¿Qué significó acudir a la fiesta del Centenario?
–Me enteré por casualidad, por la hermana de un compañero mío de clase, pero mucha de la gente de mi quinta no se enteró. Tenía que tocar al día siguiente en Redondela, Galicia, y me organicé para poder ir. Fui a Donostia en coche y al día siguiente hice un montón de kilómetros porque quería estar ahí. Al doscientos aniversario no creo que llegue así que había que ir. Tenemos mucho cariño a ese colegio. Mantenemos contacto entre la gente de clase. Yo, por ejemplo, cogí una taza de recuerdo para un compañero que ha pasado por un mal momento personal y que no pudo asistir. Éramos una clase muy peculiar, pequeña, de poco más de veinte alumnos y nos llevábamos muy bien. Los profesores nos ponían de ejemplo, cosa que nos creaba enemistades con cursos más folloneros. Esa clase tenía un nivel muy bueno. Yo me dediqué a la música y soy el raro, pero salieron ingenieros, médicos, abogados, catedráticos, gente de mucho mérito, algo que tiene mucho que ver con la educación que recibimos.
A Ramón Arroyo tampoco le han ido nada mal las cosas, ¿no?
–En realidad, la música era un hobby y mis padres me decían que estudiara lo que quisiera y que dejara la guitarra para el verano. Vine a Madrid a estudiar y al final acabé tocando. He tenido la suerte de hacer lo que me gusta, trabajar con gente que hace una música que me encanta y llevar muchos años. Mi grupo es de los más duraderos, que no es fácil. Ya es difícil tener éxito, pero mantenerse es mucho más complicado.
¿Qué supuso para usted estudiar en el Deutsche Schule?
–Varias cosas. En mi época solo había dos colegios laicos y mixtos, que eran el Liceo Francés y el Colegio Alemán y en ambos aprendías un idioma en condiciones porque la enseñanza de los idiomas en aquella época era bastante limitada. Aprendimos inglés con los alemanes y con los españoles, francés. La educación de humanidades también era muy buena. Y era un colegio mixto. Separar a chicos y chicas en la enseñanza, cuando vamos a vivir juntos una vida, me parecía una barbaridad. Los profesores de ahí te daban una visión del mundo, de la historia, y los alemanes, otra. Nosotros no estábamos en Europa y los alemanes, sí. Te contaban otras cosas y te daban puntos de vista diferentes y todo eso, desde un punto de vista cultural, es enriquecedor.
¿Eran muy estrictos los alemanes?
–Sí lo eran, pero también los colegios de curas y monjas. Era disciplina alemana pero no era algo exagerado. El director era alemán. Cuando la unificación de las dos alemanias, aquello le costó mucho dinero a la Alemania Federal y hubo un recorte de ayudas. Fue entonces cuando los padres del alumnado crearon una cooperativa para conseguir que el colegio sobreviviera.
¿Guarda algún recuerdo especial?
–Muchos. El viaje de fin de curso siempre era a Alemania. Al curso que le tocaba viajar hacía bocadillos y los vendía en el recreo para financiarse el viaje. Ni avión ni nada. Fuimos en un autobús atravesando Francia y luego volvimos por Italia. Ahora es mucho más fácil viajar. Los estudiantes hacen intercambios con cualquier país. En aquella época lo de viajar no era ni fácil ni barato.
¿Y de algún profesor o profesora?
–De muchos. Rosario Guereca, de Lengua y Literatura por ejemplo. Cuando a un profesor le gusta lo que hace, lo enseña y lo transmite, eso hace que todo sea más fácil y que ames esa asignatura. También un jefe de estudios, que era el profesor de dibujo, Werner Gronau. Lo malo es que tenía un pronto importante. Cuando se enfadaba, lo hacía mucho. Y los alemanes cuando se enfadan, asustan un poco. Ahora en los colegios la enseñanza es más próxima. Entonces el profesor tenía una autoridad. No le podías contar cualquier cosa. Guardo buen recuerdo en general de todos. La música, por ejemplo, tenía más importancia que en los colegios españoles. Un año vino un curso de nuestra misma edad de Alemania y dieron un concierto de música clásica. Pero es que casi todos los profesores tocaban un instrumento. En la fiesta de fin de curso, el profesor de inglés tocaba el contrabajo, el de música, el piano. uns profesora, el violín. Teníamos una educación musical mejor que cualquier colegio.
Y del idioma, ¿qué me dice? ¿Se expresa en alemán si es necesario?
–Me gusta mucho Berlín. Cuando voy ahí, lo utilizo. Pero lo que más utilizo es el inglés que nos enseñaron los alemanes. El Alemán lo tengo más oxidado, pero está ahí. Cuando tengo que hablar con alguien, me vienen las palabras y te das cuenta de que has estudiado mucho.