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Real Sociedad | A por ellos de Mikel Recalde: campeonar

A por ellos
Real Sociedad | A por ellos de Mikel Recalde: campeonar
Real Sociedad | A por ellos de Mikel Recalde: campeonar

campeonar: ganar un campeonato, según el diccionario de americanismos. Aquí lo utilizamos poco, pero lo conjugamos así: yo campeono, tú no campeonas. Como se suele decir en el tenis, hoy mismo se van a disputar multitud de encuentros y la mitad de sus jugadores van a perder. Ni más ni menos. Cara o cruz. Así son las finales. La cuestión es que hacía mucho tiempo que desconocíamos la presión, la ilusión, la tensión y, por qué no decirlo, el miedo, el enorme miedo que te generan. Sobre todo cuando tu contrincante en la gran noche que llevas esperando durante tres décadas es nada más y nada menos que tu eterno rival.

Todo lo sucedido en torno al que iba a ser el mejor derbi de la historia daría para otro cuento del siempre genial Fontanarrosa. Con las eliminaciones de Madrid y Barcelona en cuartos, el pase en semifinales mientras ya nos estábamos retando antes de tiempo, y que, ya cuando nos habíamos desafiado en un duelo a vida o muerte aparece una epidemia mundial que retrasa un año el encuentro con todo lo que conllevó. La Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia fue un juego de niños al lado de lo que tuvimos que soportar durante la tensa espera cuando el adversario dispone de mucho más músculo para casi todo. Sin exagerar.

En su célebre relato titulado 19 de diciembre de 1971, Fontanarrosa inventa una historia de ficción con motivo de la semifinal del Torneo Nacional de ese año, que enfrentó a partido único en el Monumental de River situado en Buenos Aires a los dos archienemigos rosarinos, Newell's Old Boys y Rosario Central, que resultó ganador por 1-0 gracias a la palomita de Poy (remate en plancha de cabeza): "Si llegamos a perder, mamita querida, nos teníamos que ir de la ciudad, mi viejo, nos teníamos que refugiar en el extranjero, te juro, no podíamos volver nunca más. Acá no se iba a poder vivir nunca más con la cargada de los leprosos putos, mi viejo". Con limitaciones lógicas verbales, porque nuestra rivalidad no es tan encarnizada, las horas y sensaciones previas que describe me recuerdan sobremanera a lo que vivimos en aquella maldita cuenta atrás interminable. No hay más que comprobar la herida abierta que mantienen los vecinos después de su gran derrota y el atinado concepto de para siempre, que explica muy bien dentro de una entrevista, en la que no puede respetar más al vencido, Asier Illarramendi: "No era lo mismo enfrentarte a otro rival que al Athletic. Porque el resultado va a ser para siempre. Si hubiésemos perdido, cada vez que nos hubiéramos enfrentado a ellos, nos habrían recordado pero nosotros ganamos el más importante".

Aunque parezca mentira, todavía son muchos los vecinos que ponen en tela de juicio el triunfo de la Real, catalogándolo como una victoria del tuerto en el país de los ciegos. Pobres, no han entendido nada. Una vez más les tendremos que explicar que, a pesar de que la superioridad txuri-urdin era evidente (una distancia de diez puntos en aquel momento en la tabla), don Imanol Alguacil, que se consagró definitivamente con su exhibición en la pizarra ante uno de los mejores estrategas españoles, interpretó que su juego desde atrás basado en la posesión podía convertirse en una trampa mortal frente al equipo de la Liga que mejor presiona y contrataca tras recuperación en zona adelantada. Por lo tanto, como ya había comprobado en el último duelo del año anterior disputado en San Mamés, con otra victoria realista también por 0-1, optó por no arriesgar mucho y entregarle el balón para ver de lo que era capaz de hacer un sorprendido rival. En resumen, el típico movimiento inesperado que decide guerras. Lástima que su homólogo no se lo reconociera ni en caliente ni en frío.

