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Real Sociedad | A por ellos de Mikel Recalde: Héroes y villanos

Imanol Alguacil charla con sus jugadores durante el entrenamiento de ayer en Zubieta.
Imanol Alguacil charla con sus jugadores durante el entrenamiento de ayer en Zubieta.

El miércoles saqué bandera blanca en casa, me puse el casco azul y accedí a una tregua en la que me quedé sin seguir la jornada de Champions. En su lugar acepté ver la película Argentina 1985, que desde luego se la recomiendo, basada en hechos reales sobre el juicio contra los militares de la dictadura argentina de Videla. Cuando acabó, aproveché un despiste del enemigo para ver justo el descuento del Atlético-Bayer. Creo que no exagero si comento que al menos no me perdí lo que había que ver. Fue uno de esos momentos épicos en los que parece detenerse el tiempo, uno de los colmos que se pueden dar en este nuevo fútbol de VAR que tuvo un desenlace que habría firmado el mismísimo Hitchcock. La última jugada del duelo fue un córner a favor de los madrileños que se solventó sin aparentes consecuencias, por lo que el colegiado francés decretó el final con empate, resultado que eliminaba a los de Simeone. Cuando el himno atronaba por megafonía para que no se escucharan los pitos (una treta de los clubes que me parece de lo más torticera y rastrera), de repente el colegiado mandó esperar a los protagonistas para revisar una acción y, como es habitual en él, Simeone entró en shock reclamando una supuesta mano que no tenía ni la más mínima idea si se había producido o no, ya que en el campo solo pareció verla De Paul. Carrasco asumió la responsabilidad, pero lo lanzó fatal y detuvo el meta; el rechace le cayó a Saúl, que cabeceó forzado al larguero, y el posterior disparo de Reinildo lo salvó Carrasco que ya no sabía dónde meterse. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Cómo no, al más puro estilo de los madridistas cuando caen goleados en la ida de una eliminatoria y resucitan al fantasma de Juanito, las almas atléticas más atormentadas no dudaron en rescatar la leyenda del Pupas y del Qué manera de perder de Sabina. El Atlético, con su palmarés de once Ligas, diez Copas, una Intercontinental, tres Europa League, tres Supercopa europeas (de las Supercoco españolas solo cuento la de su primera edición, cuando se la tomaban todos en serio)... Si estos son perdedores, disculpen la molestia, ¿los demás qué somos entonces?

Como no podía ser de otra manera en este mundo de cenizos, varios aficionados blanquiazules no tardaron en rescatar el penalti de Savio ante el Racing el año del descenso bajo el manido lema de Realada. Pues bien, se lo voy a tratar de explicar una vez más. Aunque el brasileño lo hubiera metido, el equipo tampoco se habría salvado. Y, para ser más concreto, les voy a poner dos ejemplos, los penaltis que son verdaderas realadas son el que metió Kortabarria en Gijón antes del mítico tanto de Zamora, los cuatro de la tanda de Zaragoza (Bakero, Mujika, Martín Begiristain y Larrañaga) y, cómo no, el de para siempre de Oyarzabal el 3 de abril. Esas sí que fueron unas realadas de las buenas.

