Un mal día lo puede tener cualquiera. Llega un momento en el que resulta casi hasta divertido escuchar y leer a las víctimas que está dejando a su paso el equipo de Euskadi. Pero no, lo sentimos, la realidad no tiene nada que ver con una de esas jornadas para olvidar de la que no se libra ningún equipo durante una temporada, sino en que muchas veces la explicación a su mala fortuna reside en el potencial que tienes enfrente. Así se lo tuvieron que explicar Jagoba Arrasate y Rubí a los entornos de sus respectivos equipos cuando analizaron con frustración las severas derrotas que les infligió la Real. Tener un mal día es otra cosa. Yo sufrí uno horrible en El Saler, en una concentración de la selección española antes de jugar un encuentro en Bosnia. Recuerdo que no tuve más remedio que trasnochar para no dejar solos a dos buenos amigos, aunque yo no quería, y llegué con muy pocas horas de descanso al entrenamiento. Hacía un calor sofocante y una humedad terrible. No hacía falta moverte demasiado, aunque yo no tuviera ni la más mínima intención de hacerlo, para tener la camiseta empapada de ronchones, muy por encima de la camisa de Camacho en Corea. Lo cierto es que tenía que estar avispado, porque estaba con varios frentes abiertos de trabajo. El primero de ellos era hablar con Marchena, porque España iba a jugar en una ciudad pequeña que se llamaba Zenica, en lugar de en Sarajevo, y se anunciaba encerrona. Me lo crucé en las instalaciones, me presenté y le pregunté si podía atenderme. Juro que me dio una contestación que superó los 30 segundos y no entendí nada. Y no, no se ofendan, no fue lo mismo que cuando solicité entrevistar a un argentino de la selección sub 20 y me explicaron discretamente que no era posible porque había un problema: "Es que el chico es tartamudo". El central tenía un acento sevillano tan cerrado y estaba molesto con el medio en el que trabajaba por el famoso penalti a Raúl que explicaron que le había hecho una llave de judo de nombre Ushiro-nage (al parecer era un control y una proyección hacia atrás). El caso es que entre el acento y que no paraba de repetir a su manera el nombre japonés del movimiento no le entendí ni media palabra. Hoy es el comentarista estrella de la Televisión Española. Cada vez que le escucho no puedo reprimir la risa.
Mientras estaba hablando con él, en rueda de prensa, Baraja, que no me conocía de nada, me estaba dando un palo desproporcionado por unas declaraciones suyas que habían recogido mis compañeros y me las habían firmado: "Yo no he hablado con ese periodista en mi vida ni sé quién es". Hombre Rubentxo, tampoco era para ponerse así, con semejante acritud cuando lo que no te había gustado es que se hablase de tus palabras en las que te dejabas querer durante una concentración de la selección. Para coronar el día, estresado a más no poder, entrevisté a Xabi Alonso, que me vio tan sudado que me preguntó a ver si había estado entrenando con ellos y, como despedida y cierre, mi fotógrafo mandó varias fotografías y publicaron a más de cinco columnas una que se me ve en primer plano en un canutazo al seleccionador. Mi madre la recortó y tiene puesto el periódico en el salón. Cuando le recuerdo que estaba que me quería morir (algo que delataba el color tipo Iniesta de mi cara), siempre me contesta que estoy "muy guapo". No existe una definición más concreta de lo que significa jugar en casa.
Los que tampoco olvidarán jamás un día como el 28 de junio de 2003 son el Mallorca, rival esta noche de la Real, y el Recreativo, ya que jugaron una de las finales de la Copa del Rey más inesperadas de la historia. "Fue el éxito más grande que tuvo la competición en los últimos 30 años", la definió con orgullo Lucas Alcaraz, técnico del milagro del decano. Incluso los insulares, campeones, recordaron con cariño en su cuenta de Twitter la emocionante jornada: "¡Pues para nosotros no estuvo tan mal! ¿No, Recreativo de Huelva? Elche (escenario del partido) fue una fiesta del fútbol". Pero el malvado Javier Tebas, con más apego al dinero que a la propia vida, no tardó en menospreciarla cuando se planteó el cambio de formato a partido único, como instauró el forajido nuevo jeque árabe Rubiales: "Ese formato ya existió. De hecho, ya tuvimos una final Mallorca-Recre". Luego intentó solucionarlo y, como suele ser habitual en él, lo estropeó aún más: "El fracaso no es que lleguen equipos pequeños a la final. El fracaso fue una etapa en la que los grandes se desinteresaban de la competición restándole honestidad, exposición y relevancia". Pobrecillos, tan ricos que solo tienen dinero. Les sacas del clásico y no son capaces de producir un euro que no repercuta en sus cuentas personales y están más perdidos que Nico Williams antes de liarla parda en el derbi. Como no puede ser de otra manera, aquí somos muy fans de aquella final y de que se disputara en el Martínez Valero. Para diferenciarnos de los grandes y reivindicar que los demás también tenemos derecho a soñar en grande y a celebrar títulos.
Algo que haremos con mucha más felicidad y entusiasmo que ellos, como ya comprobamos en demasiadas ocasiones. Marchena, con una oratoria en la que se le entendía bastante mejor, dijo en un reportaje: "La gente que llevábamos más tiempo en la selección teníamos que recordar a la gente nueva que llegaba que le diera el valor que tenía estar en la selección cuando ganaba, porque no siempre ha sido tan bonita como era en los años en que fuimos campeones". Y a mí me preocupa. Así como denuncié que había una generación perdida que no conocía el sabor de un buen partido de Copa, me inquieta que aparezca una nueva camada de aficionados realistas que se está acostumbrando casi siempre a ganar. Que no conozca el dolor de una derrota inesperada. Y no tiene nada que ver con ser cenizo, sino con destacar que la Real ha ganado 19 de 26 partidos esta temporada. Unos números de leyenda. Más bien con valorar y paladear el momento. El carpe diem. Lo que están haciendo este entrenador y sus pupilos ya permanecerá para siempre en nuestra retina. "El equipo de Imanol, ese sí que era fiable y nos hacía vibrar", contaremos a nuestros herederos con el paso del tiempo. Entre otras cosas porque no fallaba cuando era favorito y tenía la obligación de ganar. Eso sí, nadie es infalible y si llega el temido mal día, tendrá seguro la comprensión de los de siempre y la generación perdida, pero necesitará también el cariño de la gloriosa, que deberá ser consciente de que está prohibido acomodarse y dormirse en los laureles. Mientras tanto, todos unidos y engorilados tras el convincente triunfo en el derbi, seguiremos persiguiendo el sueño de tocar el cielo con una grada teñida de sentimiento txuri-urdin. Se lo merecen, nos lo merecemos. ¡A por ellos!