Honor y gloria para Imanol que nos confirmó que, aparte de ser el que más siente la camiseta y el que nos proporciona una estabilidad cuya valía es imposible de cuantificar, está tan preparado tácticamente como el que más. Y tiene razón, perdón por dudar cuando le ascendieron al banquillo del primer equipo, porque como él mismo manifestó con la naturalidad y gracia que le dignifica tanto como le honra hace dos semanas: "Sé que me apoyáis y defendéis mucho, pero ninguno de vosotros pensaba que seguiría aquí ahora delante vuestro cuando empecé".

Yo viví la experiencia un poco como Illarramendi, aunque, sin lesión, claro. Salvo si así se pueden considerar las secuelas de la normalidad con límites que ya vivía Sevilla la víspera. Juro que, con la lógica ansiedad que generó la tensa espera, no estuve especialmente nervioso hasta el día D. Al llegar a la horrible Cartuja, un escenario impropio de un acontecimiento de semejante calibre por obra y gracia del presidente del sillón en el palco de Arabia, me encontraba histérico. Y eso que el silenció era estruendoso. Tuve que bajar cuatro veces al baño, situado abajo del todo del estadio. Como se veía cualquier movimiento al no haber nadie en las gradas, los periodistas bilbainos tuvieron que pensar que estaba acojonado.

A Illarra le pasó algo parecido con los nervios, con la diferencia de que en el último entrenamiento se rompió cuando no se sabía si iba a ser incluso titular. Uno solo puede sentirse orgulloso de las fuerzas de flaqueza y la energía que brotó desde la fatalidad de su capitán y de la famosa reunión que mantuvieron por la noche los jugadores, en la que demostraron lo que nos gusta que sean: personas normales que tienen el privilegio de jugar muy bien al fútbol y predicar nuestro sentimiento. Una simple terapia basada en la naturalidad: "Después de lo que me pasó no tenía muchas ganas de hacerla pero... Lloré y todo. Fue bueno. Nos quitamos las caretas, dijimos claramente lo que sentíamos cada uno, lo que pensábamos de todo lo que nos había pasado, quiénes éramos, en quiénes nos habíamos convertido... Fue una charla intensa, buena, que nos unió aún más. Y la acabamos con un grito". El Grito.

Txapeldunak. ¡Qué felices fuimos! Pero faltabas tú. Y nada se puede comparar con disfrutar de la felicidad de tu gente cuando nuestro equipo nos ha hecho tocar el cielo. Familias enteras festejando el triunfo que tanto ansiábamos y esperábamos desde hacía tanto tiempo. Nada fue ni será lo mismo. Por eso digo siempre que el fútbol es pasión y que hay que celebrar sin complejos ni límites todas las alegrías. Sobre todo en un club como el nuestro, que queramos o no, pierde más que gana. Parafraseando a mi manera a Fontanarrosa, si la tuviera, la banda musical de mi vida sería el sonido de la afición txuri-urdin. Y yo os eché mucho de menos. Nadie lo contó mejor que el argentino en su cuento. Sus protagonistas deciden emprender un largo viaje para convencer al viejo Casale para que les acompañara al campo, ya que cuando estuvo en la grada nunca vio perder a Rosario Central contra Newell's. El problema es que se negó porque tenía problemas de corazón, por lo que le engañan y le llevan al Monumental, donde no aguanta el sufrimiento y la explosión del final: "La cara de felicidad de ese viejo, hermano. Que alguien me diga si le vio llorar abrazado a todos como lo vi yo, que te puedo asegurar que ese día fue para el viejo el día más feliz de su vida, porque te juro que la alegría que tenía era impresionante. Y cuando le vi caerse al suelo como fulminado por un rayo, porque quedó seco el pobre viejo, un poco que todos pensamos: ¡Qué importa! ¡Que más quería que morir así ese hombre! Se murió saltando, feliz, abrazado a los muchachos al aire libre, con la alegría de haberle roto el orto a la lepra por el resto de los siglos. Así se tenía que morir que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio. Porque si pudiera elegir la manera de morir, yo elijo esa, hermano. Yo elijo esa". Insisto, cuando fuimos campeones, faltabas tú. ¡A por ellos!

2022-04-05T07:35:03+02:00
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