con una diferencia de pocos días, en junio de 2007, la Real bajó a Segunda y el Bidasoa dejó de ser equipo de la División de Honor. Estaba hundido, porque aquello suponía un cambio monumental en la ocupación informativa, tanto en el día a día como en los fines de semana. Aunque parezca lo mismo, no lo es. Mis amigos me vieron tan alicaído que decidieron organizar un viaje. Conducían ellos y elegían el destino. La resultante, una semana en Galicia. Una de las jornadas nos llevó a Vigo, a la playa de Samil. Aparcamos el coche, desplegamos las sombrillas y a pasar unas horas. El agua del mar estaba gélida. Mediada la tarde decidimos volver al hotel de Baiona en el que estábamos hospedados. El coche (marca francesa) no arrancaba con una llave al uso, sino con una especie de ficha rectangular, parecida a la de las máquinas expendedoras de kitkat. Dale que dale y nada. El conductor echando humo y nosotros tratando de calmarle. La historia terminó con el vehículo subido a una grúa camino del garaje-concesionario de Nigrán en el que resetearon la llave. ¡Tecnología punta!
Lo mismo que el vigente VAR aunque con diferente final. Del taller salimos con todo en orden y arreglado. Muy diferente al artilugio que manejan los trencillas. Dadle una vuelta al penalti con el que sancionan al Amorebieta en el partido del viernes noche contra el Tenerife y ya me contaréis. Me pareció escandaloso. Por cierto, al equipo vizcaino aún no le han pitado una falta máxima a favor. El colegiado, después de una consulta, señaló el punto fatídico con el mismo salero que Sorloth bailaría un aurresku en la explanada del santuario de Loiola. Y que me perdone, pero no le veo levantando pierna sin que le crujan los isquios.
Os decía hace una semana que había visto jugar al Celta en el Villamarín y que me encantó el modo de hacerlo. Consiguió una victoria legítima y poco discutible, porque anduvieron finos en las dos áreas y respondieron a todo lo que el rival puso por delante tratando de cambiar el panorama. Sin embargo, quedé sorprendido con la eliminación copera del miércoles ante el Atlético Baleares. Inesperada, pero real como la vida misma. Batacazo sin remisión. ¿Qué Celta íbamos a ver en Anoeta? Para empezar solo cuatro jugadores repitieron en el once titular, aunque cinco más jugaron todo el segundo tiempo cuando Coudet la vio venir. Estos partidos coperos en los que se especula bastante suelen concluir con resultantes endemoniadas. Dejan un mal sabor de boca en vestuarios, gradas y medios de comunicación. Nos lo sabemos de memoria.
No sé si por culpa de ese peregrinaje o porque la Real rayó a muy alto nivel, los puntos se quedaron en casa. Falta hacían. El único pero que comentar se relaciona con algo que es más o menos habitual. Se fallan ocasiones que deberían subir al marcador. Con una diferencia tan exigua, la intranquilidad se instala en la grada, en los domicilios y probablemente en el terreno. Cualquier acción aislada, cerca del final, puede mandar al limbo todo el buen trabajo precedente. Menos mal que, como tantas otras veces, apareció el maestro armero. Januzaj vio el desmarque del capitán. Le envió un pase relleno de crema y nata, como los roscones, y el 10 en dos tiempos lo convirtió en gol y lo subió al marcador. Es el sexto tanto que le marca al conjunto olívico desde que juega en el primer equipo. Eso sí, temblando por si se lo anulaban. ¡Estaba tan solo!
El posterior gol de Elustondo otorgaba la tranquilidad que se buscaba, pero llegó el momento de mediatrices, bisectrices, hipotenusas y catetos. Abrazos, sonrisas y nones. Vuelta a empezar. Los Magos de Oriente me trajeron un precioso reloj con etiqueta de Ordulari de Azpeitia. Pensé por un momento que estaba estropeado porque no avanzaba ni para atrás. Qué lento todo. Final y felizmente, la parroquia salió contenta del estadio y los protagonistas se quitaron un peso de encima. Atrás quedaban 90 minutos de trabajo sin tregua. El técnico oriotarra no se fiaba nada del rival. Pedía un partido redondo para ganar. Lo hicieron con un alto nivel de concentración. Solo faltó que los cabezazos en acciones a balón parado se convirtieran en goles. Obviamente, el que logró superar a Dituro no alcanzó la gloria.
Imanol sorprendió con la titularidad de Rafael Alcántara do Nascimento. Buena pinta y buenas conexiones con los compañeros más cercanos. Reconoció sentirse en medio de un cruce de sentimientos. Los viejos recuerdos que permanecen en su interior tras el pase por Vigo. La realidad de su nuevo equipo. Le tocó ser protagonista en la primera línea de combate, sabiendo que miles de ojos le seguían por todas partes hasta que el entrenador le cambió por Guridi. Compareció ante las cámaras de televisión, sin perder la sonrisa ni un segundo. Sabe a lo que ha venido y su objetivo no es otro que responder a la confianza depositada.
Aquella noche de Vigo, después de que nos entregaran el coche con el artilugio arreglado, nos fuimos a cenar. Creo que a Casa Rita. Nos pusimos como el hijo del esquilador. No escribo nada más, porque no quiero provocar. Mañana lunes comenzamos el habitual régimen severo de verduras y sopas equilibrantes para rebajar todos los excesos navideños. O eso decimos la mayoría. Propósito de enmienda. El mismo que se viene planteando la Real desde hace semanas. A fuer de ser sinceros: empate en Gasteiz, eliminatoria copera superada, triunfo en liga después de varios intentos y atropellos. Ni tan mal. Ahora solo nos falta que lo de Isak no trascienda mucho, que la operación de Barrenetxea salga bien, que los enfermos se curen y que encuentre camisas de mi talla en las rebajas de enero. No suele ser fácil.
Apunte con brillantina. Mientras se disputaba el partido, la Real comunicó la incorporación de Enrique Clemente a las filas del filial. Es un defensa que procede del Real Zaragoza, prestado por los maños y con la opción de quedártelo allá por junio. Están tratando de apuntalar al Sanse con nuevas llegadas. La recuperación de Alex Sola, la llegada de Jonathan Gómez, este chico aragonés y algo más que pueda suceder, refuerzan la idea de que el segundo equipo en el actual entorno merece mucho la pena.