PSV, Leipzig fuera, Leipzig en casa... Planteamientos similares han sido juzgados a posteriori solo en función del resultado
Con el resultadismo en el fútbol pasa como con el colesterol, que hay dos: el bueno y el malo. El resultadismo bueno es el que todos llevamos de serie y se da a priori, antes de cada partido. Firmamos ganar donde haga falta, y el cómo nos importa más bien poco mientras nos aseguren la victoria, cosa que, por cierto, nadie puede hacer. El resultadismo malo y peligroso, por su parte, no es tan unánime y se produce a posteriori, después de cada encuentro. Con la ventaja que supone conocer ya el marcador final, sus practicantes rebobinan a los 90 minutos de juego y adaptan al mismo sus argumentos para dibujar una tesis general nunca reñida con la máxima a aplicar: todo resulta un desastre cuando se pierde y todo está bien cuando se vence. Se hace curioso y a la vez desconcertante tomar algo de perspectiva y comprobar que ese "todo" es muchas veces exactamente lo mismo, pero que se aplaude en el triunfo y se critica en la derrota.
el triunfo
El pasado 9 de diciembre, 25.000 aficionados de la Real acudieron a Anoeta dispuestos a vivir una noche para recordar: solo valía ganar al PSV para avanzar en la Europa League. El estadio vistió sus mejores galas en los prolegómenos, con un mosaico en memoria de Aitor Zabaleta, de cuyo asesinato se cumplían exactamente 23 años. E Imanol Alguacil apostó para la ocasión por un planteamiento de repliegue y contragolpes que incluyó en el once a Igor Zubeldia para actuar en doble pivote junto a Zubimendi. Resulta más que evidente: todos los datos hasta aquí mencionados habrían sido utilizados para exacerbar la crítica hacia la propuesta txuri-urdin en caso de eliminación. Pero pasó lo que pasó. En la primera parte, aún con 0-0, el propio Zubeldia perdió un balón en situación peligrosa. Lo recuperó el exrealista Bruma. Y el disparo de este a la meta de Remiro supuso el principio del fin para los neerlandeses. Pegó en el larguero, igual que un intento posterior de Januzaj tras carrera de Portu en transición se topó con una mano visitante dentro del área. Penalti. Diana de Oyarzabal. Y goleada final con espacios para dar y tomar. Nuestro entrenador era entonces una mezcla de Arrigo Sacchi, Pep Guardiola y Jurgen Klopp, el mejor estratega. Pero podía haber salido escaldado.
La derrota
La última frase del párrafo anterior resultaría totalmente gratuita si durante los últimos días no hubiésemos asistido a la confirmación de su más absoluta veracidad. El 13 de diciembre, menos de una semana después de aquel triunfo contra el PSV, los bombos europeos emparejaron a la Real con el RB Leipzig. Y desde entonces hasta la llegada de la eliminatoria tuvimos dos meses para ver partidos de los alemanes, informarnos sobre lo que proponen en el verde e incluso escarbar en la historia y la razón de ser de su interesante proyecto. La sensación que a uno le queda, sin embargo, apunta a que dicho tiempo fue desaprovechado, y a que hoy 1 de marzo muchos aún no son conscientes de a quién nos hemos enfrentado. No hablo aquí del nivel del rival. Hablo de sus características. Unas características que hacen de la escuadra de Domenico Tedesco una de las más veloces, intensas y eléctricas del continente, y que justifican la idea de Imanol de protegerse para evitar un duelo de idas y venidas. Al míster se le alabó el plan cuando salió bien, en el Red Bull Arena o contra el mismo PSV. De jueves a jueves, sin embargo, la idea pasó de buena a nefasta. Exactamente la misma.
brecha abierta
No nos engañemos. Tampoco se trata de defender aquí que los resultados quedan determinados de forma aleatoria, como si se lanzase una moneda al aire. Por mucho que el entrenador txuri-urdin calcara propuestas en la ida y en la vuelta, cambiaron cosas entre ambos partidos. Retocó cosas el adversario. Y posiblemente la Real dejara en Anoeta puertas abiertas que en Leipzig supo cerrar en mayor medida. Pero no dejan de llamar la atención los análisis extremistas que, en función de un marcador deportivo, se hacen de dos situaciones muy parecidas. En esto, el fútbol significa un mero reflejo de la sociedad en general. Habitamos un mundo en el que solo existen el blanco y el negro. Y se trata de un problema, porque, tanto en el fútbol como en la vida, la mayoría de las circunstancias se presentan con distintas tonalidades de gris. En lo que a nuestro deporte respecta, uno empieza ya a temer por su carácter popular. El repaso a un partido completo ofrece miles de matices y aristas que explorar, y sin embargo en la calle circulan teorías mucho más absolutas que reflejan la apertura de una innegable brecha entre la visión del aficionado y la realidad del juego, cada vez más sofisticado. Me lo decía el otro día un compañero, con cierto desencanto. "Es que ahora al fútbol hay que ir como a una clase de matemáticas, con cuaderno y bolígrafo para no perderse".
contra osasuna
La clase de mates del domingo contra Osasuna tuvo su miga. La equis de la ecuación residió en el centrocampista txuri-urdin que, sobre el papel, debía quedar libre ante un rival que presionaba adoptando un 4-4-2. Y lo cierto es que, durante la primera hora de partido, la Real acertó a encontrarlo con cierta frecuencia, aunque sin avasallar. Llegó el 1-0 gracias a que el pie de Aritz estaba unos centímetros más retrasado que el de un defensa. Y se evitó el 1-1 gracias a que el pie de Vidal estaba unos centímetros más adelantado que el de Zubimendi. ¿Qué pintaba Martín en una posición tan baja? Repasé ayer la acción y no pude evitar lanzar una carcajada al aire: ejercía de tercer central dentro de un compacto 5-4-1 con el que los txuri-urdin esperaban replegados en su campo. ¡Igual que contra el Leipzig! Si en un periódico pudieran incluirse emoticonos, aquí irían varias caras de esas que lloran de la risa.