Hace apenas seis meses, el pasado 2 de marzo, en Siena, la ciudad medieval donde los caballos y los jinetes temerarios celebran el Palio, Tadej Pogacar (21 de septiembre de 1998, Klanec), conquistaba la Strade Bianche por segunda vez tras cabalgar a lomos de su montura negra durante 82 kilómetros en solitario.
Entre ese día, en el que sumaba su laurel número 64, y el que festeja este sábado su cumpleaños, el esloveno ha acumulado 22 triunfos rotundos. Intimidante su superioridad. Dictatorial, cuenta 85 victorias el esloveno en su biografía. Nadie como él.
En su vitrina infinita, en su palmarés museístico, el esloveno ha tejido el rosa del Giro con el amarillo del Tour tras dos exhibiciones apabullantes este mismo curso. Se coronó en Italia tras contar seis triunfos de etapa.
En la Grande Boucle repitió pose. Corona y media docena de etapas. Por el camino, ha decorado el curso con la Lieja-Bastoña-Lieja, la Volta a Catalunya o el G P de Montreal, su última muesca.
Recién cumplidos los 26 años, a la espera de la irrupción en el Mundial el próximo domingo, la dimensión del esloveno sobrepase el sentido común. Es la encarnación de un Eddy Merckx moderno.
El Caníbal esloveno que todo lo devora con ansia. Aplastante en el Giro, apabullante en el Tour. De rosa y de amarillo. Nadie desde Pantani había conseguido ambos laureles el mismo curso. Era 1998.
De récord en récord
Es un fenómeno el esloveno que amasa tres Tours, un Giro, seis Monumentos (tres Il Lombardia, dos Liejas y un Tour de Flandes) y ocho clásicas. No hay quien sostenga la mirada a Pogacar, el astro de este tiempo, el sol que todo lo eclipsa.
En 2024, a la espera de lo que se suceda en un Mundial que conduce irremediablemente al esloveno, Pogacar, imparable, inaccesible, intocable, inmune, ha derribado todos los hitos y récords sin una mueca de esfuerzo, sin apenas transpirar. “Si Vingegaard quiere derrotar a Pogacar tiene que mejorar”, subrayó el preparador del danés después de la tunda del Tour.
Pogacar se quedó a solas con el Giro y completó el vis a vis con Tour. En ambas escenarios ha apilado seis victorias de etapa y la sensación de apabullar. Conviene fijar el marco para entender la superioridad obscena del esloveno, triturados de registros como los de Pantani, Armstrong, Rominger…
Su nombre coleccionó montañas en el Tour y el Giro. Cordillera eslovena. Décadas oscuras pulverizadas al ritmo de una centrifugadora, de un disco de grandes éxitos.
Pogacar conecta con lo sobrenatural. Se asemeja a un ser fantástico, a una criatura mitológica que no existía hasta su anunciación. Pogacar es de ciencia-ficción, una ensoñación. Un androide disfrutón, pizpireto y travieso que juega con sus rivales.
Competidor superlativo
Dialoga con la leyenda, concepto que responde a un “relato basado en un hecho o un personaje reales, deformado o magnificado por la fantasía o la admiración”. Otra de sus acepciones determina que se trata de una “narración de sucesos fantásticos que se transmite por tradición oral”. Pogacar une ambas definiciones.
Un ciclista que no solo se puede interpretar a través de los datos, de sus conquistas y de un palmarés que le sitúa entre los más grandes. Lo que diferencia a Pogacar no es tanto el qué sino el cómo.
Su forma de ganar, su valentía de aspecto suicida, si bien esta responde a una capacidad superlativa, anuda la afición a un campeón superlativo, un elegido capaz de vencer en distintos ecosistemas. Eso le diferencia de los especialistas puros. Él rinde en todas las estaciones y escaparates. Odia camuflarse en el anonimato.
Conexión con la afición
Ambicioso al extremo, como todos los campeones que han transcendido, el esloveno no solo corre para los anales y la historia, tampoco lo hace para establecer récords.
Pogacar, loco maravilloso, aventurero, va más allá de los números. Entre el sedimento de las victorias, en el flysch de su palmarés, al esloveno le diferencia su devoción por el ciclismo y la manera de encararlo.
Es indisimulada su tendencia hacia el espectáculo y recibe esa misma respuesta desde la cuneta. Es el alimento para la afición. La nutre con sus ocurrencias. Emplea para ello el esloveno el lenguaje de los grandes que anidan en la memoria colectiva.
Carismático, de naturaleza expansiva, lúdico su ciclismo de rompe y rasga, concede a sus exhibiciones el halo que acompaña a los elegidos. Posee el esloveno el intangible de lo inesperado. Ciclista de ensueño, Pogacar es leyenda.