el dolor más intenso no es el físico; es aquel que te roba la ilusión de tu vida. Algo así debió sentir Pau Gasol en su lucha por disputar sus últimos Juegos Olímpicos, que tan bien cuenta mientras repasa su triunfal trayectoria en un documental de cuatro capítulos recién estrenado en Amazon Prime. El mejor jugador de baloncesto español de todos los tiempos se vio obligado a decir basta y rescindir su contrato con los Portland Trail Blazers: "La lesión que tengo suele tener un plazo de entre seis y doce meses. En los últimos días nos hemos dado cuenta de que nos va a llevar más tiempo de lo que nosotros mismos esperábamos", reveló en sus redes sociales tras disputar su último partido en su adorada NBA.
El mensaje con el que comienza el primer capítulo es conmovedor: "No hay nada que vaya a suplir o a igualar la adrenalina y el sentimiento que tienes cuando juegas a baloncesto en una cancha delante de 20.000 personas. Inevitablemente voy a entrar en un proceso de depresión y de vacío. Será más corto o más largo, pero voy a sentirlo. Daría lo que fuera por volver a jugar. Esto ha sido único, excepcional y sustituirlo es imposible. E igualarlo es imposible. Aunque las cosas pinten mal, aunque las probabilidades sean bajas o pocas, pues lucharé por esas pocas. Mientras haya opción hay esperanza y por mí no va a ser".
En uno de esos momentos en los que toca fondo y parece que no va a cumplir su sueño de cerrar su inmaculada trayectoria con sus quintos Juegos, un Gasol sereno y entero escucha precisamente lo que no quiere escuchar de boca del médico que le operó del pie: "Estaba completamente curado y ahora se ve una brecha. Lo que me preocupa es que eso no es bueno". "¿Pero por qué no acaba de curarse?", pregunta resignado el catalán. "No lo sé", que suena demoledor cuando lo pronuncia un médico (el de Gasol y el de cualquiera). Incluso va más allá: "No suelo decir a mis pacientes que corran y salten tras una operación así. Pueden nadar y hacer bici, pero correr y saltar afectaría demasiado al pie". Gasol sigue preguntando: "¿Para el resto de sus vidas o para un tiempo?". "Para el resto de sus vidas. La decisión final es tuya, si piensas que necesitas seguir forzando tu cuerpo...". La frustración se apoderó del genio español que lanzó así su conclusión: "Siento que hemos hecho todo lo que podíamos. Es agotador. A nivel mental. Lo que he pasado este último año y medio ha sido duro y no quiero torturarme más. No quiero seguir golpeándome la cabeza contra la pared. No me gusta pincharme dos veces al día con una aguja. No disfruto. No quiero someterme a cirugías y ya van muchas. No he parado de luchar en mi carrera para lograr lo que he logrado pero no voy a ser estúpido. Ya son demasiadas señales como para ignorarlas".
Desconozco las señales que habrá recibido ya Illarramendi, pero a mí me resultó imposible no acordarme de su vía crucis mientras seguía el calvario que había sufrido el pivot. Dicen que el verdadero dolor es el que se sufre sin testigos. Esa insoportable soledad del lesionado cuando se entra en una espiral de problemas sobre todo musculares, con continuas recaídas que te vuelven a condenar a empezar de cero en el gimnasio sin el abrigo de sus compañeros. Como suele suceder de forma recurrente cuando llega un parón, saltan a la palestra otros temas secundarios de la actualidad como el drama de las lesiones del capitán que todavía no se ha estrenado en esta temporada. La realidad es que no entra en una convocatoria desde el estreno liguero en el Camp Nou, el 15 de agosto. Y no se sabe nada de él oficialmente desde que se volvió a romper. El curso pasado (20-21) solo disputó nueve partidos, el anterior (19-20) tres y se perdió la mitad de la 18-19 tras su lesión en Valencia, en una acción en el último minuto en la que no dudó en jugarse el físico porque ya llevaba varios minutos tocado. En resumen, unos datos catastróficos que podrían definirse ya al estilo Goya como la etapa negra de Illarramendi.
