Pogacar es la pesadilla de Kämna, como si el esloveno tuviera manía al alemán por la valentía y las afrentas de este. Le ha negado dos veces. El líder le quitó la alegría en La Planche des Belles Filles y le torció el gesto, convertido en mueca, en la Montée de l’altiport de Megève, cuando Kämna, procedente de la fuga que remató Magnus Cort, se quedó a una ramo de segundos del liderato. No lo consintió Pogacar, el dictador del Tour. Le apagó la llama de la felicidad. Esprintó Pogacar en el altipuerto, donde en 2016 venció Froome, entonces patrón del Tour, e impuso su ley.
A Kämna, que esperaba noticias con una toalla acariciándole la garganta, le estranguló el esprint caníbal de Pogacar, que no quería prestar el amarillo al alemán ni aunque fuera por un día. El Tour le pertenece. Es su pulsión irresistible. De ahí su arrebato. No desea pasar el síndrome abstinencia. Al esloveno solo le reconforta el tacto del peluche de la Grande Boucle y vestir de amarillo. Giró la vista, en ese tic tan suyo, y vio a Vingegaard. No le picaron tiempo.
En ese esprint por unas horas más de liderato en la antesala de los Alpes majestuosos, se concentra la esencia de competidor impenitente que es Pogacar. El esloveno cumplió con su rutina del podio y a Kämna le quedó la pena y el disgusto, como en La Planche des Belles Filles, cuando Pogacar, despiadado, le fulminó a 75 metros de meta. Otro que sonrió en el altipuerto fue Magnus Cort, vencedor desde la fuga. El danés que se hartó de recbir homenajes en Dinamarca se regaló al fin una montaña y una victoria sin parangón. “No hay nada mejor para un corredor como yo que ganar una etapa de Torur”. Pogacar piensa en grande. No quiere soltar el liderato hasta su entronización en París.
EL COVID ACECHA AL UAE
Lo que todo era calma, orden y sosiego el día de descanso, cuando la organización del Tour bendijo la salud de todo el pelotón, –nadie dio positivo en los controles de covid– se alteró horas después en el organigrama del UAE. George Bennett, especializado en montañas, sherpa de Pogacar, tuvo que abandonar la carrera golpeado por la enfermedad. El covid roza a Majka. El polaco, asintomático, continúa porque su carga viral es baja. La burbuja del líder, de momento libre del virus, se resquebraja. El rival de Pogacar es el covid.
El nerviosismo se ha apoderado de la carrera. Las mascarillas, obligatorias para los ciclistas nada más cruzar la meta son de nuevo la norma y la organización está restringiendo el contacto con los corredores. En ese ambiente de incertidumbre, inquietud y de inseguridad, plegada en la mesilla de noche la mecedora y los buenos recuerdos, se reinició la Grande Boucle con sonidos de disparos.
Ráfagas al sol. Pistoleros. Desenfundó hasta Roglic. Pogacar se planchó a él. Vuelta a empezar. El revuelo era considerable en la locura inicial para encarar una jornada de media montaña, corta y burbujeante. En el pandemónium del caos y ambición, durante 60 kilómetros en el Babel, la fuga tardó en alzarse. Se apilaron 25 nombres, entre ellos Ion Izagirre, Magnus Cort, Schultz, Luisle, Van Baarle, Jorgenson, Bettiol… Respiró aliviado, al menos por un instante, Pogacar en el sofoco de la canícula del julio francés. Soler, que lo pasó mal al comienzo, revertió su gesto y contribuyó al control de la carrera, abrasiva. No le quedaba otra. Obligados los gregarios del líder a multiplicarse. Soler, un pastor junto a McNulty.
UNA PROTESTA PARA EL TOUR
Los muchachos del UAE mutaron a la multitarea tras las bajas de Bennett y la anterior de Laengen. La fuga tomó vuelo ante el relajo del pelotón, que se serenó. Se agitaron entre los escapados. Bettiol cogió algo de ventaja y entonces el Tour se detuvo por una protesta. Manifestación. Un grupo de militantes y activistas por el clima se encadenaron entre sí en medio de la carretera para protestar por la masificación que sufre el Mont Blanc, el icono de los Alpes. Frenó en seco el Tour. Carrera neutralizada. Después de unos minutos de espera volvió la acción. En 1984, en la París-Niza, Bernard Hinault quiso disolver una protesta a puñetazos. El bretón, en estado puro.
En el reinicio, Bettiol, por delante. El grupo de Kämna, que bordeaba el liderato, el perseguía y después, a un mundo, el pelotón. Al alemán que a punto estuvo de vencer en La Planche des Belles Filles, abrumado entonces por Pogacar y Vingegaard, le gustaba la idea de pintarse de amarillo. Al esloveno no le desagradaba el deseo de Kämna o eso parecía. Con el equipo diezmado, renqueante, evitar tajo era una bendición para sus costaleros antes de enfrentarse a los afilados colmillos de los monstruos alpinos.
El esloveno se alejó de sus compañeros, sorprendente movimiento porque el líder necesita protección en caso de que tenga que resolver cualquier incidente. Pogacar, que durante el resto de la trama del Tour iba abrazado a sus muchachos, evitó el contacto. Rodó lejos de ellos, como si temiera el contagio. Distancia de seguridad. Edificó su propia burbuja el esloveno durante la etapa.
ATAQUE DE LUISLE
En las faldas de la Montée de l’altiport de Megève, casi 20 kilómetros de tendida ascensión, emergió Pogacar. Una leyenda cuenta que la fundación de Megève corresponde a Muffat y Grosset. El relato dice que mataron a una víbora voladora que impedía a las gentes establecerse en aquel lugar. Muerta la serpiente, se fundó Megève. La lucha en la fuga no tenía demasiado de fábula. La de Bettiol finalizó. Se fundieron B. Thomas, Wright, Zimmermann, Van Baarle, Jorgenson, Velasco, Leknessund , Wright, Luisle, Simmons y Magnus Cort.
El líder configuró el equipo para que limpiaran el horizonte sin más preocupación. Luisle abrió la puerta a la esperanza diez años después de su última victoria en el Tour. Las dudas de los perseguidores, de parón en parón, daban combustible a Luis León. Wright, su compañero secaba cualquier intento. Centinela. A todos los esposaba. Jorgenson se le escapó. Schultz también se cosió al norteamericano.
POGACAR NO CEDE
Se unieron los tres. Van Baarle les tocó las espalda. Tostados, con las patas de palo, el grupo engordó con el resto en medio de la agonía. El pequeño aeropuerto era la más alta de las cumbres. Una pared vertical por el cansancio, extrema la fatiga para entonces. Esprintaron en la fuga para no caerse. En precario equilibrio. Avanzar para subsistir en la trinchera de la miseria.
En ese baile a punto del vahído, Magnus Cort, el danés que coleccionaba tachuelas en Dinamarca, apretó una victoria colosal por algo más de un palmo en un vis a vis doliente ante Schultz. Foto finish de agonía. Lograda la victoria, el danés se desplomó de puro cansancio. Kämna, derrengado, alcanzó el final una veintena de segundos después. Ese agujero le privó del liderato. Pogacar, ambicioso, siempre competitivo, bamboleó la bici. Hombros hacia el futuro. A punto de deshilacharse, dio tiempo al grupo de favoritos con un esprint muy suyo y se quedó con el liderato. Pogacar pelea cada hilo del amarillo.