En lo que llevamos de febrero, María Chivite, presidenta del Gobierno de Navarra, ha sido fotografiada así: anunciando la inversión de Flamasats en Aoiz, que creará hasta 250 empleos; posando en Alemania con el director de logística de VW; confirmando en el Palacio de Navarra la declaración de interés foral de la inversión de Volkswagen en Navarra para producir coches eléctricos (1.024 millones de euros); acordando junto a Nordex la apuesta conjunta con Sodena de 30 millones de euros para desarrollar y producir electrolizadores en Barasoain; visitando los terrenos de Sangüesa donde Acciona instalará una planta de hidrógeno verde y subiéndose a los aerogeneradores del parque eólico que, tras una inversión de 157,4 millones, Enerfin está instalando entre Tudela, Corella y Fontellas.
Al mes más corto del año todavía le restan días, por lo que no es descartable que la presidenta vuelva a enfundarse el chaleco amarillo y el casco en algún polígono industrial de Navarra antes de que llegue marzo. En todo caso, semejante hiperactividad, acompañando a otros consejeros a los que ha dejado expuestos ante las malas noticias, contrasta con su práctica invisibilidad por ejemplo ante la huelga médica o el deterioro de Osasunbidea, con listas de espera al alza y peor valoración ciudadana, sobre lo que no se le conocen tantas declaraciones y comparecencias. Si acaso, hace ya unos meses, aquella apuesta por empoderar a las enfermeras, receta muy similar, por cierto, a la que la semana pasada defendía el gobierno de Isabel Díaz Ayuso para solventar el colapso de los centros médicos madrileños.
El protagonismo de la presidenta en materia económica, siempre que sea para bien, por supuesto, nos dice algunas cosas del momento presente y de lo que nos espera en el futuro. Y hasta podría ser una buena noticia si no obedeciese exclusivamente a una lectura electoral: las decisiones económicas que se tomen hoy van a determinar, como nunca en las últimas décadas, la calidad de vida de las futuras generaciones. Y si es la presidenta la que se sitúa frente a todos los focos, será que el asunto es importante.
Porque el mundo está cambiando. Estados Unidos, sin abandonar su pretensión de hegemonía global, ha decidido que necesita fortalecerse internamente y gira hacia el proteccionismo. China estrecha sus lazos con Rusia, quizá para forzar un acuerdo de paz próximo en Ucrania, pero también reforzando un bloque económico, al margen de las democracias occidentales, cada vez más definido. Y Europa, quizá arrastrada por las circunstancias, también parece haberse tomado en serio la importancia de la industria y de la economía productiva como motor económico y garante del bienestar.
Cabe preguntarse qué hace Navarra, dentro de su tamaño y sus limitaciones, ante ello. Ya somos la comunidad más industrializada de España, dirá alguno, y las noticias de las últimas semanas parecen ratificar que la senda actual es la correcta. Pero una mirada más amplia deja una respuesta menos complaciente. Nuestra realidad no es la de hace 20 años y, aunque seguimos siendo el territorio con menor desigualdad y pobreza, nos vamos igualando a las comunidades de régimen común. En renta per cápita, por ejemplo, estamos cada vez más lejos de la Madrid y la CAV, los dos territorios más ricos, y más próximos a la media española. Al actual ritmo no tardaremos en ser superados por Aragón, como ya nos han rebasado decenas de regiones del centro y del este de Europa, mucho más dinámicas en la última década. Y en infraestructuras, donde la competencia es del Estado, el retraso resulta flagrante y muy dañino.