Se ató el pañuelico rojo la muchachada del Movistar para honrar a San Fermín. Al olor de la pólvora del chupinazo, a la estela que abre la fiesta, relatada por Hemingway, vivida por un ejército de entusiastas, Alex Aranburu y Oier Lazkano abrieron las sendas, el sistema nervioso de Troyes, las arterias del Tour. La tierra es para quién la trabaja. Al de Ezkio le sobró un puñado para construir una victoria extraordinaria. Fue cuarto Aranburu tras completar una jornada colosal en una etapa epidérmica de punta a punta.
Loca, viva y palpitante desde el amanecer hasta el ocaso. Una oda al ciclismo valiente, de ataque, de supervivencia. Una clásica vibrante entre los caminos blancos, que invocaron la mejor versión del ciclismo. Un día para el recuerdo que subrayó la victoria de Anthony Turgis en la fuga y dejó varios instantes para los incunables del Tour.
El baile de las luminarias, los jinetes del Apocalipsis. Polvo de estrellas. Tadej Pogacar es la más brillante. El Sol. A punto estuvo de quemar a Jonas Vingegaard, al que eclipsó y cegó. El campeón que vino del frío no se derritió. Es sólido. La punta de un iceberg que espera emerger más adelante.
Trató de licuarlo el esloveno entre los caminos de tierra, su paraíso. Dos veces ganador de la Strade Bianche, Pogacar desempolvó lo mejor de su catálogo para hacer morder el polvo al danés. No lo logró. El Visma, insolente su ejercicio de resistencia, sostuvo la candidatura de Vingegaard, plenamente vigente tras los feroces ataques de Pogacar durante el primer bloque competitivo del Tour.
El esloveno conserva la renta intacta con el danés. Tiene 1:15, pero quería más. En ese debate también estuvo presente Remco Evenepoel, que se encrespó con un movimiento lejanísimo para avivar una etapa de fuego. Por un momento, los tres tenores dieron el Do de pecho. Cada uno, a su modo. Padeció Primoz Roglic entre los caminos de tierra, inclementes. A contracorriente, el veterano esloveno desovó junto a los nobles en Troyes.
Pogacar, siempre al ataque
No hubo víctimas a pesar del estrés que provocó Pogacar en cada rincón. Hiperactivo. En ocasiones huérfano de equipo, el todopoderoso líder estuvo un dedo de voltear a Vingegaard, rescatado por los socorristas del Visma, que aplacaron la ira del esloveno en un descenso y en dos tramos de tierra, donde desflecó al danés, que corrió buena parte del trazado sobre la montura de Tratnik. Un pinchazo le dejó sin su bici. La del esloveno le alivió la pena. Un cambio de bici y un equipo que tal vez valgan un Tour. Cada detalle cuenta.
En los caminos labriegos, de esfuerzo, sudor, de manos con callos, Lazkano se siente Pegaso. Caballo de tiro alado. La fuerza bruta que mastica piedras con devoción. El gravel es un aliado del gasteiztarra, lacónico en el habla, precavido, sereno.
Locuaz cuando se trata te aplastar piedras. Una apisonadora con el motor de un bólido. Aranburu, sobresaliente, le acompañó en esa aventura. Eran un sidecar. Compartían misión entre los caminos de piedra y tierra de la Champaña. No había tiempo para beber.
Los viñedos no evocaban días mejores, solo tajo, paranoia y dolor. La angustia, la inquietud y el frenesí de los suelos inestables, las arenas movedizas del Tour. Para encararlas, las ruedas más anchas, especiales, la presión a siete bares entre las vides del champagne de Bar y Aube, el chardonnay que gusta. Bebidas alegres, espumosas y de fiesta que nacen del trabajo duro. De la vendimia. En ese territorio, se corre al asalto, huyendo, para que el miedo pase antes.
El pánico lo quiso provocar el Visma. Los arrieros de Vingegaard tratando de abrir grietas en la armadura amarilla e inmaculada de Pogacar. Polvo y arena. Merienda de tierra. En cada segmento de gravel, un latigazo, una batalla tremenda por la posición. Algunos quedaron taponados. Pie a tierra. En el segundo, Roglic se quedó aislado, a la intemperie en los caminos blancos, un túnel negro.
El esloveno logró suturar la herida antes de que fuera demasiado tarde. Salvó el gaznate. Practicó un torniquete. En ese ecosistema hostil, de pura supervivencia, de sendas que en realidad son trincheras, el azar, la caprichosa fortuna, es un dado que no se puede trucar. Existe la técnica, el buscarse la vida, el refugio del equipo, las fuerzas, el material, pero nadie puede sobornar a la suerte.
