Anoeta. Minuto 73. La Real Sociedad gana 1-0 y el Celta acaba de refrescar su centro del campo con dos sustituciones. Imanol tiene preparados a Pablo Marín y Robert Navarro para entrar al terreno de juego, pero de repente expulsan a Tapia y el oriotarra paraliza ambos cambios. En un principio pretendía armar la medular con piernas frescas y dotar al ataque de una chispa extra, pensando también en el vigor de la primera línea de presión. Sin embargo, contra diez varía el asunto. El rival pierde y necesita seguir arriesgando, panorama ante el que enganchar dentro con Brais y lanzar a Kubo puede finiquitar el partido por la vía rápida: el míster mantiene a los dos durante diez minutos más. Transcurrido dicho tiempo sin goles y con una ocasión fallida del japonés que habría hecho bueno el plan, llegan ya los relevos previstos, con los objetivos mencionados. Y después, en el 87, coincidiendo con los ingresos de Álex Sola y Carlos Fernández, el equipo pasa ya a defender con zaga de cinco, ubicando a Zubimendi como central derecho. Son todos movimientos lógicos, y habituales la mayoría.
Fútbol salvaje
Después de visto todos somos listos. La tarde terminó mal por culpa del resultado y, sobre todo, porque quedó la unánime sensación de que el Celta mereció el punto incluso diezmado. Sin embargo, puestos a actuar desde el banquillo txuri-urdin, pocas cosas más entendibles había que intentar sentenciar contra diez para, poco a poco, ir incrementando las precauciones conforme se acercaba el final del partido. Dicho todo ello, tampoco podemos subestimar aquí la naturaleza salvaje del fútbol y una máxima que suele repetirse como el ajo, juegue quien juegue y entrene quien entrene. Cuando un partido se abre, resulta muy difícil cerrarlo luego. Me refiero a que la Real, con más de 20 minutos por delante frente a un rival en inferioridad, apostó por arriesgar el balón y agrandar el campo todo lo posible, pensando en generar espacios desde los que aniquilar al adversario. Después, cuando pasó a jugar en largo y a protegerse en mayor medida, el encuentro avanzaba ya cuesta abajo y sin frenos. Imposible detenerlo. Que Imanol no tuvo esto en cuenta resulta tan claro como que estaríamos hablando ahora de jugada maestra si la famosa ocasión de Take a pase de Sorloth termina en la cazuela. A los técnicos se les paga por tomar decisiones. Decisiones que no tienen por qué resultar buenas o malas únicamente en función de su resultado.
Un Celta superior
El partido del sábado supone el ejemplo perfecto. Durante más de una hora de encuentro, hasta la tarjeta roja, el marcador reflejó un 1-0 que tampoco se correspondía con lo que pasaba sobre el verde. El propio Alguacil habló en rueda de prensa de un encuentro “equilibrado entre dos muy buenos equipos”, dentro del que “a los puntos” su Real fue “ligeramente superior”. “Pero es mi opinión”, se apresuró a puntualizar, quizás consciente de que semejante análisis podía provocar discrepancias. Yo no comparto su conclusión. Pienso que el Celta fue algo mejor en el cómputo global del encuentro, que incomodó a los nuestros mediante una notable presión centrada en tapar los carriles interiores, y que acreditó mucha personalidad para seguir intentando combinar por dentro pese a los buenos robos protagonizados también por el cuadro txuri-urdin. Es cierto que, once contra once, las ocasiones de Oyarzabal y Kubo (la primera del nipón) dejaron otro poso al balance de acercamientos, una vez que el partido empezaba a romperse. Pero Remiro había tenido que intervenir previamente ante Carles Pérez (primer minuto), Larsen (cabezazo y mano a mano que el VAR habría validado) y Seferovic. Los gallegos, con Carvalhal a los mandos, se han convertido en un muy buen equipo.
Mirar al adversario
Porque esa es otra. Desde fuera deberíamos respetar más a los rivales y lo que hacen contra nosotros. Resulta lógico que nuestros análisis se centren en la Real, la escuadra a la que seguimos. Pero, si no se juega ante el Barça, Madrid o Manchester United de turno, parece que están siempre enfrente once robots a los que hay que ganar sí o sí. Da la sensación de que el plantillón que ha confeccionado el club nos ha terminado llevando a mirar por encima del hombro a más de media Liga, cuando esto no debería ocurrir nunca, porque tampoco gusta que lo hagan contigo si tuteas a ciertos grandes. En la era de Twitter, de lamentables programas deportivos en la sobremesa y de constantes polémicas absurdas y ajenas al juego, resulta recomendable y hasta sano emplear ese tiempo en echar un vistazo al próximo adversario. Con ojos más o menos analíticos, te haces una idea de lo que espera, calibras mejor la dificultad de la competición y luego no te sorprendes si viene el Celta a Anoeta y lleva el encuentro a su terreno.
Palabra de capitán
Haciendo todo lo posible por no mostrar su evidente cabreo y tirando de temple, Mikel Oyarzabal se sentó ante los medios el sábado por la tarde para llamar a las cosas por su nombre. Reconoció que la Real no había jugado ante el Celta su mejor partido. Precisó que el equipo sufrió ante los gallegos “mucho más” de lo que había padecido cinco días antes en el tramo final de Cornellà. Y apeló al trabajo en Zubieta para analizar por qué rendijas se habían escapado dos puntos de oro. A partir de todo ello, reclamó “objetividad” a la hora de valorar el momento actual. “Vamos terceros en la Liga tras 22 jornadas, estamos en octavos de final de la Europa League y perdimos en Copa, en el Camp Nou, de la forma en que perdimos”. Pues eso, que en agosto de 2023 firmaremos estar como ahora en febrero de 2024. Y así verano tras verano.