. En julio Vingegaard soportó la arrancada feroz del esloveno, pero sin el danés en el tablero, se paseó Pogacar.

Deletreó su superioridad mientras el resto (Evenepoel, que se retiro, Roglic, Jorgenson o Mas) se desgañitaba, apaleados, en un día de perros. Pidcock fue segundo y Pingazoli, tercero. Nunca se aproximaron al esloveno, que pudo saludar y coreografiar con calma su victoria. En el retrovisor, bruma y humo. Ciclistas de fogueo a 1:54 del campeón del Mundo.

Otra vez en solitario

Llovía, el aguacero inclemente, el vendaval desatado del campeón de Mundo. Estrenaba el esloveno el maillot arcoíris, su vellocino de oro. Lo honró como solo él sabe. En el Mundial atacó a 100km, en la Strade a 80, en la Volta a 60, en Lieja a 50, en el GP Montreal a 25 y camino de San Luca, a 38 kilómetros.

Otro entrenamiento con cámaras en directo. Pogacar obtuvo su victoria 24 en 56 días de competición, 42 entre Giro y Tour, en el Giro dell'Emilia. Ocho triunfos en sus últimos diez. Alucinante.

Se agitó en el primer paso de San Luca y envolvió con papel de regalo el Giro dell’Emilia, una clásica que perseguía tras dos derrotas y que ahora luce en su estante, un museo de grandes logros y victorias sin fin. Aplastó con ese gesto aquel recuerdo, el día que le batió Mas y la fecha en la que le remató Roglic.

Coleccionista de postales, de poses victoriosas, Pogacar extendió el poder del arcoíris para pintar con el plastidecor de fantasía otra exhibición. Nada se le resiste al esloveno, siempre en vuelo. Abrazado a la Historia corre contra la huella de Eddy Merckx, la leyenda.

Campeón sin límites

En San Luca, en sus rampas, deshilachó a todos con un chasquido. Omnipotente. Dictadura eslovena. Pogacar es un ley en sí mismo. Siempre gana. Vuela Pogacar, que camina por las nubes, mientras el resto repta de rodillas ante un ciclista implacable. Inalcanzable. Su campaña es una locura difícil de asimilar por lo hiperbólico de la misma.

El Giro dell’Emilia era otra estación de paso, convertido el curso en una reunión de victorias sin parangón. Lo nunca visto en las últimas décadas. Acumula 87 triunfos. 24 de ellos esta campaña sideral. El Sol que ensombrece y quema al resto, convertidos en atrezo de sus gestas. En figurantes. No importa el escenario ni la carrera, siempre Pogacar.

El esloveno estrangula la sorpresa, la expectativa, la ilusión. La competición es la pelea por el segundo. La gloria le pertenece. Cada carrera es un monólogo, un soliloquio. El agujero negro que todo lo absorbe. Nada queda a su paso, un Atila alado.

Nunca en las últimas décadas se había asistido a semejante dominio. Pogacar es espectáculo, pero a la vez, esa superioridad, limita la emoción de la competición. Cuando se pone el dorsal, se asiste a su carrera por la gloria, la suya, y a los codazos por las migas del resto.

Notable aparición de Ganzabal

Entrena Pogacar, que juega con el resto como si se tratara de niños. Un dios ante humanos. Pertenece a otra estirpe el esloveno, en una temporada en que todo lo fagocita, siempre hambriento.

La maldición del arcoíris, la del campeón del Mundo, es un cuento viejo, ajado y temeroso que palidece ante un ciclista bravo, un punto temerario, valiente y siempre dispuesto a engordar su palmarés. Descomunal su ambición.

El prodigio esloveno minimizó cualquier resistencia y completó la clásica de pose en pose. Completó otra actuación soberbia. Una más. Nada humano derrota al esloveno, que en realidad parece no serlo.

Ni una mueca en su máscara de campeón de todo. Ni un solo mal día. Es una constante. El diapasón del triunfo. Una fuga de seis corredores, con Ander Ganzabal (su segunda carrera con el Euskaltel), tuvo carrete hasta que el UAE quiso. Después salió el arcoíris. El desfile de Pogacar.

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06/10/2024