Recuerdo que fue de largo el fichaje que más expectación generó ese verano porque no conocíamos demasiado de él. En los vídeos que pudimos consultar en YouTube lo cierto es que tenía una pinta muy buena, aunque ya sabemos cómo va eso, porque podrían ser imágenes muy concretas de partidos y todos los que hemos pisado el verde con asiduidad hemos tenido nuestros propios minutos de gloria. Sus números no engañaban y eran bastante buenos, diría alguno, pero todavía manteníamos frescas las extraordinarias cifras con las que aterrizó Finnbogason y el mejor recuerdo que tengo de él es cuando se encontró en pleno Carnaval con el Spiderman gordo en una conocida discoteca donostiarra y le saludó partido de risa (era un amigo disfrazado, que me lo contó al día siguiente; lo juro). Como suele ser habitual en estos casos, no tardaron en aparecer los panenkitas, dicho con mi máximo respeto e incluso admiración hacia estos nuevos estudiosos y sabios del fútbol, que le pusieron por las nubes y que incluso mostraban su sorpresa por que la Real hubiese logrado un traspaso de una estrella emergente a tan buen precio. No era mala señal. Por si fuera poco, era la época en la que también sonaba con mucha fuerza la posible llegada de Borja Mayoral, un futbolista por el que siempre he tenido debilidad. Escuché en una entrevista en Radio Marca a Pol Llonch, quien fuera su compañero en el modesto Willem II, mostrándose tajante cuando le preguntaron si se podía comparar a los dos jugadores. “Isak es mucho mejor que el madridista, está a otro nivel”. Ojo, no hay que olvidar que Oyarzabal siempre había señalado al de Parla como el mejor de su generación. Qué modesto nuestro Mikel, porque lo es él, de largo además...
Isak, porque imagino que ya habrán adivinado que estoy hablando de él, arrancó la pretemporada y yo me marché de vacaciones. Cuando estaba en el sur, recuerdo que hablé con un amigo que tiene buenos contactos en la Real y cuando le pregunté por el sueco, me contestó: “No supera lo que hay en Zubieta, al menos por ahora”. Pocos días después regresé y uno de sus compañeros aumentó mi ya de por sí creciente inquietud: “Está muy perdido, tiene cosas, pero le está costando mucho adaptarse”. Así llegué al gran día. Tolosa, 10 de agosto de 2019. Final de la Euskal Herriko Txapela. Minuto 14 de partido, Isak roba una pelota en su campo, lanza una carrera en la que parecía un jamaicano en la recta de los 100 metros y al llegar al área define con un certero remate cruzado con su pierna mala. Anonadado me quedé. No fue la única arrancada que levantó los dorsales de las espaldas de los jugadores armeros. Esa misma noche le escribí de nuevo al jugador y le comenté que me había quedado alucinado, su respuesta me cuadró bastante más con lo que había descubierto: “Ha dado un cambio impresionante, creo que la puede reventar este año. En carrera es imparable”.
Cuando comprobé que era tan implacable en la Liga, lo tuve claro. No soy de colgarme muchas medallas, porque me paso la vida opinando (es mi trabajo) y me he equivocado muchas veces, pero tengo un testigo dentro del club y a Yon Cuezva, que el otro día me recordó la de veces que lo había repetido en su programa. Antes incluso de que comenzara a marcar goles, tenía muy claro que cuando quisiese se iba a ir dejando 70 millones de euros en las arcas del club. Alguno pensará: qué flipado, justo la cantidad que ha abonado el Newcastle cuando su cláusula ascendía a 90 millones, pues sí, es que la anterior era de 70 (jeje). Su carrera a lo Bolt en Mallorca, su gol al Barcelona, su doblete a Osasuna en Copa cuando ya estaba enchufado y era imparable en su habitual mejor época del año y, por supuesto, su gran noche en el Bernabéu. Su confirmación de alternativa en uno de los partidos en los que peor lo he pasado, a pesar de llevarme una de las mayores alegrías de mi vida. No se crean, en el duelo de Liga anterior en el templo blanco salió en la segunda parte y firmó dos internadas que dejaron boquiabierta a la grada que preguntaba: ¿quién es ese?. Sabemos de sobra que una despampanante actuación de uno de los nuestros en un escenario de talla mundial nos condena a que sea carne de portada durante los próximos años, que es la forma con la que los clubes abusones van echando sus redes para pescar.
