Cubiertas las manos con guantes, los cuerpos forrados, blindados por las ropas de abrigo, ametrallados los ciclistas por las balas frías y punzantes de la lluvia, la etapa, manca, de apenas 118 kilómetros, se adentró en un cuadro de William Turner, el cazador de tormentas, el pintor que se ataba a un mástil para respirar el latido de las tempestades y expresarlo con trazos repletos de pulsión.
La borrasca, feroz, implacable, inmisericorde, apretaba el día, oscuro. El cielo gris marengo, casi negro. Plomo en el cielo. Espejado el asfalto, reflejando la miseria en los rostros.
Día de perros, de penitentes y sufrimiento. Tenebroso. No para Tadej Pogacar, el líder del Giro, la luz que ilumina la carrera incluso en medio de la borrasca y la oscuridad. El sol rosa es capaz de vencer sin querer. Todo lo deslumbra. A Giulio Pellizzari, al que sobrepasó restando un kilómetro, le regaló la maglia rosa y las gafas.
Un gesto de campeón para aliviar al italiano. Fue su ofrenda, el remate de otro laurel del pequeño Caníbal, 75 victorias en su palmarés. Pogacar lo quiere todo. Completó otro monólogo. Puro costumbrismo. El quinto del Giro, el cuarto vestido de rosa. Sublime.
El esloveno volador, el hombre que levita, firmó el repóker lejos de esfuerzos supremos. De nuevo silbando. Le basta a Pogacar, amo y señor de la carrera, con la inercia y con saber sumar con los dedos de la mano. Contándolos celebró su quinto triunfo.
El meñique por el Santuario di Oropa, el anular por la crono de Perugia, el corazón por Prati di Tivo, el índice por Livigno y el pulgar por el Monte Pana. La mano que empuña el Giro.
Mostró la manita, en realidad el puño de hierro, el esloveno para saludar otra victoria abrumadora. De nuevo con las manos desnudas, el maillot corto y el rostro sereno, el de un paseante con las manos en los bolsillo. Despiezó a todos en una subida hosca en sus dos últimos kilómetros.
Sin rivales
Pogacar los subió sentado, entronizado. La mirada limpia, la boca cerrada, sin jadeos. No necesitó más que su ritmo, el de una centrifugadora. Pogacar es inaccesible para el resto, aplastados por el niño maravilla, por el campeón de todas las estaciones.
Nada se le resiste a un ciclista único, que mandó más lejos a Daniel Martínez, tercero en la cima, y Geraint Thomas, trastabillado en el tramo más indigesto. Cedió 22 segundos con el colombiano. El esloveno tiene una ventaja de 7:18 respecto al colombiano y de 7:40 con el galés. Podría comenzar de nuevo el Giro y en dos zancadas sería otra vez líder. Después de él, el vacío.
El agua no pudo apagar el fuego que enciende las fugas. Incandescente. Julian Alaphilippe, de regreso en el Giro, mostró unas cuantas viñetas de determinación, ambición y rebeldía. Orgullo y pasión. No le alcanzó al francés y su bandera pirata. Siempre dispuesto para el abordaje.
Su modus vivendi. Pogacar, que estaba dispuesto a correr toda la etapa si era preciso, se asentó entre la foresta de chubasqueros y dejó hacer en maga corta. Al líder, tan superior, le sobra hasta la ropa.
Su única preocupación es que no le muerda alguna caída. El resto es una cuenta atrás de cuatro etapas, porque Roma no deja de ser el día de la coronación bajo los pétalos rosas que cayeron sobre el Panteón de Agripa en Pentecostés.
La nieve, la lluvia y un frío atroz amputaron la etapa en el Giro, que cuenta varios episodios similares en las últimas ediciones. El Umbrailpass, con su egregia figura, su majestuosidad, su crueldad, el infierno blanco, desapareció para proteger la salud y la seguridad de los ciclistas.
Etapa amputada
No habría Cima Coppi. La organización tuvo que ceder ante la presión del pelotón, que no quería subir y bajar el Umbrailpass en condiciones tan adversas, con temperaturas alrededor de los 0 grados, nieve, lluvia y mucho frío. Demasiado peligroso para la seguridad y la salud de los ciclistas.
La organización entendió que el empeoramiento del tiempo obligaba a recortar la etapa para evitar riesgos. “En la reunión se acordó que la carrera arrancase en Livigno con un desfile por la ciudad. Aunque se llegó a un acuerdo con un apretón de manos por las partes, los ciclistas no se presentaron en la salida de Livigno”, expuso el Giro en un comunicado oficial sobre la amputación de la etapa.
El verdadero apretón de manos, el pacto que da sentido al Giro, fue el que Pogacar se dio con la organización meses atrás, cuando se alistó a la carrera, que era suya antes de salir. Desde ese instante, el esloveno decidió darle altura, relevancia, luz y color a la carrera italiana. Pogacar honra al Giro.