Gran campeón de ciclismo que con sus inolvidables hazañas en el Giro de Italia y en el Tour de Francia hizo soñar a millones de aficionados. Esa frase reza en la peana, que simula una rampa, en la que una estatua en bronce de Marco Pantani, agarrado de abajo el manillar, parece lanzarse hacia el cielo a través de las montañas. La escultura enmarca la inmortalidad de un campeón para siempre, El Pirata. Marco, el hombre del destino trágico, destruido por dentro, falleció por sobredosis hace dos décadas en Rímini, cerca de Cesenatico, el pueblo que se arrulla con el susurro de la mar y el eco de su presencia.
La carrera francesa honró en la salida la memoria del gran escalador en su segunda día de competición. Tierra de Pantani. En Cesenatico un museo homenajea su figura. Nada escapa a ese influjo. Pantani fue el último ciclista capaz de enlazar el mismo año el rosa del Giro y el amarillo del Tour. Fue en 1998. Desde entonces ese logro permanece como un hito que adquiere el tono sepia del los almanaques caducos. Tadej Pogacar, el muchacho que emuló a Pantani en su triunfo en el Santuario di Oropa, persigue ese desafío.
Líder dos años después
En Bolonia, donde venció Kévin Vauquelin desde la fuga, se vistió de líder dos años después el esloveno, pero la gloria final en Niza le queda muy lejos, a un mundo. Se interpone Jonas Vingegaard, de vuelta de la maldita curva de Olaeta. El danés es un gigante. Un ciclista colosal. Sin competir desde el 4 de abril, es el mismo de siempre. Pogacar lanzó su ofensiva en San Luca. Embistió furioso, como una estampida. Vingegaard brotó con ira y se posó sobre él como esos pajarillos que acompañan en la grupa a los rinocerontes.
De nuevo soldados sus destinos. Son indisolubles Pogacar y Vingegaard. Bailan en el Tour como Ginger Rogers y Fred Astaire. Juntos. Los mismos pasos, igual coreografía. Nada tiene sentido el uno sin el otro. En San Luca emergió el Pogacar del Giro y le respondió el Vingegaard del Tour. En ese frenesí, se le vieron las costuras al resto. Compiten el danés y el esloveno en otra dimensión. Inalcanzables ambos.
Más allá de la razón y la lógica, corren en el terreno de la fantasía, en una suerte de Arcadia. Dos unicornios azules. A Remco Evenepoel y Primoz Roglic se les arrugó el rostro. Narices chatas, boxeadas por el esfuerzo. También a Carlos Rodríguez o Mas.
Demasiada agitación. Electroshock. Descarga eléctrica. El belga pudo recomponerse en el descenso y llegó, junto a Carapaz, adosado a los fenómenos, dos extraterrestres que levitan. El resto camina. Dioses contra humanos.
Vingegaard se reivindica
En Bolonia, en la Ciudad Roja, se acaloró el debate por el trono del Tour. Cara a cara. No se se concedieron ni un palmo en el muro de San Luca y se midieron en cada pulgada de un descenso kamikaze entre miradas aviesas. Pogacar es el líder por el puestómetro, pero la respuesta de Vingegaard, formidable, traslada las dudas sobre el esloveno. Es tercero en la general el danés con el mismo tiempo. Empate.
El danés es la certeza de los últimos julios el último día de junio. En el mismo tiempo se acopló Evenepoel, segundo en la general, pero al belga le señaló la ascensión del muro. Cicatrizó la herida con coraje después. Roglic padeció en la empalizada. Carlos Rodríguez, también.
Se dejaron 21 segundos al final, al igual que Pello Bilbao y Mikel Landa tras conceder 40 segundos tras el esprint endemoniado de Pogacar y Vingegaard en San Luca. Reprodujeron su rivalidad el danés y el esloveno. La misma de los últimos años. La suya es una cena íntima. Mesa para dos. El resto debe esperar a una invitación. Apenas una arrancada salvaje fijó la arquitectura del Tour que aguarda.
