Estábamos asistiendo a un partidazo, a un encuentro de los de verdad, de los de pierna fuerte y en los que todo cuesta, nada se regala. La Real lo estaba jugando sin sus ocho futbolistas lesionados, casi el 33% de la plantilla. Y había enfrente un señor equipo, el Betis, con bajas también pero solo cuatro, mucho más reconocible. Mientras aquí miramos a ver qué pasa con la famosa prelista de Luis Enrique, en el Villamarín asumen que el próximo mes tendrán desbandada hacia Catar. Pero semejante cúmulo de circunstancias no fue óbice el domingo para que todos viéramos lo que vimos. Jugaron mejor los nuestros. Trabajaron para ganar. Y debió resultarles suficiente con lo que hicieron. Luego llegó el famoso minuto 85 y el consiguiente jarro de agua fría. Sí importó. Sí escoció. Aunque tampoco mucho. Hoy es el día en que las derrotas solo duelen en sí mismas, por su fondo y no por sus formas. Imanol siempre pide que la gente “salga orgullosa” de Anoeta, pase lo que pase. Ese objetivo lo tiene adjudicado. Con creces.
En defensa
El mérito txuri-urdin estuvo el domingo fuera de toda duda, en ambas direcciones además. Para empezar, la Real consiguió que en el área de Remiro pasaran muy poquitas cosas, apostando para lograrlo por el camino más complicado. Con el equipo fatigado, las opciones de rotar muy mermadas y un rival que te puede destrozar corriendo al espacio, el equipo presionó arriba y se expuso a la velocidad de un Betis con piernas y lanzadores. Los blanquiazules ejecutaron muy bien el arriesgado plan, concentrados, intensos, vigorosos. Y mataron así dos pájaros de un tiro, porque sus robos no significaron únicamente herramientas defensivas. También lo fueron en clave ofensiva, dando pie a situaciones ventajosas para atacar a Rui Silva. Estuvo bien el míster organizando a los suyos y facilitando los habituales emparejamientos al hombre, porque el teórico 4-2-3-1 de Pellegrini es directamente mentira. El técnico chileno, como el propio Imanol en la Real, junta dentro a cuatro centrocampistas, y de alguna manera había que perseguir a estos. Nuestro rombo mutó a cuadrado y a partir de ahí todo fluyó. Mención especial para la doble tarea de un tremendo Pablo Marín, encargado por momentos de apretar a Paul y de corregir con Sabaly. Mención especial, igualmente, para un Le Normand que bailó agarrado con la más fea, Borja Iglesias.
En ataque
El balance final de oportunidades fue el que fue, favorable al bando local. Y para que así sucediera, obviamente, también se hicieron muchas cosas bien. Se trató de una labor técnica, táctica y también intelectual, faceta esta última que se le destaca muy poco al equipo. Tiene futbolistas de calidad, tiene un buen entrenador y tiene, como ha destacado alguna vez el propio técnico, una plantilla de jugadores que entienden e interpretan el fútbol a la perfección. Vistos los partidos desde fuera, resulta imposible discernir hasta qué punto compiten los txuri-urdin guiados por las directrices previas de Imanol. Sí se aprecia sin matices, en cualquier caso, que saben casi siempre dónde hallar las superioridades desde las que construir. El domingo se encontraron con que Luiz Henrique, la supuesta marca de Diego Rico, ayudaba dentro para tapar a Merino. Jugaron con el lateral para atraer a banda al brasileño. Y a partir de ahí conectaron entre líneas con el propio Mikel, para hundir al Betis y comenzar a dibujar un panorama de partido muy favorable. Repito. Trabajaron para ganar. Y debió resultarles suficiente con lo que hicieron.
Entrenadores
En el arranque de su crónica de ayer, recordaba Mikel Recalde la ya famosa frase de Pellegrini, preparador del Betis, tras su reciente derrota contra el Atlético. “Un equipo quería la victoria y ha terminado ganando el que simplemente buscaba no perder”. Parece mentira que un técnico de primer nivel haga gala de semejante discurso, más propio de la barra de un bar que de un profesional supuestamente cualificado. El debate resulta más viejo que el tebeo y se zanja muy fácilmente: en esto del fútbol existen miles de caminos hacia la victoria, todos respetables. Los hay atractivos o austeros, arriesgados o cautelosos, acelerados o más maduros. Sin embargo, a noviembre de 2022 me cuesta imaginar a un entrenador comenzando un partido con la idea de conservar el 0-0 inicial, como si fuera así de fácil. ¿Existe eso de verdad? Yo diría que no. Ni cuando el Elche visita el Bernabéu. Ni cuando Simeone visita el Villamarín. Ni cuando el propio Betis visita Anoeta. Después, el juego puede llevar cada encuentro a sendas caprichosas haciendo parecer lo que no es, algo que debería tener asumido cualquiera que se siente en un banquillo, incluido nuestro último rival. No. Por mucho que la Real superara a su equipo, Pellegrini no vino a empatar. Pero donde las dan las toman.