Tras el rostro televisivo hay una historia, que es precisamente lo que va a compartir con sus seguidores Carlos Sobera en A contracorriente, una autobiografía en la que narra sus primeros años de vida, sus primeras incursiones en la televisión y sus experiencias más personales. De esto, y de su éxito con First Dates y el resto de programas en los que triunfa en prime time, ha querido hablar con nosotros el ilustre barakaldarra.
¿Cuánto tiempo le ha llevado escribir ahora este libro?
Me ha llevado más tiempo el pensar cómo iba a estructurarlo, sobre qué iba a hablar y sobre qué no, que el escribirlo. Luego ha sido relativamente más fácil, pero fácilmente he estado un año con él.
Es verdad que profesionalmente lo conocemos mucho. Personalmente tal vez no tanto. ¿Cuesta lanzarse a hablar de uno mismo?
Cuesta, y lo que es verdad que he notado es que es un ejercicio muy reconfortante, porque de repente empiezas a pensar en lo que vas a escribir -y no te cuento ya cuando empiezas a escribirlo- y lo que escribes te lleva a multitud de recuerdos, personas, circunstancias..., que ya las tenías como amortizadas. Y vuelven otra vez a primera línea y te ayuda a conocerte un poquito más, a saber en su momento por qué hiciste las cosas y por qué no, por qué se te escapó aquella chica o aquel trabajo... Es un ejercicio interesante, pero es verdad que cuesta, sobre todo cuando eres como yo, que soy muy pudoroso.
Ahora que ve plasmados sobre el papel todos esos recuerdos, anécdotas, experiencias..., ¿qué sensaciones tiene?
La sensación es que ha sido hasta hoy, y espero que siga siéndolo mucho tiempo, una vida muy divertida, llena de vivencias muy buenas -algunas extraordinarias-, y creo que con una grandísima fortuna. He tenido mucha suerte siempre. Entonces, me he sentido agradecido con el destino porque me ha tratado muy bien creo yo.
Aquí vamos a tener la oportunidad de conocerle desde su más tierna infancia hasta la era actual. ¿Cuál cree que es la anécdota que más va a sorprender a los lectores?
En lo malo, probablemente sea cuando cuento mis últimos años en la etapa de atresmedia, en ese momento en el que si no me lo dicen claramente, me insinúan que soy un presentador amortizado, y mi reacción y mis sentimientos, porque ahí sí que me desnudo. Y en lo bueno, yo creo que habrá anécdotas que llamarán la atención, como cuando negocio mi caché al incorporarme a Al salir de clase, que yo no creía que me pudieran pagar ochocientas mil pesetas.
Viniendo de cobrar 200.000...
Claro, y siendo profesor de Universidad.
De su infancia también puede llamar la atención ese profesor...
¿El Botijo o el que pegaba?
Especialmente el que pegaba.
Bueno, yo creo que ahí muchos españoles de mi edad se van a sentir plenamente identificados, porque los que vivimos la educación nacionalcatolicista en los sesenta tuvimos algún profesor (afortunadamente, no todos) que ejercía el refrán de que con sangre la letra entra, y tenían todo tipo de varas y te daban todo tipo de golpes. Mucha gente se va a ver reflejada, porque ha pasado por lo mismo exactamente igual. Yo porque, y lo digo en el libro, tuve una familia maravillosa, pero aquel año sufrí tanto en el colegio que si llego a tener unos padres del mismo perfil habría sido mi hundimiento. Menos mal que mis padres compensaban.
Usted además dice que ahora es algo que se toma con cierto humor, pero que nunca se olvida, que sigue ahí.
No. Ahora me lo tomo con humor y hasta me veo como un prevaricador ofreciéndole cromos al profesor a ver si consigo salvarme de las estocadas. Pero es verdad que cuando lo sufres, cuando sufres la violencia, la agresión, y tienes una mente además tan tierna, las consecuencias pueden ser terribles.
Si lo tuviera ahora delante, ¿qué le diría?
Nada. De hecho, lo llegué a tener delante y no le dije nunca nada. No le diría nada, porque ya me curé de aquello muy pronto, pero si se hubiera repetido el mismo modelo en cursos avanzados igual me hubiera quedado una experiencia más... Ahora, me pareció oportuno el hablarlo porque también es necesario hacer justicia con el país que nos tocó vivir. Tuvo cosas buenas y cosas no tan buenas.
