Tadej Pogacar reside en Mónaco, a un paseo de Niza, donde finaliza su victorioso tercer Tour. Un bidegorri para el líder de la carrera francesa, capaz de controlar la carrera por telepatía. Es suyo el joystick del videojuego que protagoniza. Un avatar de alta definición. Un holograma de excursión, plegado desde hace días el Tour en su mesilla de noche, donde reposan cinco triunfos de etapa.
Mostró su cuenta como lo hizo en el Giro. La misma suficiencia. Pose artística. Un genio de las performances. Otra exhibición para su cuaderno de bitácora, repleta su navegación de islas del tesoro. No se cansa de ganar y de amasar fortuna. Avaro.
Destrozó el récord de Richie Porte en casi tres minutos. Una montaña más para su catálogo de logros extraordinarios. Cuenta 16 etapas en su travesía por la Grande Boucle. Amo y señor. “No hubiera pensado ganar cinco etapas. Es increíble”, dijo en la cima de La Couillole, donde sometió a Jonas Vingegaard, su némesis, contrariado, en el esprint. Intercambiaron algunas palabras en la cumbre ambos.
Otra exhibición de Pogacar
No pareció que fueran muy amistosas. Algo se ha roto entre los dos. Cada vez más alejados. El argumento de Pogacar no convenció al danés, que aplacó a Remco Evenepoel, al que cargó con 50 segundos, y redujo la fuga. Hizo la subida con Pogacar, superior, con una suficiente abrumadora, pegado a su rueda.
El líder, que tiende a señalar al que no colabora con él, como sucedió en Troyes cuando cargó contra el danés, mostró un punto de mezquindad. El esloveno, siempre hambriento, ejecutó a Vingegaard en la rampa final con su esprint de bólido. Intratable.
El gesto no emocionó al danés. Víctima de su propio personaje, Pogacar posó con aire desafiante. Mostró los dedos de su mano. La mímica de su dominio. El pulgar por Valloire, el índice por Saint-Lary-Soulan, el corazón por Plateau de Beille, el anular por Isola 2000 y el meñique por Couillole.
La mano que es un puño de acero cuando se cierra. Nada de le escapa. Todo lo estruja. Le recibió Mauro Gianetti con el puño en alto. Hasta la victoria, siempre.
Vingegaard frena a Evenepoel
Anunció Mikel Landa en Niza, en la Costa Azul, relajado por las vistas, con su sonrisa descolgada, esa que se debate entre la seriedad y la ironía, que iría a por el cuarto puesto, el que custodia Joao Almeida, pretoriano de Pogacar. El portugués que no es un fado en el Tour. El murgiarra recibió la bendición de Evenepoel, su jefe, y buscó una hebra del tejido de una fuga de dorsales muy capaces. Tricotaban esperanza.
“La cuarta plaza está a mi alcance. Joao está muy fuerte, pero la etapa es muy dura y con mucho calor. Voy a probar suerte. Puede ser muy loca, con la fuga y demás. Aunque Remco correrá pensando en la crono, tendremos un ojo puesto en Jonas: le vigilaremos por si acaso pasa un mal momento que podamos aprovechar”. La apuesta, a doble o nada, dejó un agujero en los bolsillos de Landa y Evenepoel, irreprochable su actitud.
A Pogacar, patrón del Tour, emperador del ciclismo, no le gustó la idea. Protegió a Almeida con las tijeras de la prosa en el amanecer. Cortó él mismo ese anhelo de Landa. El esloveno mima a los suyos. Los abraza como un chiquillo que estruja a su peluche favorito. Implacable con el resto. No deja ni las migas.
Donde no llegaron los suyos, se estiró él, omnipotente. Máximo favorito también para la crono de cierre, donde todo parece inamovible. Vingegaard sometió a Evenepoel y Almeida a Landa, sensacional su actuación. Él y su jefe buscaron la debilidad del danés y el portugués, pero encontraron una respuesta contundente.
Una fuga de nivel
Alocado el comienzo, Enric Mas, en su nuevo estatus, lejos de los focos de los que pelean por la cúspide, empastó con Kelderman y Armirail en un día con cantos de cigarra entre cumbres. Aplacada la rebelión en el alto de Braus, tocaba vérselas en el sinuoso Turini, una carretera del Rally de Montecarlo, perfecta para trazar con un descapotable y saludar con un sombrero, sin más prisa que la de contemplación.
