Un festival de los sentidos. Un ciclismo de corazonadas y entusiasmo. Osadía y tente tieso. Sin red de seguridad. La competición pura. Nada de edulcorantes. A todo o nada. Bestias desatadas. Sólo así puede entenderse el festín del tremendo Van der Poel, el orgullo de Van Aert y el arrojo de Oier Lazkano en la E3 Saxo Classic, 207 kilómetros con 17 cotas y nueve tramos adoquinados. Belleza infinita.
El arcoíris de Van der Poel, espalda de boxeador, pegada de peso pesado, lució, exuberante, en Harelbeke, donde esperaba la lluvia tras una exhibición portentosa del astro neerlandés, que reventó la clásica en el Paterberg, uno de esos lugares de seres mitológicos, un bestiario.
De allí brotó, volcánico, Van der Poel. Allí se trastabilló Van Aert, que tuvo que perseguir hasta que boqueó, y en ese mismo punto se mostró, ambicioso, Lazkano, el clasicómano que viene.
Territorio de indomables. Lo es el gran Oier Lazkano, doctorándose entre los mejores, con el descaro de quien quiere serlo antes de que después. Mastica el gasteiztarra el futuro con los zapatazos del presente. Trallazos de exuberancia, de adolescente que se quiere comer el mundo.
No se arruga. Agigantado Lazkano entre las piedras, el pavés que electrocuta. Ahí es feliz el alavés, en un intensivo de clásicas que le están tallando como un ciclista formidable. Le falta pulirse, detallarse, pero es un diamante en bruto. Una noticia formidable.
Genial Lazkano
De tierras de escaladores, él es un extravagancia. Un ciclista exótico en Euskal Herria. En Bélgica se siente en casa. Van Lazkanen. En esos parajes Flamencos, entre piedras y carreteras secundarias, en los muros de culto, Lazkano encuentra el altar en el que sacrificarse al máximo. Le distingue la capacidad, extraordinaria de entrega, de limar los límites.
Muerde Lazkano, que no es sólo una caballo de tiro. No conviene subestimarle. Sabe interpretar y leer las carreras, también conoce cómo debe de competir. Perfecto gestor de sí mismo. Por eso, antes del Paterberg, Lazkano se agitó para adquirir ventaja y ganar aire ante los depredadores. Ese movimiento táctico habla de su capacidad de análisis. Se anticipó.
Decisivo Paterberg
En el Paterberg sucedió todo. Lazkano entró junto a Narváez con unas migas de esperanza. Rugió entonces Van der Poel, el brutalismo. Pintado de todos los colores, los del arcoíris de campeón del Mundo, impuso su dictadura. Bestial, una estampida, aceleró por el canalón, para evitar el pedregal que tanto descoyunta las voluntades, que convierten el esqueleto en una maraca.
Van Aert, en la tripa del grupo, observó el despegue del neerlandés, pero su colocación no era buena. Acción-reacción. Sucedió que el belga patinó cuando trato de ganar el centro del Paterberg para adelantar a Küng.
La rueda no traccionó y Van Aert se fue al suelo. En esa secuencia se le apagó la vela de la victoria, aunque luchó por mantener esa llama con coraje. En la París-Roubaix le sucedió algo similar cuando despegó Van der Poel. El neerlandés, desatado, agrandó su empuje.
Lazkano, aniquilado por tantos esfuerzos, tuvo que dimitir y encontrar refugio en el grupo perseguidor. Allí se instaló Van Aert, que elevó el mentón del orgullo en el viejo Kwaremont.
Con la muleta de Jorgenson, el belga quiso batirse en duelo con Van der Poel. El pulso entre ambos, un debate que tiene su origen en la infancia y el barro del ciclocross, resultó una oda a la grandeza.
Pulso formidable
Van der Poel empujaba y Van Aert percutía. Era un doble bombo de intensidad y virtuosismo. El esfuerzo, conmovedor, honraba el ciclismo a cada palmo. El belga lijó al neerlandés, hasta tenerlo a un vistazo, a una docena de segundos. Una lucha titánica entre dos colosos.
Dos clasicómanos formidables que no sólo medían sus fuerzas, también su resistencia mental y su estatus. La capacidad de competir en el más allá. La cuerda se tensó hasta que Van der Poel, en solitario, quebró el cordón umbilical. Reventó al belga.
Van Aert, obstinado, no cedió. Los grandes campeones se miden en la derrota. No se trata de cuántas veces se cae uno, sino de cuántas veces es capaz de recomponerse. Era la victoria de los vencidos. Un acto heroico. Lo sencillo hubiese sido recogerse en el calor del grupo.
Ni la lluvia le hizo cambiar de idea. Nada de arrogancia. Autoestima y dignidad. Se vació. Stuyven, que salió del grupo, le sometió. Por delante, el neerlandés saludó la victoria con aire marcial. Impuso su dictadura. Imperial. Portentoso Van der Poel.
Axel Laurence se impone al esprint en la Volta
A la espera de lo que suceda este sábado en la etapa reina de la Volta, que presentará en sociedad la ascensión a Pradell en un día marcado por la montaña, Axel Laurence se impuso al esprint en la quita jornada de la carrera. Fue una etapa de transición para los jerarcas de la Volta, con la atención puesta en las alturas que les esperan.
Se ascenderán el Coll de la Batallola, el Collet de Cal Ros, el temible Coll de Pradell (HC) y el Collado de Sant Isidre antes de encara la meta en Queralt. La general continúa despejada para Pogacar, de exhibición en exhibición en lo que va de carrera. El esloveno mantiene una comodísima renta sobre Mikel Landa, que está completando una gran actuación.