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Cuando se fue de Barakaldo, ¿cómo vivió esas primeras aventuras en la gran ciudad?
En Madrid la verdad es que yo me sentí integrado prácticamente desde el principio, desde que fui a hacer Al salir de clase en el 97 estuve tres años largos viviendo de alquiler, conociendo la gran ciudad, saliendo de día, noche y tarde, conociendo gente..., y me sentí muy integrado.
De todos modos, después de leer el libro, la pregunta es obligada. ¿Es cierto que no le gusta ni el pescado ni el kalimotxo?
El kalimotxo no me gusta nada. El único pescado que no me gusta nada es el bacalao, pero creo que es culpa de mi ama, que cocinaba de maravilla pero el bacalao lo hacía muy salado. Tampoco sé nadar, eso también te lo digo, y no me gusta ni el frío ni la lluvia. Con lo cual, soy el antirrepresentante euskaldun (risas).
Además de Al salir de clase, ese primer gran proyecto, encontramos otro como Quién quiere ser millonario, que cuenta que murió de éxito, que igual se sobreexplotó un poco.
Igual no. Se sobreexplotó. Era una época en la que no había miramientos ninguno, y estábamos a diario de lunes a sábado, y estábamos en el prime time de los jueves, los sábados y los domingos. Entonces, hubo un momento en que lo bueno gusta pero cuando te lo dan en demasía empacha. Y sí, ahí tuvimos una decadencia por exceso de éxito.
Pero sin duda, un sitio en el que le hemos visto en su salsa, es Date el bote.
Sí. No tendría que haber cobrado nunca por hacer ese programa. Tenía que haber pagado. Era como ir al psicólogo, una cura de risoterapia absoluta. Y mira que me metía palizas, porque me levantaba a las 5.30 horas de la mañana en Madrid, iba al aeropuerto, cogía un avión y llegaba a Bilbao. En Bilbao cogía un coche y me venía a Donostia a grabar. Pero era feliz y me lo pasaba muy bien. Me reía muchísimo con los concursantes. Era divertidísima su actitud, sus respuestas, y fue genial.
Y hoy sigue siendo viral.
Yo alucino. Han pasado catorce años desde que acabó, veinticuatro desde que empezó, y sigue siendo viral. Es una pasada.
El amor en 'First dates'
En su autobiografía encontramos más de un guiño a otra de sus grandes pasiones, First Dates. Con 20 años de relación a sus espaldas, tantas vivencias..., ¿qué consejo le daría a todas esas parejas que se acercan al programa?
Fundamentalmente, les daría el consejo de que antes de tomar cualquier decisión escuchen a sus parejas. A mí, cuando llegan a las mesas, les digo: “No os empeñéis en contarle todo a la persona que tenéis enfrente. No seáis plastas ni egoístas. Escuchad”, porque a través de eso hay muchas más posibilidades de crear mimbres para una buena relación. Eso y que no coman espaguetis, por dios. Porque cada vez que comen espaguetis se pringan. No comáis espaguetis.
¿Qué plato recomendaría de la carta?
Cualquiera menos espaguetis. Hay un solomillo que está riquísimo, y hay unas cremitas también... La verdad es que están muy bien.
Una pregunta un poco más complicada. A la hora de pagar en esa primera cita, ¿qué hay que hacer?
Invitar siempre.
¿O pagar mitad y mitad?
No, yo eso de pagar mitad y mitad... Hay que ser cortés, pero eso ya no solo como pareja, sino con un amigo. Estamos hablando de una primera cita, y lo lógico es invitarle. Hay que ser cortés, caballeroso, educado... Hay que tener atenciones hacia la otra persona, sobre todo si quieres conocerla y saber si va a ser tu pareja ideal.
¿Hay alguna cosa que nos pueda indicar que esa primera cita va a acabar en segunda cita?
Yo creo que las primeras impresiones son siempre muy buenas. Cuando yo llego con el chico, si está la chica en la barra o viceversa, fijarse en la cara de quien recibe es fundamental porque se les nota en la mirada la impresión devastadora o satisfactoria que le causa la persona que les hemos elegido. Si se han desilusionado, si puede ser alguien que les atraiga... Se nota enseguida. Y cuando están hablando por la manera en que se comunican y por cómo fluye la comunicación sabes si eso puede llegar a buen puerto. Luego, aun así, puede no ir. Pero ahí ya se puede, con un 80-90% de probabilidad de no equivocarte, de decir si va a funcionar o no la relación.