Debe ser duro haber anunciado a bombo y platillo que te casas en junio, haber mostrado un reluciente anillo de compromiso, y que 24 horas después un vídeo demasiado oportunamente filtrado desmonte al príncipe azul hasta que todo quede en la peor pesadilla para una mujer enamorada, o al menos eso decía Tamara Falcó. Y esa pesadilla es la infidelidad, que provocada por una de las dos partes de la pareja suele ser una historia conocida –de hecho, se da muchísimo–, pero no suele pasar de un entorno cercano. Claro que este no es el caso de la marquesa de Griñón. Ella es conocida, muy conocida, desde la cuna, y ha hecho de su vida un negocio, lo mismo que su madre. La presunta o no presunta infidelidad de él se ha convertido en un debate. Un debate entre televisiones.
Mientras el grupo Atresmedia ha cerrado filas en torno a la hija del marqués de Griñón, en Mediaset casi la han despellejado y la han llamado pija y caprichosa. Que lo es, qué duda cabe, aunque poco tenga que ver esto con el asunto central.
El caso es que desde hace más de un mes en muchos foros, desde luego también catódicos, no se habla de otra cosa que de la ruptura de Tamara Falcó e Iñigo Onieva. La familia de ella ha sacado las uñas e Isabel Preysler no ha dudado en aconsejar a su hija –sabido es que ella tiene mucha experiencia en cuestiones de amoríos–. La de él se ha visto asediada por los medios del corazón especialistas en el morbo descarnado. Pero al final, este amor, igual que otros, estaba sometido a las reglas que marcan los negocios y las exclusivas.
Echando mano del cinismo más básico, la llorosa Tamara del principio de este drama ahora está más feliz que una perdiz hablando de esas cuestiones religiosas que, dice, a ella le han curado el alma, aunque a muchos sus rancias opiniones al respecto les cabreen sobremanera. Y tampoco le va a venir nada mal en cuestiones económicas esta ruptura amorosa: se ha convertido en objeto de deseo de los medios y puede rentabilizar toda su historia. Incluso podría escribir un libro de esos donde a la vez que se narra un hecho demoledor en la vida, en este caso que pilles a tu noviete besuqueándose con otra, cuentas también cómo lo hiciste para superarlo, cómo lograste sacarte de la cabeza al amor de tu vida... Mejor no seguir.
Lo que resulta inexplicable es que cuando peor va la economía, cuando los precios suben y muchos no saben cómo llegar a fin de mes, cuando una guerra está poniendo en jaque al mundo, medio país se preocupe por lo que le pasa a la nueva reina de corazones, título por cierto heredado por parte materna, ya que el aristocrático, el de marquesa de Griñón, viene de la paterna. ¿De verdad es necesario hablar tanto de la beata Tamara, cuya estudiada memez enternece a muchos, y del villano, entre comillas, Onieva?
Desde hace ya unas semanas este tema se está colando entre las noticias sobre la renovación del CGPJ, las preocupantes informaciones sobre los planes de Putin o las nuevas normas de jubilación, entre otros temas que desde cierta ignorancia pensábamos que preocupaban a la ciudadanía. Pero no siempre es así. ¿Qué haríamos sin una Tamara Falcó en nuestras vidas? Seguramente aburrirnos como ostras. Ylas teles tendrían menos audiencia.