“Aquellas normas básicas que nos daban nuestras madres y nuestras abuelas, se incumplen, y siguen teniendo plena vigencia, por mucho que estemos en el siglo XXI de las nuevas tecnologías”. Es la reflexión que trasladaba a este periódico la semana pasada la Teniente Fiscal de Gipuzkoa, Mercedes Bautista, en relación a la necesidad de adoptar medidas de precaución para evitar que siga aumentando el número de agresiones sexuales.
¿Con el cibercrimen ocurre algo similar?
Lo suscribo al cien por cien. Aquello que nos decían de no coger caramelos a un desconocido o irse con cualquiera, lo seguimos haciendo en la vida real. ¿Por qué no enseñamos a nuestros hijos que de los like no se vive? ¿Por qué no decirles que no se acepte a cualquiera en Internet, que, quizá, no es adecuado tener mil amistades en la red? ¿Por qué no les decimos abiertamente que no descubran su intimidad a la gente? Si no lo haces a pie de calle, tampoco lo hagas en este otro soporte.
¿Qué hace falta?
Tenemos que adaptar nuestros principios y valores a esas nuevas formas de comunicación. Es un aspecto en el que hay que hacer incidencia. Ya no vale eso de decir no entiendo de estas cosas, y como no entiendo, dejo hacer a mis hijos. No. Mi madre tampoco entendía de droga ni de desconocidos (Sonríe).
No hace falta ser un hacker para educar.
No, como tampoco hace falta saber manejar Instagram para decirle a tu hijo que no tiene que hablar con un desconocido, ni en la vía pública ni en la red. Nadie enseña un pecho en la calle porque alguien se lo haya pedido. ¿Por qué sí lo hacemos en la red? Hay que darles las herramientas para gestionar este nuevo mundo, porque si no se normalizan conductas muy nocivas.
Sentido común, por encima de todo
¿No cambiar, por ejemplo, de dirección de email y contraseña durante años es ponérselo más fácil al delincuente?
A decir verdad, yo no lo he hecho, y nunca me ha pasado nada, lo cual no quiere decir que no me pueda ocurrir, puesto que soy usuaria de Amazon y compro on-line. Pero por encima de todo está el sentido común, la sensatez y el buen juicio. Es algo más importante que las destrezas a la hora de manejarnos con las nuevas tecnologías. No hace falta ser ingeniera informática. Hace falta un poco de sentido común, y si algo nos chirría en la red, cuidado.
Hay colectivos vulnerables, como el de los menores, que quizá no han tenido todavía esa trayectoria vital que les dote de ese necesario sentido común.
Pero la Justicia no puede influir en esa fase anterior. La Justicia no educa. La Justicia repara y sanciona. Quiero decir que para cuando nos llega un procedimiento, el perjuicio ya está hecho.
¿Pero las sentencias no son ejemplarizantes?
¿Pero cómo lo valoramos? Tengo encima de la mesa sentencias de pedófilos con 60 años de prisión. ¿Ejemplarizante para quién? Es igual que un robo o un asesinato. Al que ha robado, le castigamos e intentamos reparar el daño causado a la víctima, pero la educación para no robar no la da la Justicia. Debe formar parte de una enseñanza previa. La red, ni se la podemos quitar a los menores, ni debemos hacerlo. Es un instrumento de la vida muy útil que hay que enseñar a utilizar.
La ciudadanía ve en ustedes, al menos, cierto consuelo cuando se ha producido un ilícito penal.
Por supuesto, pero es el último paso, nosotros no podemos revertir la situación. Hay que adelantarse, algo que implica a familias o centros escolares. Hace falta educarles para que esos menores sean en el futuro adultos que saben utilizar las redes.