Se atribuye al monarca francés Luis XIV, el Rey Sol, una frase que definía el absolutismo con el que gobernó. “El Estado soy yo”. La declaración, apócrifa, enmarca el poder del gobernante francés. Tadej Pogacar, rey del ciclismo, podría declamar: “El Giro soy yo”.
No lo hace porque conoce que las carreras son un laberinto en ocasiones indescifrable y accidentado y respeta profundamente a sus adversarios. La prudencia y el respeto sobre los rivales impiden que ese eco que retumba en el comienzo de la Corsa rosa hoy en Turín lo pronuncie el esloveno.
Sin embargo, nadie duda de que Pogacar es el Giro. No solo por su ascendente, jerarquía y poder, que raya el absolutismo salvo cuando en el Tour le embrida Vingegaard, el único antídoto contra el esloveno, sino también por la pleitesía de la organización del Giro, que invocó a gritos la presencia de Pogacar para dar relieve a la competición que cose la Italia.
“Esta ruta le daría la oportunidad a Pogacar de probar el doblete Giro-Tour”, dijo Mauro Vegni, director de la carrera italiana. El Giro palidece para dar foco al esloveno, un tipo repleto de luz.
Un recorrido propicio
Ese rayo quiere atravesar los 3.400 km de una carrera que acumula 44.650 metros de desnivel camino de Roma. A pesar del gigante Pogacar, el Giro se rebaja. Rapado. 7.000 metros de desnivel menos que la pasada edición. Todo por y para Pogacar, que anunció que atacará en la sexta jornada, en la que asoma el sterrato.
Probablemente, el esloveno, que llega con 7 triunfos en apenas 10 días de competición (Strade Bianche, Volta a Catalunya y Lieja Bastoña-Lieja le condecoran), se dejará ver desde el primer día.
El repecho que antecede a la llegada de Turín lleva su nombre. No solo el recorrido era un canto de sirena para el esloveno, al que sedujeron con millones de razones. Se estima que Pogacar ha podido recibir una bolsa de dos millones de euros para acudir al Giro.
A ese asunto, no menor, se le suma un trazado que se adapta al fenómeno con una montaña más chata de lo habitual. El Giro pierde altura y dureza para mimar a Pogacar.
Además, la presencia de 70 kilómetros de contrarreloj en dos actos es un repelente magnífico para los escaladores. Con varios finales que ensalzan el reprís del esloveno, el Giro es el escenario ideal para exhibirse. Pogacar contra Pogacar.
Días después de la presentación del recorrido de la Corsa rosa, donde se dio a conocer un trazado destemplado, lejos de la tradición, ajeno a su historia y a su leyenda de dureza extrema entre montañas que compiten en belleza y crueldad, el Giro anunció mediante un videoclip que lanzó a través de las redes sociales la presencia de Pogacar. La carrera se aseguraba a la estrella que todo lo opaca. Eso eclipsó la propia competición.
Una participación débil
No tardó en advertirse que los adversarios no serían los mejores. Los más grandes acuden al Tour, pero conociendo de antemano que Pogacar anclará su brillo en Italia en mayo, el Giro dejó de ser una alternativa para otros que tendrían la tentación de coronarse en Roma con el laurel rosa. Desecharon la opción porque todas señales conducen irremediablemente a Pogacar. Salvo accidente o incidente de causa mayor, solo Pogacar es candidato real a la victoria en Roma.
Todo lo fagocita la presencia del esloveno, que ante un trazado ideal para sus características puede soñar con el doblete Giro-Tour. Marco Pantani, en 1998, fue el último en lograrlo. Si hubiera tenido que enfrentarse al Giro original, probablemente el esloveno lo hubiera esquivado.
Además, las cinco semanas que transcurrirán desde Roma, final de la Corsa rosa el 26 de mayo, al comienzo del Tour en Florencia, conceden respiro y descanso suficiente para acometer la Grande Boucle con garantías.
El dilema
El único misterio que se intuye es el modo en el que Pogacar afronte la Corsa rosa. Un dilema que tendrá que resolver. De natural caníbal, competidor excelso, siempre hambriento, como si la solitaria parasitase su cuerpo, el esloveno deberá elegir si opta por el camino de la exhibición y la grandilocuencia que provocan mayor desgaste o si prefiere medir los esfuerzos, ahorrar en lo posible y vencer sin fanfarria y algarabía, de un modo más sobrio que subraye la eficiencia energética y la eficacia del resultado.
Dada su superioridad de inicio, también podría dejar alguna hazaña para la historia, el fulgor de un par de actuaciones para la memoria y gestionar el resto de su caudal a cuentagotas.
El Giro pasa por lo que quiera Pogacar, aunque en tres semanas de competición, el azar, la mala fortuna u otra clase de contratiempos podrían derrotar al esloveno.
La ley que rige en el ciclismo también le interpela. La carretera pone a cada uno en su sitio. Es consciente el esloveno. Entre los rivales nadie hasta el momento ha podido soportar la mirada a un ciclista de época. Thomas, O’Connor, Bardet, Daniel Martínez o Uijtdebroeks están varios peldaños por debajo de Pogacar, siempre dispuesto para ir más allá del palmarés.
El esloveno se medirá a él mismo para tasarse frente a la historia en su reto de enlazar el Giro y el Tour en el mismo curso. El desafío lo acomete desde una posición de privilegio, por estatus y poder, en una carrera diseñada para ensalzar aún más su figura. Pogacar es el Giro.
LOS CÁLCULOS DE POGACAR
Josean Fernández Matxin, mánager del UAE, decía en este diario que lo importante es lo que ocurra en Italia, centrarse en el presente, sin mirar al Tour. Por eso apeló a la prudencia. Asume Matxin que Pogacar es el favorito, pero no corre solo. Lo mismo opina el esloveno. “No faltan rivales para la clasificación general, en primera fila con Bardet y Thomas, que siempre es fuerte en el Giro. Luego pueden surgir jóvenes interesantes”, dijo Pogacar, que calcula que Giro le interesa. “No me interesa llevar la maglia rosa el primer o segundo día, lo que importa es tenerla en Roma, al final del Giro. Será importante medir las fuerzas y llegar a la última semana con mucho combustible todavía en el cuerpo”.