Osasuna tuvo una presentación espectacular en la Liga. Un inicio inmejorable de campeonato además frente un contrincante de primer nivel, al que se le amontonaban estrellas en el banquillo y en casa. Equipo ambicioso y ordenado, con las ideas claras y generoso en el esfuerzo, Osasuna ha encontrado nuevos aliados para la mejoría. Arrasate, que sabe que puede aprovecharse de un bloque hecho, con futbolistas ya expertos en Primera División, repensó el equipo a partir de algunas incorporaciones y dotó a su alineación de una calidad apreciable. Las posibilidades del juego de los rojillos en el último tercio del campo se ha visto dotado de indudables argumentos que le llevan a la mejoría y que, aunque solo sea el inicio del campeonato, van a poner cara la titularidad de los ocupantes de los puestos de la segunda ola del ataque.
La gradación del análisis del primer partido permite hablar de un Osasuna con un buen tono general, con protagonismo de algunos en las jugadas decisivas –el Chimy estuvo atento en el primer gol y el pase de Rubén Peña fue una delicia–, pero hubo un par de futbolistas quizás por encima de todos por lo que desprendieron para el grupo.
Moi Gómez, el fichaje procedente Villarreal, se presentó ante su público como un futbolista de largo recorrido –fue de los que más corrió en el partido– y filigrana con la pelota en los pies. Los técnicos de Osasuna querían un jugador que aumentase la calidad en los últimos metros, cuando se tejen las complicidades y se decide al camino hacia el gol, y el alicantino se mostró como un dinamitero de la zona. Capaz de golpear por igual con la derecha y la izquierda –un disparo con la zurda se marchó al poste y con la diestra obligó al portero del Sevilla a estirarse–, resulta que es un gran suministrador de balones en corto y en largo, siempre en la antesala del área grande.
Sin embargo, en la cúspide del primer partido está por méritos propios en el primer partido Aimar Oroz. El chaval de 20 años –cumple 21 en noviembre– se coló en la titularidad de forma silenciosa y asaltó el papel principal. Primero como acompañante del Chimy, donde se vació en el trabajo incómodo, y después como gestor del juego desde unos metros más atrás, los que conocían las excelencias del canterano en las categorías inferiores no se sorprendieron y los que lo vieron en acción por primera vez el viernes se quedaron obnubilados por su aparición. Con criterio con la pelota y seguro, también enseñó que entiende el fútbol sin el esférico y que el juego va más allá de dar el balón, sino que hay que continuar –el córner previo a la jugada del penalti lo provoca su entrada en el área como un nueve–. Si además las estadísticas dicen que acertó en todos los pases y encima anotó de penalti el gol decisivo, el estrellato queda para Aimar. Uno de los nuevos galácticos que hay aquí.