Llovió ayer sobre Gipuzkoa. Pese a ello, el lunes rebosó de luz. Había ganado la Real el domingo. Al Villarreal. Y encima jugando muy bien. El momento txuri-urdin resulta idílico, con pleno de puntos en Europa, media de Champions en la Liga y una auditoría externa, la de Unai Emery tras perder en Anoeta, que eleva al equipo a los altares. El hondarribiarra vino a decir que se están haciendo las cosas muy bien en nuestro club. E hizo hincapié, sobre todo, en una forma de proceder sobre el campo que sitúa a los de Imanol a la vanguardia del continente, encuadrándolos dentro de un estilo de presiones agresivas, al hombre por todo el terreno de juego, más propio de una Bundesliga (por ejemplo) que del campeonato español. Las pizarras del oriotarra y de los integrantes de su staff están significando una muy fiable hoja de ruta para la escuadra blanquiazul, en consonancia con lo que dijo el otro día el entrenador rival. Aunque la táctica, cada vez más importante a la hora de explicar este juego, nunca lo será todo en el fútbol. Funciona la de la Real. Pero también acompañan otras circunstancias. Circunstancias muy relevantes además.
La piña
La imagen me llamó la atención. Supuso para mí una especie de impacto visual. Cuando Alexander Sorloth marcó contra el Espanyol, hace tres semanas, la realización televisiva se trasladó al banquillo txuri-urdin, donde casi todos los suplentes fueron más allá del clásico festejo entre reservas. Lejos de protagonizar el típico aplauso desganado, se levantaron de sus butacas, invadieron el área técnica y formaron una piña más propia de los futbolistas titulares que de aquellos que aguardan su oportunidad en la banda. Recordatorio: solo era el 1-0 y el partido únicamente había alcanzado el minuto 16. Poco les importó a los Ander Guevara, Diego Rico, Beñat Turrientes, Momo Cho y compañía. Canteranos y foráneos. Jóvenes y veteranos. Todos a una, más de la Real que la bandera. Sí, Imanol tiene muchísimo mérito. Él mismo manifestó el domingo, sin embargo, que en Zubieta hay gente que le facilita su labor una barbaridad. “¿Quieres reconocer a algún futbolista en especial algo de lo que esté haciendo?”, le preguntaron. “Sí. Quiero reconocer el trabajo de quienes no tienen muchos minutos, porque son los que mantienen vivos a quienes juegan más”. Las palabras del míster cobran todo su sentido cuando la famosa piña del banquillo viene repitiéndose de forma sistemática durante el último mes. Abrazos en Anoeta, abrazos en Montilivi, abrazos en Chisinau…
Europa League
Y, ojalá, abrazos este jueves contra el Sheriff, pero estos ya sobre el terreno de juego. No hace falta estrujarse mucho los sesos para vaticinar que Imanol introducirá pasado mañana varios cambios en su once. Queda atrás una semana exigente en la que ha habido bastante continuidad en cuanto a alineación. Y encima el próximo domingo, a las dos del mediodía, espera en Balaídos un Celta a cuyos partidos no les suele faltar ritmo precisamente. En la Europa League actuarán de arranque varios de esos futbolistas sin tanto protagonismo en las últimas citas. Si les cuesta masticar la contienda, tocará armarse de comprensión y de paciencia. No resulta sencillo desembarcar de inicio en un equipo con otros noveles alrededor. Y ya vimos la semana pasada que la lata moldava es complicada de abrir. Nuestros rivales de Tiraspol te persiguen hasta al cuarto de baño. El paso de los minutos, sin embargo, va haciéndoles mella. Sin pausa pero sin prisa. A por los tres puntos.
David Silva
Cumplirá 37 años en enero. Ha ganado, entre otras cosas, un Mundial, dos Eurocopas, cuatro ediciones de la Premier League y dos Copas del Rey. El domingo ahí estaba, presionando como si no hubiera un mañana a Capoue (1,70 contra 1,89) y comiéndole la oreja al árbitro Soto Grado. Es muy bueno. Pero su grandeza txuri-urdin reside en que dentro de dos días, si ve desde el banquillo un gol de Karrikaburu al Sheriff, lo celebrará como ya empieza a mandar la tradición. Equipo con mayúsculas.