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Polideportivo

Pogacar manda a Vingegaard al diván

El esloveno rasca 8 segundos al líder y se queda a 17 del danés sobre el cruel Puy de Dôme, donde iza la bandera Woods
Momento en el que Pogacar suelta a Vingegaard.
Momento en el que Pogacar suelta a Vingegaard.

Puy de Dôme. El mito, la montaña de la literatura, la espiral que asusta, el vértigo. En el volcán de Auvernia, insobornable su leyenda, habita la historia del ciclismo. La biografía del Tour hizo un hueco en su estantería de incunables. Un lugar para la memoria y el recuerdo para siempre: 9 de julio de 2023. Sobre las rocas de domita, ígneas, en el lecho del volcán, lava.

Ardió la carrera. Rectas infinitas. Letales. Un calvario estremecedor. Al cielo se llega desde el infierno. El Puy de Dôme es la puerta que hay que abrir para alcanzar París, cúspide de la gloria. En ese paraje confluyeron los hombros de Vingegaard y Pogacar.

El esloveno, valiente en un final inclemente, mordió ocho segundos al líder. Una victoria psicológica. El danés está a tiro de un ataque del esloveno. El líder sostenerse en un día doliente. Tuvo que agachar la cabeza ante el empuje de Pogacar, que le sometió.

Segundo asalto consecutivo para él en el Tour, prensado al máximo. Ni el aire denso corre entre Vingegaard y Pogacar, tan parejos que se solapan. En el Puy de Dôme, el esloveno deshilachó al danés, que no pierde el hilo. Su color es aún el amarillo, pero cada vez, menos.

Triunfo de Woods

Vingegaard y Pogacar eran Anquetil y Poulidor seis décadas después. Aquel día, Pou Pou desencajó a Anquetil, que siguió siendo líder. Sobre el volcán ganó Julito Jiménez, aunque la imagen para siempre la congelaron los hombros de Anquetil y Pulidor. Vidas cruzadas.

Otro escalador, Michael Woods izó la bandera en una ascensión agonística, donde Vingegaard y Pogacar continúan hombro con hombro. Nadie cabe entre ellos. El esloveno, genial, lijó a Vingegaard, el líder que se resiste. El danés ha perdido los dos últimos asaltos con Pogacar, pero manda en la azotea del Tour, emparejado al extremo. Conviven ambos en una baldosa por el poder.

Woods, victorioso en el Puy de Dôme.

Woods, victorioso en el Puy de Dôme. EP

La cima mítica

La montaña mágica que vertebra a Fausto Coppi, el pionero que abrió huella en 1952; a Federico Martín Bahamontes (cumplía 95 años), que desde el volcán esculpió el Tour de 1959; los hombros que echaron chispas de Jacques Anquetil y Raymond Poulidor, la lucha de la Francia que se abría a pedradas con los adoquines del Mayo del 68 y aquella que resistía dura como el pedernal, la rural, el día que holló la cumbre Julio Jiménez, en 1964; a Luis Ocaña, que tumbó la cima en 1971 y en 1973, y el lugar, en realidad un no lugar, en el que un espectador dobló el hígado a Eddy Merckx en 1975 con un puñetazo y allí donde Ángel Arroyo festejó una cronoescalada en 1983 tras burlar la barrera la noche anterior para saber a qué se enfrentaba.

Todo eso emerge de la lava de la memoria del Puy de Dôme. El gigante dormido durante 35 años, dispuesto a escupir fuego sobre el Tour. La secuencia Fibonacci de la naturaleza, un paredón caprichoso, la caracola que es un calvario. Hacia ella salió el Tour desde la casa de Poulidor, donde su nieto, Van der Poel, lloró cuando recuerda a su abuelo y le muestran la bicicleta, Mercier, en la que Pou Pou llevo a hombros a Francia. El ciclista más querido. El poeta de la derrota.

Los bellos recuerdos caen en lágrimas. La memoria se desparrama por las mejillas. Para no olvidar, a Van der Poel le decoran la bici, la suya, con imágenes de su abuelo. Los dos en bicicleta para la montaña que inmortalizó para siempre a Pou Pou en su duelo hasta el final con Anquetil. Van der Poel subió a la montaña con calma. Cada fragmento del paisaje para su álbum familiar.

Enorme dureza

El volcán, 1.425 metros de altitud, 13,3 kilómetros al 7,7%, los últimos cuatro alzando un muro del 12% se apoya en la ladera de la mitología, a la derecha, y se eriza en el abismo de la épica, a la izquierda. En esa lengua de asfalto, más estrecha cuando engarzaron la ascensión mitológica con un tren de cremallera, se cruzaban los destinos.

Punto de no retorno en la lucha contra la gravedad y el aislamiento. La montaña, un altar de ciclismo, en el que peregrinaban decenas de miles, es ahora una ascensión con derecho de admisión.

