Ya lo dijo Imanol al término de la derrota ante el Valladolid: “Hemos ganado muchos partidos jugando mucho peor de lo que lo hemos hecho ante los pucelanos”. El duelo ante el Celta llevaba camino de ser el mejor ejemplo de ello y seguro que el técnico hubiese rescatado su declaración a la hora de explicarse en la sala de prensa en el hipotético caso de haber sumado los tres puntos que tenía en el bolsillo en el minuto 92. Pero los realistas hicieron las cosas tan rematadamente mal que se quedaron sin otra victoria en un tanto anotado, para colmo, por Le Normand en propia meta cuando tenía a dos compañeros detrás que iban a solventar sin apuros el último servicio de Aspas. Vamos a ser muy claros. El empate fue indiscutiblemente justo porque el Celta se lo mereció once contra once y cuando se quedó con uno menos por la autoexpulsión de Tapia.
No se puede entender. Por momentos pareció que los que estaban de blanquiazul eran jugadores disfrazados del flamante tercero que de haber vencido ayer hubiese sumado en la jornada 22 más puntos que nunca, superando incluso al conjunto de Raynald Denoueix, líder a estas alturas ahora con solo uno más. La Real pareció jugar con demasiado respeto al Celta, como si tuviera que permanecer protegido y limitando los excesos por lo que pudiera sucederle de vuelta. Esto motivó unas posesiones eternas y estériles, sin ninguna profundidad, que en lugar de dar la sensación de estar buscando la portería contraria apestaban a que se estaba defendiendo con la pelota. Y eso, con todo a favor después de haber marcado a la primera en el minuto 5, acabó siendo una cara irreconocible de un equipo que nunca estuvo cómodo sobre el terreno de juego. Lo peor de todo es que en los minutos finales, con uno más, primero perdonó varios ataques con los que pudo y debió sentenciar, para después, con los cambios introducidos por Imanol, acabar pareciendo una auténtica chirigota con errores impropios de la categoría de estos futbolistas que pagaron muy cara su incomprensible caraja. Lo de los últimos minutos fue un absoluto desastre, reminiscencias de un pasado que no nos interesa nada evocar, ya que no se puede jugar de peor forma en superioridad tanto numérica como en el marcador y en casa. Insisto, aunque la igualada llegó en el descuento, la moraleja de este encuentro es que al menos se salvó un punto. No nos vayamos a equivocar por el enfado del gol in extremis.
Imanol repitió el mismo equipo que ganó en Cornellá. Con Barrenetxea de lateral y Sola, Merino y Guevara en el banquillo a pesar de tener una semana más de rodaje. Cada vez hay más indicios de que el técnico está protegiendo a su plantilla para llegar en un buen momento y cargada de efectivos al mes de marzo, en el que regresará la competición europea.
El Celta volvió a presentarse en Donostia con un once coqueto, pleno de nombres reconocibles que no se corresponden con su delicada situación clasificatoria. Los gallegos arrancaron el encuentro de forma magnífica. Solo les faltó el gol, ya que antes de cumplirse el primer minuto Remiro ya había salvado con el pie un disparo de Carles Pérez, y movía el balón con electricidad y destreza. Su problema fue que Brais le robó la primera a Fran Beltrán, Kubo condujo antes de dar una asistencia perfecta a Oyarzabal, quien, cuando todos esperaban el centro, lanzó un obús al primer palo que sorprendió a Villar.
El Celta no acusó el golpe y un saque en largo del meta estuvo a punto de convertirlo en gol De la Torre, pero Barrenetxea lo salvó con una estirada milagrosa. Meritoria actuación del donostiarra, que va aprendiendo su nuevo oficio sin alardes en defensa y con finos detalles cuando ataca.
La Real se adueñó de la posesión y completó unos buenos minutos, en los que destacó Illarramendi. Lo malo es que a veces su ritmo no es el que le interesa a este equipo, sobre todo en casa, aunque al capitán se le ve con mucha más confianza y entonado. Las ocasiones seguían siendo visitantes, con un fallido disparo de Galán, un lateral izquierdo de verdad al que esperemos que se tenga en agenda en la dirección deportiva, y con un centrado testarazo de Larsen que atajó Remiro. El noruego se encontró con el meta en la mejor ocasión celeste del primer acto, que, pese a ser anulada por un linier incompetente, hubiese valido. Zubimendi no llegó a cabecear un caramelo botado desde la esquina por un apagado Brais.
Nada más reanudarse el juego, Zubimendi rozó el penalti en un placaje a Pérez y Mingueza remató al lateral un balón muerto en el área en un córner. Por si fuera poco, Rico no se entendió con Remiro y dejó un balón suelto que Aspas envió a la madera. La sensación era tan dramática que, para intentar ganar el partido, hasta parecía mejor que el Celta empatara cuanto antes. Y así se demostró al final.
La entrada de Merino enchufó y pareció espolear a una Real poco brillante. Fueron los mejores minutos de Kubo, a quien la inspiración siempre le pilla trabajando porque no deja de correr y de partirse la cara. A Zubimendi se le escapó una volea desde fuera del área y un precioso servicio a una diagonal impecable dibujada por Oyarzabal acabó en nada por el mal control de este. Seferovic hizo lo mismo a la espalda de Le Normand y su definición de punterón la salvó con la bota Remiro. Una de las mejores combinaciones locales acabó en una dejada del eibartarra a Kubo, que no logró batir a Villar. Ya con uno más por la roja a Tapia, los realistas se presentaron en el área con más efectivos pero con las ideas poco claras y el nipón volvió a confirmar que debe mejorar en la estocada.
Con los cambios, la Real, que llevaba todo el partido intentando reencontrarse, perdió el norte. Pablo Marín perdió dos balones imperdonables en sendos pases horizontales y el equipo acabó entrando en una angustiosa vorágine negativa que finalizó con la definitiva igualada. Zubeldia había salvado un recorte de Aspas que se quedaba solo y, tras un cabezazo alto de Marín, el segundo error de este lo convirtió el capitán vigués en un disparo casi desde el centro del campo que, tras superar a Remiro, se escapó por los pelos. La Real ni tenía el balón ni lanzaba ataques en ventaja, lo que motivó que el Celta se lo creyera, siguiera presionando arriba y acabara encontrando el tanto del empate en una pifia de Le Normand, quien, muy a su pesar, alojó el balón en el fondo de sus redes ante la desesperación de la grada.
Una pena. Pero este es el mes en el que había que intentar hacer acopio de puntos al encarar a adversarios sobre el papel más accesibles y disputar un encuentro por semana. Para ser honrados y, además de lo visto ayer en el verde, el Celta llevaba varios duelos mereciendo algún premio de este calibre ante los blanquiazules. Aceptamos con resignación accidentes como el del Valladolid, porque ese día el equipo mereció el triunfo, pero lo de ayer fue un golpe mucho más duro. A la yugular. Crimen y castigo para una Real que compareció disfrazada de equipo vulgar a una cita en la que la victoria era más importante de lo que parece. Veremos. La receta de toda la vida, 1-0 con gol de Oyarzabal, no sirvió para esta ocasión. Seguimos. Esto no para.