Los campeones lo son a tiempo completo. También en la ruleta caprichosa del azar. Rui Oliveira, compañero de Pogacar, comandaba el grupo. Era el primero, pero resbaló en suelo, mojado, y se golpeó contra el bordillo de una isleta. Tachado. Pogacar, a unos brazos del portugués, se libró. Esquivó la fatalidad el esloveno.
El Tour que espera el 1 de julio en Copenhague se gana en detalles así. La suerte o la mala fortuna no suele distinguir. Conviene no estar cerca del mal fario y su gesto fruncido. Pogacar silbó su buena estrella. Dejó colgado del retrovisor un cambio del destino y agarró por la pechera la ascensión a Svetina.
Dislocado el equipo por el covid, Pogacar apretó el botón del potenciómetro. Inició su entrenamiento. Una serie. Un juego. Los hilos de la carrera son suyos. El sentido lúdico de Pogacar es la dictadura y el padecimiento del resto. “A Pogacar le gusta correr para el público. Dar espectáculo”, aseguró días atrás a este periódico Joseba Elgezabal, masajista del esloveno.
Pogacar cumplió punto por punto con su credo. No se desvió ni un milímetro de lo que representa su figura. Hizo lo que quiso, cuándo quiso y cómo quiso. Conquistó la etapa y se hizo con el liderato en otra exhibición con aspecto de ensayo para el Tour.
Enfatizó el ritmo Pogacar y se desprendió el decorado de los rivales, puro atrezzo. Solo Majka, su compañero y líder entonces, se subió a la grupa de Pogacar, que lo remolcaba como el mejor gregario. Lo cuidaba con la mirada y le mecía con el compás de la solidaridad.
ATAQUE Y MENSAJE
El resto tuvo que replegarse en la despensa de la impotencia. Pogacar, hambriento, El Caníbal de este siglo, despiezó a Novak y Mohoric. Majka gesticulaba sufrimiento ante el empuje de Pogacar, que colgó al polaco en su aventura a más de 25 kilómetros a meta.
La estampa emparentaba con la imagen de Roglic y Vingegaard en el Dauphiné. Dobles parejas. Vasos comunicante. Los eslovenos no se han cruzado en competición pero hablan a distancia. No se precisan los intérpretes para conocer el contenido de sus mensajes de cara a la Grande Boucle.
El esloveno, en su paseo por las nubes, pizpireto, cargaba con Majka, ahogado. El polaco resistió la subida. Pudo respirar en el descenso porque le dio oxígeno Pogacar, que quiso darle vida. El resto, los adversarios, acumularon medio minuto de desventaja en los parajes de Pogacar, el guía perfecto para recorrer las arterias de eslovenia si uno es capaz de acompañarle.
Dominó la escena el campeón del Tour en una descenso enrevesado, burlón y peligroso, el asfalto a dos tintas, mojado y seco. Pogacar surfeó las curvas. Fluido. Chillaban los frenos de disco, ese sonido que advierte del peligro, de frenadas asustadas. En un momento, a Pogacar se le cruzó la bici, deslizante. Controló el seísmo.
Finalizado el descenso, muy precavido por parte de Pogacar, que piensa a dos semanas vista, al Tour, asomó Nicola Conci para unirse al sidecar del UAE. A Pogacar no le importó demasiado la presencia del italiano. A lo suyo. Corre contra sí mismo porque nadie puede resistirle. Esperaba la subida al castillo de Celje.
EL MEJOR
Buenos recuerdos para Pogacar, que el pasado curso izo su bandera el mismo lugar. El puerto, corto, apenas un par de kilómetros pero con unas rampas ventrudas, retrató a todos. Pogacar habló con Majka. Le pidió permiso para desoxidarse.
El esloveno cargó los hombros hacia delante como para dar bocados a la carretera. Siempre voraz. Se come el futuro y hace la digestión en el presente. Se puso de pie Pogacar. Resorte. Majka se encogió de hombros. Conci, ambicioso, trató de soportar la descarga eléctrica de Pogacar. Se electrocutó.
Pogacar alcanzó la cima en solitario. Despegado de su sombra. Celebró la victoria, el resultado de un entrenamiento. Majka fue segundo. Conci, tercero. El esloveno se vistió del color de su país, verde, el color del líder. Pogacar se divierte en Eslovenia.