Polideportivo

Pogacar emula a Pantani en el Santuario di Oropa

El esloveno honra al Pirata un cuarto de siglo después y conquista la cima para vestirse de rosa tras aventajar en medio minuto a sus rivales
Pogacar festeja la victoria. / Giro de Italia

En el Santuario di Oropa, los creyentes y las gentes de fe le rezan a la Virgen Negra. El templo también acoge a los adoradores de otra deidad, muy humana en realidad, a Marco Pantani, el hombre, el mito, el drama. Al Pirata, fallecido solo, desolado, carcomido, en un hotel anónimo de Rímini el día de los enamorados, un 14 de febrero de 2004, se le venera en Italia.

Su trágico final, acelerado por su expulsión del Giro de 1999 al superar el porcentaje de hematocrito en sangre (un caso envuelto en la polémica), han redimensionado la figura y la memoria hipertrofiada alrededor de un ciclista mayúsculo y epidérmico. Pantani fue el más emocionante ciclista para la cuneta. La pasión.

Tadej Pogacar es su alter ego. En el mismo lugar que Italia santificó a Pantani, beatificó al esloveno, glorioso en el Santuario di Oropa, atestado de fieles para seguir creyendo en otro apóstol del espectáculo. Pogacar no vio correr a Pantani. Era apenas un niño.

Pero en la montaña italiana se impregnó de su espíritu. Vasos comunicantes. Resucitado Pantani, encarnado en Pogacar. El esloveno se vistió de rosa. Asomó solo, sin sombra, como los grandes campeones vencen tras sus exhibiciones.

Aventajó en casi medio minuto al grupo con Daniel Martínez, Thomas o Uijtdebroeks. Ben O’Connor, que quiso apresar a Pogacar, se lo tragó la fatiga. Perdió un minuto. El esloveno, en su bautismo en el Giro, manda en la general con 45 segundos cuando la Corsa rosa solo ha respirado dos días.

En ambos ha sobresalido el pizpireto esloveno, su mechón irreverente y travieso asomándole por el casco. Ángel exterminador. Sumó la 71ª victoria en su palmarés. Otra cima para su colección de posados. Otra souvenir de una grande. “Es un sueño”, dijo, sonriente, relajado, en meta, tras protagonizar un estupendo remake en Oropa.

Pogacar, de rosa, líder de la carrera. Giro de Italia

El Pirata era la Italia que gritaba pasión, entusiasmada ante un corredor al asalto, valiente, a toque de corneta. La bandera pirata era la de Pantani. La comparte Pogacar, un ciclista que no corre solo para la vitrina.

Le gusta emocionar a los aficionados. Tomarles el pulso, hacer que griten, que se emocionen hasta el tuétano. Todo corazón. Así era el pálpito que provocaba Pantani. Un ciclista capaz de generar uno de los episodios más bellos, épicos y recordados de la antología del Giro.

Una ascensión calcada

Sucedió en el Santuario di Oropa, altar del ciclismo italiano desde entonces. Pogacar es otra figura a la que situar en el santoral de una cumbre con eco. Retumbó su nombre hasta rescatar el fenómeno que sucedió 25 años atrás.

Pogacar reprodujo aquel relato punto por punto. Desde el portal hasta la cima. Ambas historias se solapan. Gemelas. Unidas por el cordón umbilical de lo extraordinario. Pogacar honró a Pantani. Calcó el fenómeno.

El milagro, lo imposible ocurrió en 6 km (de los 11,8 km al 6,2% de media que componen la subida a Oropa) el 30 de mayo de 1999. Ese día, Pantani, que enlazó el Giro y el Tour de 1998, alcanzó la categoría de criatura mitológica. Una leyenda le relata desde entonces. En la base del puerto, al italiano se le saltó la cadena. Perdió un minuto por el percance. Sus rivales recibieron con algarabía la noticia.

Caída de Pogacar tras la salida del tubular delantero. Giro de Italia

Esa misma escena la repitió Pogacar, al que se le salió el tubular y se fue al suelo, una caída tonta, antes de comenzar el ascenso. En un par de chasquidos, el esloveno volador arengaba a sus compañeros para ir derritiendo a Piccolo, el único superviviente de la fuga.

El líder se evapora

Como en el pasado, era el momento de resquebrajar al gran favorito. Se empeñaron en ello desde el Ineos, pero les derrotó un ciclista alado al que propulso con diligencia su cordada de sherpas. Majka fue el último relevo que anunció el vuelo de Pogacar. Empujado por ese giro del destino, la rabia que empujó a Pantani a una remontada inigualable inspiró a Pogacar.

Nadie pudo seguirle. O'Connor trató de hacerlo. Lo pagó. Jhonatan Nárvaez, el rosa fucsia de Turín, tornó a rosa palo. Thomas, experimentado, marcó su ritmo. Diésel. Pogacar quema gasolina. Se liberó de la cadena que le apresó en Turín.

En su meteórica ascensión, Pantani fue arrancando dorsales hasta que deshojó a Jalabert, que lideraba la etapa. Le rebasó. Conquistó el Santuario di Oropa con la maglia rosa. De ese color se vistió Pogacar, en la huella del recuerdo de Pantani. Distintas poses, mismo destino. Color de rosa.

Pantani completó una gesta que pervive en el arcano de los incunables del Giro. Días después, cuando la Corsa rosa era suya, fue expulsado de la carrera. El golpe de gracia para el hombre. Cinco años después, solitario, depresivo, Pantani era un ser humano destruido que decidió desvanecerse, colapsado su organismo.

La investigación de Rímini concluyó que una sobredosis de cocaína y antidepresivos tras un encierro de varios días abusando de las drogas cortó la respiración a Pantani para siempre.

El legado del Pantani inmortal, del ciclista que fue pájaro alado y también Ícaro, aún perdura. En Oropa, Pogacar homenajeó su figura. Honró su memoria. También ganó por él. En su nombre. Pogacar emula a Pantani en el Santuario di Oropa.

06/05/2024