El presidente ruso, Vladímir Putin, anunció ayer un incremento del número de soldados que integran su Ejército justo cuando los ucranianos y sus aliados occidentales esperan un inminente cambio de estrategia de Rusia ante la estabilización del frente, especialmente en el este del país.
El Ejército ruso contará a partir del 1 de enero próximo con 1.150.628 soldados, 137.000 más que ahora, en un momento en el que Moscú es incapaz de cumplir con su objetivo de “liberar” Donbás y doblegar la resistencia ucraniana en el sur.
Con el decreto presidencial, el próximo año la plantilla de las Fuerzas Armadas, formada también por personal civil, superará los dos millones de personas, aunque poco más de la mitad serán soldados.
Desde hace ya un par de meses tanto la inteligencia ucraniana como la occidental denunciaron que el Ejército ruso sufría una acuciante falta de hombres, problema que se ve agravado por la negativa del Kremlin a declarar la movilización general.
Esto motivó la creación de decenas de patrullas de voluntarios, algunos de los cuales ya han sido desplegados en el este y el sur de Ucrania, aunque con escaso impacto en la marcha de la ofensiva rusa.
El hecho de que la medida no entre en vigor hasta 2023 podría significar el reconocimiento de que la campaña militar se alargará hasta el próximo año, ya que el invierno es un factor decisivo en esta parte del mundo, como se demostró con Napoleón en 1812 y Hitler en 1943-45, cuyas fuerzas invadieron Rusia, pero después fueron derrotados.
Aviones rusos en la frontera
Según informó ayer la Fuerza Aérea ucraniana, Rusia cuenta en la frontera con más de 400 aviones y unos 360 helicópteros, de ellos 150 de asalto como los Ka-52. La amenaza de un ataque a gran escala con ocasión del Día de la Independencia de Ucrania y los seis meses de combates no se consumó, aunque la aviación rusa sí efectuó casi 200 vuelos, incluidos con bombarderos, muchos de los cuales no conllevaron el lanzamiento de misiles.
El ataque más significativo perpetrado por Rusia tuvo como objetivo una columna militar en una estación de tren en la región de Dnipropetrovsk, que habría causado más de 200 bajas mortales al enemigo, según el Ministerio de Defensa.
Kiev denunció que el ataque iba dirigido contra civiles y ha causado la muerte de 25 personas, incluidos dos niños de seis y once años.
El portavoz de Defensa ucraniano, Yrik Sak, comentó que las informaciones de Moscú sobre 200 soldados ucranianos abatidos era una “mentira más” procedente de un “país terrorista”. Agregó que en estos 183 días de combates solo cinco de cada 100 objetivos atacados por el enemigo eran militares, lo que confirma que Rusia “es un país que no sabe luchar y que, en cambio, confía en el terror”.
La falta de verificación independiente complica cualquier tipo de aclaración externa sobre estos hechos, aunque Naciones Unidas sí da por hecho que en Chapline murieron víctimas civiles, incluidos niños. La coordinadora humanitaria de la ONU en Ucrania, Denise Brown, se mostró “impactada” por las informaciones que llegan desde la zona y señaló que el ataque sobre la estación “solo es un ejemplo más del nivel de sufrimiento que la guerra está provocando sobre la población”.
Brown alertó de la intensidad de los bombardeos de los últimos días y recordó que todas las partes, “sin excepción”, deben cumplir con sus obligaciones y dejar al margen del conflicto a la población y a las infraestructuras civiles.
Por su parte, la organización Human Rights Watch acusó a Rusia de utilizar ampliamente en Ucrania municiones de racimo prohibidas por el derecho internacional.
Mientras, el Ejército ucraniano prosiguió con sus acciones de sabotaje contra las cadenas de suministro rusas sobre el río Dniéper en la región sureña de Jersón, donde volvieron a martillear el puente Antonovski, lo que impide su reparación.