En el mundo de los héroes, las gestas siempre tienen un punto de normalidad, de costumbrismo, un barniz pintoresco. Para Tadej Pogacar exhibirse es lo normal. Así es su vida. Convierte lo extraordinario en ordinario. Por eso, después de empaquetar otra de sus prodigiosas actuaciones, disfrutaba de un trago de Fanta naranja como un muchacho en una excursión escolar. Mientras degustaba el refresco con entusiasmo, por detrás, apresurados, asomaban Landa, Carlos Rodríguez y Buitrago con 38 segundos de desventaja.
En ese tiempo, al esloveno le dio tiempo a descabalgar su montura, poner pie a tierra y echar un trago de sabor naranja. Dulce paladar para Pogacar, amargo para el resto, persiguiendo una sombra, una idea, un concepto. En su puesta en escena en la Vuelta a Andalucía, agarró el liderato por la pechera. El esloveno ha disputado dos carreras este curso. Se subrayó con una despliegue descomunal en la Clásica Jaén y repitió pose en la etapa inaugural de la Ruta del Sol. Ningún astro brilla más que Pogacar. Dos de dos. Rey Sol.
Imparable Pogacar
Cuando el esloveno, que es una tormenta, estalló en el alto de Despiernacaballos, desatado su caballaje (antes finalizó la fuga con Omar Fraile y Gotzon Martín), todos claudicaron entre la nobleza. Aparece el mechón rebelde y sin gobierno a través del caso de Pogacar a modo de aleta de tiburón y los rivales se van al fondo a pesar de ser seres alados. El gesto es instantáneo. Un acto reflejo.
Mikel Landa, excelso escalador, Buitrago, Carlos Rodríguez y Enric Mas, que después pinchó, y concedió 1:39, clavaron la mirada en la impotencia. Mas vigilaba la rueda de Pogacar, pero una vez se agitó el esloveno, Mas se plegó en silencio.
Cuando el mallorquín pudo en Italia con él en una cita de finales de curso, el esloveno estaba tres kilos por encima de su peso. Conviene recordarlo. En Despiernacaballos, Pogacar no dio opciones. Lo de siempre. Nadie respondió a su relinche.
El intento de Buitrago
Solo Buitrago soportó la descarga durante un tramo. Le descartó de inmediato el esloveno, los hombros hacia delante, el coraje intacto, la turbina encendida. A todos los quemó tras tostarle en una ascensión de carretera vieja, decrépita y decadente. Sus porteadores: Covi, Majka y Wellens, anunciaron su ataque con un redoble de trompeta. Después sonó la trompeta de la carga de la caballería. Pogacar es una manada de caballos al galope. Una estampida ingobernable.
Cuando Landa, Buitrago, Rodríguez y Mas pestañearon, el tajo era descomunal. Ni la cirugía de urgencia era capaz de taponar la herida. Abrió una falla el esloveno, un gigante con el espíritu juguetón de los niños. Travieso. Trituró los pedales, infatigable, convencido en la parte más arisca de la subida.
No tardó en obtener en una renta por encima de 30 segundos. El cuarteto no podía frenar el ímpetu de Pogacar, que emparenta con el sentido lúdico del ciclismo, pura diversión para el esloveno, tan superior, que da la impresión de ser un querubín que juega a las carreras. Un Gulliver en Lilliput. Pogacar, libre, fuerte, poderoso, es un ciclista sin parangón.
Landa, segundo en la general
El heredero de El Caníbal. “Pogacar es lo más impresionante que he visto en el ciclismo. Yo no he vivido la época de Eddy Merckx, pero no sé cuánto mejor pudo ser. Un chico que es capaz de disputar hoy en día un Tour de Flandes y un Tour de Francia a mí me parece increíble. Me tiene alucinado”, dijo Landa sobre el esloveno en un entrevista con este periódico días atrás. Pogacar reforzó la opinión de Landa. Le concedió más argumentos.
En la corona del puerto, el esloveno era el rey. Mas, el hombre que le discutió en las clásicas italianas del cierre de curos un vasallo, penalizado por una avería mecánica. Landa, Buitrago y Rodríguez entregaron casi 45 segundos. En el descenso no hubo alteraciones. Pogacar, firme, formidable, posó para la foto de la gloria en su encuentro con Santiago de la Espada, donde cortó la Vuelta a Andalucía. La troceó. Pogacar y la nada.