Campeón de la Corsa rosa, busca la eternidad en el Tour Pogacar. Al esloveno le vitorearon en Cesenatico. Posee el deje de Pantani en ese punto de ciclista romántico que no solo corre para ganar, sino que en ese camino disfruta del viaje de la emoción.
La bandera pirata era la de Pantani. La comparte Pogacar, un ciclista epidérmico. Todo corazón. Así era el pálpito que provocaba Pantani, capaz de generar los episodios más bellos, épicos y recordados de la antología del Giro y del Tour. Un genio atormentado.
Fuga con remate
Eso le distingue de Pogacar, irreverente, juguetón y travieso. Pogacar disfruta siendo una campeón. No le pesa. En Bolonia pesa la cultura, que en realidad sirve para desencadenar al hombre. Estudiar es un acto de rebeldía contra la ignorancia. Suya es la universidad más antigua de Occidente. Por la aulas de la institución, fundada en 1088, pasaron alumnos extraordinarios. Dante Alighieri, Thomas Becket, Petrarca, Erasmo o Copérnico. Personajes que redactaron la historia.
La del Tour se redactaba en San Luca, un muro de casi dos kilómetros y una pendiente media de 10,9% que aguardaba entre paredes de personas. Un estímulo imbatible. El pueblo, entusiasmado, a gritos, sosteniendo la subida a modo de un contrafuerte que sujeta una catedral, bellísima la ascensión, con los pórticos observando. En esa rampa, Roglic le batió una vez. También pudo con él Mas en la última victoria del mallorquín. Eso era el pasado.
Pogacar era otro, el devora hombres del Tour. En el muro se esperaba a Vingegaard, que es más una confirmación que la duda que le sombreó durante meses. El danés reivindicó su figura con una actuación soberbia porque resistió sin mácula el demarraje atroz del esloveno. Pogacar quiso desenmascarar al danés, encontrar una grieta de debilidad. Vingegaard posó con su mejor rostro. Máscara de acero. Impenetrable.
Bardet pierde el amarillo
En Italia, el Tour se abrasa bajo el sol, un enemigo que dispara desde las alturas balas de fuego sin desmayo. El bochorno y la canícula atosigaban otra vez. Se impuso el modo ahorro. Ralentizada la acción. Entre los fogonazos se construyó la fuga, que no atendió Romain Bardet, de amarillo sol en la Grande Boucle.
El hombre que fue dos veces podio en París en la época del dominio de Froome, era feliz. Al fin líder de la carrera que tanto ama y tanto le martirizó, abrumado por las expectativas de la Francia que busca debajo de las piedras de la imaginación al sucesor de Hinault, el último monarca francés del Tour.
Sin la asfixia de lo que pudo ser y no fue, disfrutaba Bardet su liderato, ajeno a la escapada que reunió a una decena de aventureros: Pacher, Laurence, Houle, Oliveira, Vauquelin, Rodríguez, Teunissen, Tejada, Abrahamsen y Jeg. La fuga amasó una fortuna de tiempo.
La nana del pelotón, abrazados los nobles, se alteró con una caída que arañó a De Plus, Van Aert y Jorgenson en una recta ancha. Un gafe parece zarandear al Visma, que en la víspera vio en el suelo a Kelderman. Súbito, el pelotón dejó la mecedora y lijó a la fuga. Comenzaba la persecución en el callejero de Bolonia, la Ciudad Roja. La música de las obras de Lucio Dalla recibió la cacería.
Extraordinario duelo
En el primer paso de San Luca, se agitaron los fugados. Se lanzaron picotazos. Entre la nobleza, el Visma fijó el paso de la escalada. Vingegaard, Pogacar, Carlos Rodríguez, Roglic, Evenepoel o Mas, en el mismo plano. Armisticio. Los pórticos de San Luca, el gentío esperaba con ansia el retorno. Deseaban que saltara la chispa adecuada. Vauquelin abrió su puerta a la gloria desde la primera rampa para posarse sonriente en Bolonia.