Seis décadas más tarde no puede leerse la pancarta que aquel día fusionaba el sentimiento de rabia y frustración. Mort à Anquetil se leía. Era el grito que sordo de los seguidores de Poulidor en el Tour que pudo ser suyo pero no lo fue.

Siempre detrás del elegante y sofisticado Jacques, un arquitecto de las formas más fluidas de rodar en bici. En el lecho de muerte, Anquetil, enfermo de cáncer, mantuvo su fina ironía. "Amigo, una vez más, acabarás segundo detrás de mí". No se sabe cómo acabará la relación entre Vingegaard y Pogacar, enemigos íntimos, dos campeones al límite.

Jorgenson se queda a un dedo

Crepitaba el asfalto, el bochorno estrangulador, 35 grados. El Tour en su apogeo en un perfil inclemente, siempre exigente. El sol atravesando los cuerpos, espetos de sufrimiento a lo largo del horno del Macizo Central. El agua para enfriar el organismo. El hielo en la nuca para aliviarse.

Enfilados hacia el crematorio de Puy de Dôme, donde se espera la eternidad tres décadas después. La fuga tomó un vuelo enorme. Alas para Matteo Jorgenson. Powless, Burgaudeu y Mohoric le rastreaban. Woods, en una remontada formidable, lo puso en la diana. El canadiense taló el árbol florido de Jorgenson en un final infinito. Fundido a negro.

En el retrovisor, a varios minutos, los mejores se situaban ante el coloso. En 1648, el gran matemático francés Blaise Pascal demostró por primera vez que el espacio existía tras comprobar sus teorías en el Puy de Dôme. El espacio y la nada. El padecimiento extremo en una ascensión crepuscular.

La soledad. Una subida de rodillas. Penitencia. Pesa hasta el alma. 21 gramos. Cuando se callaron los ánimos y desapareció la cremallera de voces, algarabía y celebración y asomó el cono, un altar para la fe, Jorgenson continuó su odisea hasta que le devoró la montaña. Le cayó encima. También a Landa.

Miedo a estallar

En el volcán se impuso la prudencia y la desconfianza. Nadie quería estallar. El peso de la historia amortiguó una subida cruel. Amagó Vingegaard. También Pogacar. Juego de tronos en el Puy de Dôme. Ajedrez en apnea. El danés no quería precipitarse. Mirada a largo plazo. Se encrespó el esloveno, reanimado.

Los hombros adelantados. El maillot atado hasta el gaznate. No tenía calor, sólo fuego. Dragón. Lanzallamas. Se abrió el danés. Unos metros. Luego un racimo de segundos. Un manojo. Apenas 8. La de ellos es un combate que trasciende lo físico. Se han instalado en una guerra psicológica.

Un pulso a vida o muerte. Comprimido en 17 segundos. Lejos de ellos, en otra carrera, Jai Hindley es el mejor de los humanos. Carlos Rodríguez y los hermanos Yates aparecen después. En otro plano se encuentra Mikel Landa, otra vez derrotado en su terreno. Fuera de foco.

El escalador de Murgia se encuentra a más de 9 minutos del líder y más de cinco del podio. Alcanzarlo es una quimera. Pello Bilbao soportó mejor que Landa el Puy de Dôme, la montaña que radiografío a todos sin misericordia. Mesa de autopsias.

Acelera el Jumbo

El Jumbo de Vingegaard sacó el látigo. Kelderman adelgazó el grupo, antes de que Van Aert, el corredor que es todo un pelotón, elevara la apuesta. Pogacar se metió en la sombra de Vingegaard. Al esloveno le refrigeraban su compañeros. Agua para apaciguar el calor.

Kuss entró en escena y se cayeron las caretas. En pie, Vingegaard, Pogacar, Simon Yates, Hindley, Carlos Rodríguez, Adam Yates… Cuentas de un rosario. Cuerpos doblados. Escombros. Piernas de madera. Pulmones de arena. Hindley se quedó. Se reconstruyó después.

Vingegaard no pudo tapar el hueco.

Vingegaard no pudo tapar el hueco. Efe

Pogacar, al asalto

Se fueron marchitando todos. Vingegaard miró a Pogacar. El esloveno le respondió el envite. Póker en las alturas. A falta de un kilómetro y medio, cartas marcadas. Pogacar testó al esloveno. Continuó empujando. Le agrietó. Se coló el sufrimiento en el rostro del líder. Pogacar insistió.

Una cuerda invisible les unía. Una pelea mental. El esloveno manejó mejor la presión. Se rompió el hilo. El cordón umbilical que les une en el Tour. En la cima, el esloveno cobró 8 segundos al líder. Una victoria para la moral y la confianza. Pogacar manda a Vingegaard al diván.

2023-07-10T17:34:03+02:00
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