Balaídos. Otra vez Balaídos. Menos mal que, esta vez, no tiene pinta de que la historia vaya a repetirse. Allí se plantó la Real de Eusebio en la primera jornada de la Liga 2017-18, apenas tres meses después del milagroso gol de Juanmi en el mismo escenario. Vencieron los txuri-urdin sin completar su mejor encuentro (2-3). Y la principal lectura que se extrajo de aquello consistió en que el equipo ya no necesitaba hacer bien las cosas: “Ahora ganamos por pegada”. Como si resultara así de fácil. La campaña acabó como el rosario de la aurora, con entrenador y director deportivo destituidos, porque en este club nunca han existido las vías alternativas hacia el éxito. El único camino que conocemos es el del juego en su estado más puro, el del colectivo con mayúsculas. Dejemos los atajos para quienes realmente pueden recorrerlos: el Madrid y el Barcelona. Quizás solo el Madrid.
“Equipo grande”
Viene al caso el recordatorio porque, cinco años después de la experiencia, la Real volvió a ganar el domingo en Vigo, de nuevo sin bordar el fútbol. Marcaron Illarramendi y Zubeldia, con lo que se nos cayó el argumento de la pegada. Pero este se vio relevado por el de la ya recurrente “victoria de equipo grande”. Discrepo. Esta plantilla puede adjudicarse partidos tirando a grises sin merecerlo del todo, igual que la de hace un lustro podía vencer encuentros puntuales desde la calidad de Carlos Vela o de Willian José. Sin embargo, la historia txuri-urdin dice que, por estos lares, siempre se necesitarán argumentos más sólidos para celebrar cosas en mayo. Afortunadamente, en el actual proyecto sí existen fortalezas de calado para no reducir el 1-2 de Balaídos a una cuestión de estatus. El escudo blanquiazul, precioso, no nos otorgará por sí solo el cuarto billete europeo consecutivo. Lo harán otras cosas.
Argumentos
Lo hará, por ejemplo, esa capacidad de la Real de Imanol para mantenerse en pie en contextos complicados: no es que ganara al Celta, es que lo consiguió minimizando la producción ofensiva de un rival que destacaba por todo lo que venía generando. Ayudará también la amalgama de recursos tácticos que, pese al condicionante de las lesiones, está aportando el entrenador para solventar momentos difíciles: el domingo, ese juego directo a las diagonales escoradas de Sorloth y Kubo. E integrarán igualmente la receta del éxito el compromiso y la solidaridad de unos futbolistas cada vez más maduros, capaces de compaginar con la misma actitud noches de estrellas continentales y mediodías de tormenta gallega. A partir de aquí, fuera ya de lo futbolístico, fuera ya de la pizarra, fuera de lo mínimamente explicable, está el asunto de las inercias. La txuri-urdin ahora mismo es buenísima, pero cambiará, porque las inercias cambian demasiado a menudo. Se ganan últimamente partidos que, en otros momentos del curso, significarán la derrota. Y esto es algo que toca grabar a fuego en nuestras mentes. Si ahora la Real vence como los grandes, ¿qué era en mayo cuando perdió en el campo del Levante? ¿Un equipo pequeño? Ni lo uno ni lo otro. Aquel encuentro del Ciutat de València, por cierto, no se jugó nada mal.
Las notas
Cuando me preguntan si soy resultadista, siempre respondo que no en lo relativo al análisis de un partido, y que sí en lo referido a una temporada completa. Durante 90 minutos puede pasar de todo sobre el verde, pero el balance final de una campaña difícilmente resultará engañoso: va a misa. A esta Real le han puesto muy buenas notas en los últimos veranos. Sin embargo, los profesores le han reconocido, por encima incluso de su nivel, una tenacidad fuera de lo común para levantarse tras caer: la pésima racha tras el confinamiento, aquella dura resaca post Nápoles, la gigantesca plaga de lesiones después de ganar la Copa, las exhibiciones sin triunfo del recién inventado rombo la pasada primavera… Ahora todo resulta precioso. Pero no nos vengamos muy arriba. Como siempre ha sucedido, vendrán momentos difíciles. Cuando lleguen, habrá que ser justos con los últimos cuatro años del equipo. Sufre. Resiste erguido. Y vuelve como hizo en Vigo. Dentro de un tiempo, ojalá muy largo, me tocará recordarlo por aquí.