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Real Sociedad - Athletic | A por ellos: Semana grande

Ander Barrenetxea, en el entrenamiento de ayer en Zubieta.
Ander Barrenetxea, en el entrenamiento de ayer en Zubieta.

El fútbol actual es tan efímeramente cruel que hay gente que cree que Ander Barrenetxea, una de las grandes joyas de Zubieta, que debutó y maravilló con 17 años, es un paquete irrecuperable solo cuatro después. Un auténtico despropósito desmedido que no beneficia a nadie. Ni al club, ni, por supuesto, a un chaval que se queda estupefacto con lo rápido que se trituran futbolistas hoy en día: “Me hace gracia cuando dicen que suben del filial a un compañero joven. Yo me quedo pensando… ¡pero si son de mi edad o un año menos!”. Creo que esta y su afirmación de que se va a recuperar perfectamente fueron las dos cuestiones que más me gustaron de la entrevista que concedió el jueves a este periódico.

Aunque Ander se merezca lo mejor, nunca sabes lo que te va a deparar el destino a la vuelta de la esquina, y si no que se lo pregunten a Christoph Kramer. Este centrocampista alemán vivió un ascenso tan meteórico como el de Barrenetxea, del juvenil al primer equipo en clave alemana y a otro nivel, ya que pasó de jugar en segunda división en el Bochum, porque el Bayer Leverkusen le había señalado la puerta de salida tras haberle contratado en juveniles, al Borussia Monchengladbach, donde completó un curso tan bueno que llamó la atención de Joachim Low y este le convocó por sorpresa para el Mundial de Brasil de 2014 con solo 22 años. Participó en dos partidos antes de que en el calentamiento de la final saltaran todas las alarmas en el banquilo teutón cuando se lesionó Khedira (ya lo ven, no solo sucede aquí), que se había salido en el humillante 1-7 a Brasil. Al seleccionador no le tembló el pulso, como en su día a Asier Garitano con Ander: “Juega Kramer”. Lo que no imaginaba jamás es que sueño cumplido se iba a truncar rápidamente. A los 16 minutos el medio chocó con el hombro del argentino Garay y un tupido velo se corrió en su mente. Fiel a su origen, quiso seguir jugando, como si no hubiese sucedido nada reseñable, pero algo no iba bien dentro de su cabeza. El árbitro Razzoli sospechó y dejó pasar unos minutos antes de preguntarle a ver qué tal se encontraba: “¿Estoy jugando la final de Mundial?”, le preguntó dejándole boquiabierto antes de que se acercara al banquillo germano para informarles de la situación. La cosa no quedó ahí. Lahm contó luego que le persiguió durante unos segundos para intentar quitarle el brazalete de capitán y a Neuer le consultó si le dejaba jugar de portero. Pero lo mejor de todo es que a su compañero, el dicharachero Muller, le confundió con el difunto Torpedo y le felicitó por el Mundial ganado en 1974. ¡En toda una final de Mundial! Locura transitoria fue el posterior diagnóstico definitivo. En el minuto 31 le sustituyó Schürrle y, como era de esperar y por muy impresionante que sea, no recuerda nada del partido más importante de su vida. Casi tan fuerte como los que olvidan lo bien que ha jugado siempre Barrenetxea con la txuri-urdin en Zubieta.

Confío y deseo que el donostiarra dispute y decida muchos derbis en su carrera, pero sé que en el de hoy lo va a tener complicado. Me lo decía un buen amigo periodista bilbaino en tono más de deseo que de certeza: “La historia es cíclica y más pronto que tarde volveréis a estar por debajo del Athletic”. No parece que vaya a ser el caso de este año tampoco, aunque no se puede discutir que, al igual que la Real, los vecinos han progresado con Valverde. Aunque a mí me gusta sacarles muchos puntos al final de temporada, también reconozco que me atrae disputar un derbi con ese sabor europeo añejo y con los mejores entrenadores posibles en la Real y en el Athletic. Lo prefiero así. Como no podía ser de otra manera, no ha tardado en comparecer la habitual corriente guipuzcoana pesimista y, por qué no decirlo, bastante cobardica, que resalta lo bien que compitió el Athletic ante Osasuna: “Son muy fuertes físicamente”; “van como aviones”; “les viene bien el fútbol de la Real”… La historia de cada temporada. Yo prefiero darle la vuelta e imaginar la cara y el temor con los que habrán seguido las exhibiciones txuri-urdin ante Osasuna y Almería. Porque además me consta.

Mi amigo es optimista por naturaleza, como buen bilbaino, pero el cambio no parece cerca porque la Real sigue creciendo, sacando canteranos de primer nivel, fichando jugadorazos y cada vez cuenta con mejor equipo. Mientras que el Athletic, que esta temporada tiene un conjunto como para hacer bien las cosas (que conste que aquí jamás criticaremos el enorme mérito de una cantera que continúan trabajando de maravilla a pesar de la grave crisis de su filial), lo va a tener cada vez más complicado porque podrán reforzarse con algunos niños del Antiguoko, pero de la Real ya van a rascar muy poco o nada. Y no, de verdad, no es cuestión de que estamos pendientes de ellos como les gusta repetir con insistencia ante nuestra indiferencia cuando llevamos cuatro años en cuestiones mayores, sino que estamos preocupados por ellos. Porque su futuro tampoco parece demasiado halagüeño, la verdad. Solo es eso.

Cuando llevas varias temporadas detrás de la Real, con esa carga de frustración que genera la rivalidad eterna, el derbi se presenta como una suculenta vía de escape y de liberación. Es el día en el que se recortan las distancias y una sola victoria te permite sentirte superior al menos por unas horas, porque nunca es fácil soportar al vecino o al cuñado chinchando o vacilando durante tantos meses. Lo hemos vivido todos, más nuestros padres y abuelos que nuestras generaciones, por supuesto, y hay que aprender a disfrutar también de esos momentos sin complejos. Ya lo pudimos comprobar en los dos derbis del año pasado. Ningún pero a la celebración a la Argentina en la final de Mundial del empate de Muniain, porque el gol es la fiesta del fútbol y más aún en el último minuto, pero lo cierto es que puso en evidencia tantas críticas anteriores con las fotos en el vestuario de San Mamés tras ganar, no empatar, con el alcalde, el papa o el sursum corda de cuerpo presente. Una pena, porque aquel accidental tanto nos privó de liderar la Liga. Otro nivel, el mismo por el que luchaba en otros tiempos mi añorado Txetxu Rojo.

Soy consciente de que a la Real le ha ido mucho mejor cuando se ha presentado en los derbis con perfil bajo y discreto, precisamente como ha decidido venir el Athletic, pero el potencial txuri-urdin es tan alto y su superioridad tan evidente frente a todo rival de Champions, como se han autodenominado ellos mucho antes de que se hablara así de esa competición por estos lares, que en lo único que queremos pensar es que no se puede escapar la victoria. Con el añadido del factor Anoeta y las ganas de vengar no el intrascendente 4-0, sino las secuelas que provocaron la siguiente eliminación europea. Casi nada. Ya no será el partido más importante, pero sí el que nos gustará ganar siempre. Es tu noche, Real, tú semana en vísperas de la Tamborrada. Piel de gallina. Imagina siempre en grande. Imagina que marca Oyarzabal… ¡O el olvidado Barrenetxea! Seguro que lo recordarán de por vida, no como el pobre Kramer la final del Mundial. ¡A por ellos!

2023-01-15T09:14:03+01:00
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