Esa no era la idea de Carapaz, que perseguía la huella del trío con Soler, arengado por la luz verde Pogacar, Tratnik y Bardet entre cerradas horquillas ideales para derrapar. Geniets, Johannessen y Stuyven se encolaron después. Todos se reunieron en la cima del Turini.
Emancipados del influjo de Pogacar, que dejó hacer, magnánimo, por las carreteras en las que entrena. En su casa, sus reglas. Siempre al lado del esloveno, Almeida, agradeciéndole que limitara las ensoñaciones de Landa. El portugués se cita con el alavés en la crono de cierre, un escenario idóneo para Almeida, además con más renta. El Soudal quería incomodar.
Apuesta de Soudal
La manada de lobos aulló en la bisagra del Turini para elevar el pulso de Vingegaard, la pieza que rastreaba Evenepoel. El danés, menguante en las últimas jornadas, solo miraba para atrás, cegado por el fulminante Pogacar, el rayo que no cesa. El descenso de Landa y los suyos serpenteaba entre la foresta. Buscaban la emboscada. El ángulo muerto en una bajada con filo, repleta de aristas.
Pespuntaba la Colmiane, otra ascensión. Juego de cartas en la fuga. Suspicacias, desconfianza y faroles. Tratnik se encendió. Replicó el resto. Soler se disparó después. Le anuló Mas. La casa de los líos. Voceaban. El Soudal continuó con su misión de endurecer el ocaso. Un eslabón tras otro. La cadena del deseo. Desgastaron parte de la distancia a la espera del último puerto de primera del Tour, el col de la Couillole.
Carapaz celebraba para entonces el reinado de la montaña. Cuatro años atrás, el voraz Pogacar le arrancó esa alegría con su meteórica ascensión a La Planche des Belles Filles, cuando se presentó, estruendoso al mundo para festejar su primer Tour.
Tras el paréntesis de Vingegaard, el esloveno agarra el tercero. Solo le resta ponerle el lazo. El ecuatoriano no se distraía del juego por la etapa a pesar del gozoso logro. El descenso dejaba un marca donde se retrataba la belleza de la ingeniería capaz de dibujar fastuosas carreteras en montañas que se asoman al vacío.
Fenomenal Mikel Landa
Couillole recibió la fuga para estrujarla. Carapaz, Mas, Soler, Johannessen, Kelderman y Bardet resistían. El Soudal continuó esprintando montaña arriba. Carlos Rodríguez levantó la bandera blanca. La pirata la ondeaba Landa. Maravilloso. Alado en el salón de nobles, con el líder, Vingegaard, Evenepoel y sus pretorianos: Adam Yates, Almeida y Jorgenson.
El murgiarra masticaba el puerto. Su sombra se aproximaba a Carapaz y Mas, cada vez más apurados en su escalada. Landa enfiló a Evenepoel, Vingegaard, Pogacar, Almeida y Jorgenson. El alavés quería desgastar a Almeida y Vingegaard, las piezas de caza para él y para Evenepoel.
El belga buscó su opción, pero el danés le puso la mano en el hombro. Pogacar les sentó a ambos con la mirada. Se reubicaron de nuevo. Almeida, cobijado bajo el ala del esloveno, aprovechó el desbarajuste para colocar ritmo y agrietar a Landa, que lanzó a su líder, sin gas.
Evenepoel se revolvió de nuevo. Le respondió Vingegaard, con rabia, al contraataque. Pogacar se fue con el danés, corajudo. Así se levanta un campeón de la derrota.
Los dos a solas. Compartiendo destino. Evenepoel perseguía a los elegidos. La alta aristocracia embolsó a Mas y Carapaz. Silbaba Pogacar, que no dio ni un relevo. Se agarraba Carapaz. Se desprendió Mas. Se empeñó el danés. El ecuatoriano se resquebrajó. Mano a mano. El emperador y el rey saliente en otro duelo al sol. Se impuso el esloveno, un caníbal, un iluminado. Pogacar enseña la manita.