Problemas para Vingegaard
Cada tramo de tierra era un llamada al zafarrancho entre el UAE y Visma, pujando por cada pulgada de tierra. Guerreros de terracota. Máscaras de polvo en el rostro. Pinturas de guerra. No había respiro. Solo jadeo y apnea. Vingegaard padeció un percance. Entre el polvo del camino le señaló la mala suerte.
Tratnik le dejó su bicicleta para que pudiera recomponerse. Estaba previsto antes de la salida. El danés, campeón de cuerpo entero, se encorajinó después de subirse a la bici de su colega. Advirtió a Van Aert de su llegada por detrás y el belga, un coloso, le dio la mano para que regresara al frente. La muchachada de Pogacar les exigió al máximo.
El esloveno no se fía del danés. No quiere que crezca durante la carrera. Desea eliminar esa amenaza. Aplicó el manual de fogonazos y metralla. Descargó su furia en un descenso para tensionar a Vingegaard. Abrió una pequeña brecha. La cosió Evenepoel, que comprendió que al líder no se le puede conceder ni una brizna de aire. Jorgenson y Laporte, sherpas de Vingegaard, domaron el conato. Sabía el danés, que era un día en el que se podía perder el Tour. Lo tenía tatuado en su mente desde antes de que el polvo convirtiera la jornada en un infierno blanco.
Ataque de Evenepoel
La locura desatada en cuanto se anunciaba un segmento de gravel. Van Aert sacó el escobón después de los apuros. Vingegaard se posó sobre su hombro. Se reestructuró la coreografía del Visma. Pogacar, en su trono, observaba con condescendencia hasta que Evenepoel se envalentonó en un muro. Disparó las alarmas. Pogacar se frotó los ojos. Vingegaard giró el cuello a ambos lados para dar crédito a lo que estaba sucediendo. Evenepoel quiere el Tour. Billar a tres bandas.
Pogacar se lanzó hacia la estela de Evenepoel. Compartían idioma atacante. Vingegaard encapsuló después al esloveno. Declaración de intenciones. Grupo Salvaje. El trío no se entendió. El belga y el esloveno querían seguir el juego. Vingegaard, que cabalgaba sobre la montura de Tratnik, decidió abortar la aventura.
Piensa en largo. En la tercera semana. Alcanzaron la fuga, para desprenderse después y aguardar a los suyos. Roglic lo agradeció. Era la segunda vez que percibía el filo de la guillotina sobre su cuello. Carlos Rodríguez también dio la bienvenida al enfriamiento.
Genial Alex Aranburu
La electricidad estaba presente en el aire. Cargadísimo. Giraban los aerogeneradores que conferían una escenario aún más opresivo. Mikel Landa y Pello Bilbao no perdían el hilo a la trama, sugerente, frenética, maravillosa. Un thriller. Por delante aún soñaban Oier Lazkano y Alex Aranburu.
Los tramos de tierra eran un suplicio. Un salto al vacío y al caos, a la incertidumbre. A Evenepoel se le atragantó el de Thieffrain à Magnant. Entró mal colocado, lejos de Pogacar y Vingegaard. Tuvo que remontar con un escalofrío recorriéndole el espinazo. Por un momento, la calma se intercaló en medio de una tormenta de piedras chocando contra piedras en un baile tribal, atávico.
Turgis resuelve
Lucía el sol, la temperatura era perfecta, los viñedos peinaban el viento, los pueblos destilaban encanto. En ese momento de degustar los placeres, a modo de una onza de chocolate, Van der Poel, Girmay, Matthews y un puñado de dorsales se fueron a buscar la fuga original. A Lazkano le descartó un pinchazo. Se mantenía firme Aranburu, excepcional, acompañado por Healy, Gee, Pidcock, Lutsenko, Stuyven, Turgis,... Entre los señores de la guerra, una tregua de asfalto antes de que se tiraran arena a los ojos.
Nadie como Pogacar, el más travieso, feliz en su jardín de infancia. Juega con la tierra. Hace castillos. Bandera pirata la suya. Valiente. A todo o nada. Un campeón del tremendismo. Una delicia. Una traca final. Pogacar deslumbró. Otro rayo de luz cegadora. A Vingegaard le salvó del quemazón su equipo. Laporte y un gigantesco Jorgenson reanimaron al danés, sostenido en el alambre. Evenepoel tenía que estirar el cuello, laminado por el esfuerzo. Trallazos de rock&roll. En el baile por la victoria: la acarició Stuyven, la soñó Aranburu y se la quedó Turgis. Detrás, en el núcleo del Tour, el esloveno escarbó para enterrar a Vingegaard y Evenepoel, que aún respiran. Pogacar sacude la tierra.