Después llegó su primer derbi en Anoeta y su exhibición fue despampanante. Jugó los últimos 35 minutos y casi marca él solito cinco goles. Para la inmortalidad, la ilusión con la que recorrió de manera lateral el campo por delante de la Zabaleta en su mayor demostración de incontrolable felicidad que ha alcanzado vistiendo de txuri-urdin. Después de todo esto, que es mucho, no hay que olvidar que iba a ser suplente en la final de Copa de haberse disputado en la fecha con la, para mí, incomprensible aprobación popular, en beneficio del fariseo Willian José.
Luego sí jugó en Sevilla, pero ni brilló ni marcó. Algo que no llevaba muy bien, ya que, a pesar de no ser el rey de la fiesta (salta a la vista), fue el primero en retirarse a la habitación en el hotel acompañado de un Januzaj más quemado que el cenicero de un bingo al haber sido protagonista en el camino y no haber disputado ni un solo minuto en el partido final. Como el resto de sus compañeros, pero él más aún por su papel en la victoria de la batalla más difícil, la toma de Chamartín, el sueco ha ascendido por méritos propios al Olimpo de las leyendas realistas.
Isak era una persona especial, diferente, peculiar. Los primeros días le vieron muy nervioso, pero luego no tardó en sacar a relucir un carácter y un humor bastante originales que le permitieron integrarse más rápido en el vestuario. Supongo que cuando les demostró lo bueno que era, todo fue sobre ruedas. Cuentan que no le gustaban las manifestaciones de afecto, como los abrazos de gol, un déficit para lo que incluso fue tratado. Curioso y paradójico que en muy poco tiempo se convirtiese en uno de los más queridos para Anoeta e igual le ha faltado tacto al club con las salidas primero de Odegaard y después de Januzaj, sus mejores amigos dentro. Seguro que cuando dude y no se sienta cómodo en la gris Newcastle, resonará en su cabeza el cántico Oe, oe, oe, Isak, Isak, ese que tanto decía echar de menos en plena pandemia y que, algo que no se le olvidará seguro que jamás, sonaba en su querido estadio donostiarra cuando su último duelo, ante el Barça, estaba a punto de empezar.
Isak, olvido tu actitud en la última entrevista en la que te molestó y te enfurruñaste como un niño porque te pregunté sobre tu posible salida y tu inexplicable crisis con el gol. Simplemente hacía mi trabajo y el tiempo nos ha puesto a los dos en nuestro sitio. Qué faena nos has hecho, yo estaba convencido de que este iba a ser tu año y de que ibas a ser nuestro hombre. Estamos todos de acuerdo en que la oferta era irrechazable para un club como la Real, pero el vacío que dejas es desolador. La única realidad es que sin ti este equipo es mucho menos equipo y que la viabilidad y el futuro del proyecto va a depender enormemente del ojo de la unidad de reclutamiento, que fue también la que te trajo a Donostia cuando no eras nadie. No nos vale un cualquiera ni un Sorloth conocido, si queremos seguir teniendo sueños de grandeza sin ti, Olabe está obligado a sacarse de la chistera un depredador del área que las enchufe a lo Satrústegui, Kovacevic y Kodro juntos. Hay mucho en juego. Gracias por todo y que te vaya bonito, Isak. Siempre en nuestro recuerdo, pero a rey muerto, rey puesto. Lo único que importa de verdad es nuestra Real y volveremos al campo siempre “por el escudo”. Todos los demás están de paso. Así de frío y duro es el fútbol, porque vosotros lo habéis querido... Un nuevo club millonario nos ha hecho un hijo de madera. Que pase el siguiente. ¡A por ellos! l