Lo reconozco, me molestan los críticos con el realista. Me dan rabia. Algunos parecen olvidar que se lesionó con la txuri-urdin sudada, dándolo todo por su equipo. Como en su día Mikel Aranburu, cuya rodilla provocó que no pudiera ni acabar en el tiempo marcado por mi jefe la crónica en la grada de El Sardinero por lo impresionado que me quedé. O Markel, que se levantó una y otra vez cuando cayó hasta que su cuerpo dijo basta. No le veo ninguna diferencia. Imagino que muchos de los detractores de Illarra no le habrán perdonado que decidiera subir al tren del Madrid en lugar de a otro que solo solía pasar una vez en la vida, como es disputar la Champions con la Real. Han leído bien, solía, porque si tiene la suerte de recuperarse estoy seguro de que tendrá la ocasión de redimirse. A todos nos escoció su marcha al Bernabéu, pero ese delito ya ha prescrito. Si se fue a un gigante es porque estamos hablando de un futbolista de otro nivel cuando irrumpió en la Real de Montanier y si su ficha es tan alta (otro de los temas que se le echan en cara) será porque en el momento de su renovación lo valía. El club así lo creyó, se lo propuso, llegaron a un acuerdo y firmaron. Eso sí, al menos que le sirva también de reflexión, porque esto no le sucederá jamás a Oyarzabal ni le pasó a Xabi Prieto, que "se quedaron donde querían estar" y mientras el 10 lo siga cumpliendo contará con la veneración eterna de su gente.
Asier regresó renunciando a más dinero del vecino y fue catalogado por Aperribay como "un fichaje estratégico". Pieza básica en la extraordinaria Real de Eusebio y el pilar sobre el que pensaba levantar el equipo el propio Imanol al inicio de la pasada campaña hasta que Unai López se le cayó encima en aquel fatídico derbi en San Mamés. A su manera, como también tenía la suya especial Prieto, es un líder en un vestuario que sufre con y por su capitán y que dotaba de gran valor a sus apariciones sorpresa en los partidos de fuera cuando seguía convaleciente de cualquiera de estos perversos problemas musculares que le traen por la calle de la amargura. Tiene 31 años y acaba contrato en 2023. A nadie se le escapa que, al margen de la peliaguda competencia con los Zubimendis y compañía, lo va a tener crudo para recuperar el pulso de la competición. El fútbol no espera a nadie y la del mutrikuarra es una versión bastante antigua, ya que retiene y le gusta marcar un ritmo mucho más lento que el que emplea ahora la máquina de Imanol.
Pero Illarra merece respeto y que se le siga esperando con honores. Seguro que lo daría todo por volver a jugar como los ángeles al igual que hizo en aquella inolvidable campaña con pasaporte a la Champions. Por un instante y al margen de lecturas demagogas, pónganse en su lugar e imagínense lo que echará de menos la adrenalina de saltar al campo y dirigir a su equipo en un estadio lleno. Cuántas preguntas se habrá hecho y cuántas veces le habrán contestado con un frustrante "no sé"...
Cuando fichó por el Barcelona y se encontraba en la cuenta atrás de su debut, Gasol le comentó con una abrumadora lógica a su amigo Raúl López: "A lo largo del proceso estás centrado en el día a día, pero en el instante de volver todavía me cuesta imaginármelo. Ha llegado un momento en el que si funciona y lo consigo, perfecto. Si no, ojalá no me duela mucho para no perjudicarme el resto de mi vida y poder jugar con mis hijos. Si en el primer partido aporto y ganamos, maravilloso. Si no doy una, me boto el balón en el pie y ganamos, cojonut. Y si no doy una, me la boto en el pie y perdemos, cojonut también". Esa es la actitud y el clavo al que debe agarrarse el realista que levantó la Copa del Rey 34 años después. Volver ya será una victoria porque saldrá ganador de la batalla que ha lidiado contra su propio cuerpo. Al final del dolor le espera el éxito. Estamos contigo capitán. Si organizas de nuevo a esta gran Real, cojonut. ¡A por ellos!