La Ley de Bienestar Animal acaba de entrar en vigor. Entre las disposiciones que sí son ya obligatorias se encuentra la relativa a los collares que pueden utilizarse y cuáles no para llevar a nuestros perros sujetos y adiestrarlos.
En el artículo 27 de esta nueva ley, relativo a “Prohibiciones específicas respecto de los animales de compañía”, en su ultimo punto, el ñ , especifica que “se prohíbe el uso de cualquier herramienta de manejo que pueda causar lesiones al animal, en particular collares eléctricos, de impulsos, de castigo o de ahogo”.
Los collares de castigo son aquellos que cuentan con elementos que cuando el perro muestra un comportamiento inadecuado, tirando de la correa enganchada al collar, este inflige al animal un daño suficiente para que desista de hacerlo. Los más clásicos son los de pinchos, los que en su cara interna llevan unas púas que se clavan en la parte anterior del cuello. De esta manera, si el perro tira con fuerza, los pinchos se clavan. Uno de los riesgos es que se clavan en la zona de la tráquea, pudiendo llegar hasta las glándulas secretoras de hormonas y causar problemas metabólicos. Además, pueden crear asociaciones negativas a salir a la calle, a la propia correa a encontrarse cono otros perros y sus reacciones volver más problemáticas.
Los collares de ahogo son simples correas que un extremo llevan una anilla o una lazada por la que pasar la correa y sujetarla al cuello del animal. De esta manera, cuanto más tire el perro más se apretará, ahogándolo. El riesgo es evidente, existe la posibilidad de estrangulamiento y daños en la tráquea además del de asfixia.
Los collares eléctricos y los de impulso tienen un funcionamiento similar. Ambos cuentan con un dispositivo que, accionado por control remoto por el dueños cuando quieren corregir una conducta, desde ladridos a alejarse demasiado, emiten una descarga eléctrica o una serie de vibraciones con el objetivo de corregir, modificar o castigar un comportamiento determinado. En estos casos existe l riesgo de causar serios daños físicos, como dolor agudo por los calambres, quemaduras, estrés y asociaciones negativas.
El consenso general tiende a utilizar el refuerzo positivo como elemento de educación, corrección, adiestramiento y entreno, que se considera más eficaz y menos dañino a todos los niveles que el castigo.
Las criticas de los veterinarios
Hasta su actual prohibición, los collares eléctricos resultaban muy populares entre los dueños de perros para poder corregir comportamientos en los animales, pero veterinarios y etólogos empezaron a avisar de que no todo eran ventajas y podrían llegar a ser contraproducentes. El Grupo de Medicina del Comportamiento de la Asociación de Veterinarios Españoles Especialista en Pequeños Animales (Gemca-AVEPA) ha enumerado algunos de los problemas que puede causar.
De entrada, el primer problema es el impulso eléctrico, elegir la intensidad de la descarga y la duración de la misma. Determinarlo depende de muchos factores desde la resistencia que ofrece la piel del animal, la raza, la humedad de la piel. No hay una tabla que permita calcularlo, por lo que se suele hacer por prueba y error, algo que puede causar más daño que bien. Además, los bornes del collar deben ir bien ajustados, bien apretados a la piel del perro, por lo que por un lado puede acabar causando quemaduras y por otro necrosids de la piel por contacto prolongado.
Otro problema que presenta es que, como todos los premios y correctivos, tiene que aplicarse en el momento adecuado para que el perro lo asocie a un comportamiento concreto, lo cual no es fácil para personas con poca preparación en el comportamiento de los perros. De no ser así, por hacerlo a destiempo, puede asociarlo a otras conductas que no son las que se busca corregir o a entornos y personas ajenas, lo que acabe generando gran ansiedad y estrés.
Además su uso, y sobre todo su mal uso, puede poner en peligro la seguridad de personas y otros animales. Según explican desde Gemca-AVEPA, “los estímulos eléctricos pueden desencadenar reacciones de agresividad, las cuales se magnifican si el animal ya está inmerso en un conflicto o interacción agonística con otros individuos”. También puede aumentar la aversión del perro hacia ese estímulo, empeorando el problema.
Igualmente, el uso de estos collares para el tratamiento de conductas problemáticas es un problema grave ya que no se busca el motivo que está detrás de ese comportamiento, por lo que puede agravarse, esconderse o manifestarse de otra manera, especialmente si su origen es ansiedad, miedo o frustración.