La decisión está tomada. Tras varios reuniones, toda la familia está de acuerdo en tener un perro en casa y que debe ser adoptado. Y aunque un cachorro podría ser muy divertido, prefieren un adulto que ya tenga los principales hábitos de una casa con humanos adquiridos. Pero entonces surgirá la primera duda: ¿y el nombre?, ¿tendrá nombre?, si lo tiene ¿se lo podremos cambiar?
Esta inquietud es totalmente normal. Y la respuesta es sí, se puede cambiar. Habrá que trabajarlo un poco hasta que se acostumbre, pero se puede conseguir. Ahora bien, ¿merece la pena? En principio so dos las razones para cambiar el nombre a un perro, la primera es la ya mencionada adopción y la segunda que se le quiera cambiar de nombre porque ya se han cansado de él o ya no cuadra con sus características.
Una cosa que hay que tener clara con respecto a los nombres y a los perros, es que para ellos el nombre no es una identidad, es solo una llamada de atención, una especie de orden para que atienda a quien la pronuncia. Por ello, le da igual que se le identifique como Boby, Beltza o Señor Patas, que digamos que es su nombre. Él cuando oye ese sonido lo asocia a “tengo que prestar atención, tengo que ir”. Lo complicado va a ser que aprenda, que adopte la nueva voz de llamada.
Pero se puede hacer, con paciencia, trabajo y refuerzos positivo se logra.
Hay quien asegura que este cambio puede ser hasta positivo si el perro viene de un entorno turbulento, donde ha sufrido maltrato y en el que asocie su nombre, ese sonido con golpes y castigos. Otros afirman que no es necesario, que con cariño, buen trato y paciencia, el perro acabará confiando en su nueva familia y el nombre no le supondrá una carga.
A por un nuevo nombre
Si al final se decide por el cambio, lo primero es elegir cuál va a ser. Para ello y para facilitar el tránsito, sería aconsejable que el nuevo nombre tuviera cierta similitud con el anterior, que tenga, por ejemplo las mismas vocales (Luna por Puma), que suene parecido (Pluma por Puma), que comience o acabe por la misma sílaba (Sansón por Santo). El nombre debe ser corto, de una o dos sílabas. No debe ser ni parecerse al nombre de otro miembro de la familia, ni tampoco a alguna voz mando como “no”, “sentar”, “toma” o “ven”. Una vez decidido, tenerlos todos claro y no emplear diminutivos ni variaciones cariñosas mientras dure el proceso de aprendizaje.
Una vez decidido, comienza la enseñanza. La principal herramienta es el refuerzo positivo, premiarlo con chucherías y caricias cuando lo haga bien. Cada vez que nos mire, se nos acerque o nos preste atención cuando pronunciamos su nuevo nombre, chuche y caricia. Varias veces al día hacer sesiones cortas pero intensas con esta finalidad en lugares donde no haya distracciones. Se trata de que asocie el nombre con un momento placentero. De vez en cuando llamarlo mientras esté a otra cosa, y si hace caso, premio y caricia. Durante los paseos, mientras va con la correa se le puede llamar y si no hace caso dar un leve tironcillo para que nos mire. Si lo hace, otro premio.
Superada esta fase, comenzar a retirar los premios y darle solo las caricias. Empezar por ofrecérselas una vez de cada dos e ir espaciándolos poco a poco. Al final ya no harán falta.
El éxito de todo este proceso, que puede ser largo ya que se trata de reprogramar una orden, debe ser continuada, persistente y sin flaquezas ni enfados. Eso sí, una cosa que hay que evitar por todos los medios es la de usar su antiguo nombre, le puede causar confusión. Si se toda la decisión, se mantiene.