Ha pasado bastante inadvertido lo que ha sucedido en la última jornada de la liga argentina que se disputó el domingo. En otro final que pareció ideado por Hitchcock, Boca se presentó a la fecha con un punto por delante de mi apreciado Racing. Lo curioso del caso es que los xeneizes recibían a Independiente, eterno rival de los de Avellaneda, cuyos estadios están separados por pocos metros, y la Academia acogía nada más y nada menos que a River, enemigo acérrimo de los de la mitad más uno. El fútbol es tan visceral que no son pocos cuyo orden de prioridades de cada jornada pasa por ganar su equipo y que pierda el que más detesta. Pero en esta ocasión, necesitaban un favor de su adversario más hostil. En la Liga ya pasó algo parecido en el 2003, cuando la Real, que jugaba contra el Atlético, necesitaba un favor del Athletic en el Bernabéu (en 1980 también). Todo el mundo ha tenido siempre la sensación de que en Argentina las rivalidades se salen de madre y que se podía dar un caso de biscoto. Pero nada más lejos de la realidad. Después de 90 minutos plenos de alternativas y de radicales y emocionantes giros de guion, se llegó al minuto 87 con empate en los dos campos. Es decir, si marcaba Racing se llevaba el campeonato, y le pitaron una pena máxima a favor que se pateó en el 93, porque entró el VAR y se armó la marimorena, como se pueden imaginar. El penalti de Djukic a la argentina. Con un mal lanzamiento calcado al del serbio que detuvo el meta de River, con lo que dio el título a Boca. Como cabía esperar, una situación límite como la vivida exige la depuración de responsabilidades. Se lo cuento en boca de un colega argentino: “Se cagaron como Bebeto en La Coruña. Lo pateó un defensa que llegó al club hace poco. Nadie entendía por qué tenía la pelota. Los quieren matar a todos. Los más señalados son Copetti, que es el 9 y boqueó hace unas semanas diciendo que iban a salir campeones, lo que generó mucha controversia. Y el otro es Hauche, un delantero con mucha experiencia. Dicen que estaban discutiendo dámela a mí, dámela a mí, pero cuando lo pidió Galván se la dieron. Era para la cámara, los quieren matar a todos”. La historia, que daría para otro cuento del genial Fontanarrosa, todavía tiene más aristas: “Lo más loco es que Armani (portero de River) nunca ataja un penal. Siempre le atacan por eso”.

Héroes y villanos. Así es el fútbol, cuya literatura pertenece al género de caballerías. Aunque hoy estén señalados, Copetti y Hauche se irán de rositas, como se escapó Bebeto. Y en el paredón solo se quedará el pobre e intrépido Galván. Lo mismo le sucederá a Carrasco, ya que su error quedará marcado para la posteridad mientras se irán diluyendo como un vago recuerdo las groseras pérdidas en la salida de la pelota de Griezmann y Correa, que provocaron los dos goles de los de Xabi Alonso. No tenemos piedad con el perdedor, sobra crueldad. No eximo de nuestra cuota de responsabilidad a los analistas deportivos. Es verdad, a veces nos pasamos.

Aunque la afición de la Real es mucho más fiel y protectora que otras en la desgracia, también contamos con nuestros muertos en el armario. Como, por ejemplo, lo sucedido con Guevara al final de la pasada campaña. El vitoriano, que fue titular por delante de Zubimendi, purgó hasta la exageración su error en el primer tanto frente al Betis en la maldita eliminatoria de Copa: “Muchas veces a estos niveles te pasa que cuando eres el protagonista de una manera negativa en una jugada que luego deviene como en este caso en el 0-1 y se te empieza a poner el partido cuesta arriba le das muchas vueltas. Creo que fui capaz de darle la vuelta y sacar el aprendizaje que tuve que sacar de esa jugada, y efectivamente fue que en un momento en el que consideré que llegaba con ventaja y con la posición ganada con respecto a William Carvalho, por intentar protegerla, que lo mejor hubiese sido despejarla de primeras, me confié, un fallo de cálculo y se dio así. Pero el fútbol es así, de acierto y error, ese día me tocó la peor cara de la moneda”. Nadie se acuerda de la floja presión de Merino al propio William, de los fallos en la segunda parte del pobre Zaldua y del error de cálculo de Aritz. Toda la culpa se la llevó Guevara, al que muchos no tardaron en tildar de paquete por el simple hecho de que un gigante Zubimendi le adelantara por la derecha, en lugar de felicitarnos por contar con dos jugadores estupendos para el mismo puesto. Casi nos lo cargamos o lo cedemos a un cualquiera sin demasiados deseos de vuelta. Un canterano ejemplar, en el campo y fuera de él, que ha jugado bien el 80% de los partidos que ha disputado en el primer equipo. Imanol siempre ha confiado en él y el premio es que ha recuperado su habitual versión de plenas garantías. Y yo que me alegro. Se lo merece. No enterremos a nuestros guerreros antes de tiempo por errores puntuales que cualquiera puede cometer. Menos aún cuando es uno di noi. Debemos proteger nuestro patrimonio. Que sea el Betis quien pague de una vez esta factura. Ha llegado la hora. ¡A por ellos!

2022-10-31T07:49:04+01:00
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