El debate sobre el planteamiento en Madrid no debe resultar estilístico ni identitario, porque tuvo en lo físico su razón de ser
Dicen que un equipo vale tanto como su último partido. A lo que yo añado que una mentira repetida mil veces nunca podrá convertirse en verdad, por mucho que el refrán sostenga lo contrario. El valor de un equipo lo marca el largo plazo, y en Gipuzkoa lo sabemos bien. Recién iniciada la década de los 80, la gente disfrutó por aquí de una plantilla que ahora todos situamos en los altares, con razón, y que tras ganar dos Ligas se quedó a las puertas de Europa durante cuatro campañas consecutivas. Nada emborronó los títulos de El Molinón y Atotxa, ni los sueños continentales frustrados en Hamburgo, del mismo modo en que ahora toca mirar a las cosas con cierta perspectiva. Zarandeada el sábado en el Santiago Bernabéu, la Real de nuestros días puede presumir de haber conquistado una Copa, de haber enlazado una sexta y una quinta plaza ligueras y de, por encima de todo, haber despertado entre su afición, ayudada por el nuevo estadio, un fervor por lo blanquiazul cuyos cimientos resultan mucho más sólidos que los generados, por ejemplo, con el subcampeonato de 2003. ¿Lo mejor? Que esto no ha terminado todavía.
debate en balde
Cuando acabe la presente temporada, la Real habrá disputado durante la misma un total de 51 partidos oficiales. De estos, solo faltan once, apenas un 20% de un curso que, por lo tanto, encara ya su recta final. Los de Imanol son, entre los siete primeros clasificados, el único equipo que mira a un único frente, la Liga. De su enfermería apuntan a salir en breve futbolistas importantes. Y el punto de partida sitúa a la escuadra blanquiazul, además, muy pareja respecto a los rivales con los que está llamada a pelear. Existen motivos para el optimismo, claro que sí, por mucho que la visita al Real Madrid nos dejara a todos un poso muy amargo. Nuestro equipo se vio aplastado en Chamartín durante 75 minutos cuyo análisis posterior se ha visto erróneamente trasladado a lo filosófico, a lo identitario. En el estadio blanco, la Real cedió la iniciativa al adversario y apostó por un partido de revoluciones bajas que se jugara en poquitos metros, un planteamiento con detractores y defensores. Sin embargo, el debate entre ambos grupos, entre los valientes y los amarrategis, habrá que dejarlo para más adelante. Porque, si hablamos de lo del sábado y de su contexto, la pregunta resulta otra. ¿Acaso se podía elegir? ¿Acaso se podía jugar de otra manera?
cuestión de energía
En Madrid causaron baja por lesión seis futbolistas, una cifra más o menos estándar durante las últimas semanas, lo que limita la capacidad de rotación. Y el calendario que la Real deja atrás es el que es: de los últimos cinco miércoles o jueves, ha competido en cuatro, amén de todos los domingos. Así, los juicios al planteamiento en el Bernabéu no deben suponer una cuestión de sensibilidades futbolísticas. Sí deben tener en cuenta, mientras, las condiciones en que el equipo viajó a Madrid, y entender al mismo tiempo que, en el fútbol, no existe la valentía sin energía. Por eso Imanol tapó a los suyos, porque miró al depósito y vio que no había gasolina suficiente para llegar al destino siguiendo la carretera habitual. Decidió coger un atajo peligroso. Siempre lo es esperar replegados a un rival como el merengue. Y un par de curvas cerradas desequilibraron al vehículo txuri-urdin, que se pegó un buen tortazo. El asunto, en cualquier caso, tuvo sus matices.
dos detalles
Primer matiz: las características de nuestro coche. Hace un par de años, el míster nunca habría enfilado el atajo de marras. Ni loco. Pero de un tiempo a esta parte ha ejercido de mecánico para, ajustando tuercas aquí y allá, modificar la configuración de la maquinaria, mucho más fiable ahora. Así lo destacábamos de forma unánime hace solo un par de días, después de ganar a Osasuna y Mallorca dejando la portería a cero, así que tengámoslo en cuenta también ahora. Vale que ir al Bernabéu no es lo mismo que visitar Son Moix. Pero, sin combustible para jugar a campo abierto, la reciente solidez txuri-urdin era el sábado motivo para apostar por lo que se apostó. Segundo matiz: los dos primeros goles del Madrid. En este sentido, ver los partidos por segunda vez, repetidos, depara sorpresas curiosas. Durante el descanso, todos teníamos la sensación de que la Real había terminado pagando su idea de esperar con el bloque tan bajo. Y lo cierto es que pudo haberlo pagado perfectamente, porque antes del zurdazo de Camavinga ya se produjeron varias situaciones de peligro. El 1-1 y el 2-1, sin embargo, nacieron de sendas situaciones en las que los nuestros se animaron a apretar más arriba, prueba irrefutable de que cogiendo la autopista también te podías despeñar.
La idea del entrenador
Imanol no es talibán de nada. Ni de la posesión, ni del juego posicional, ni del contragolpe, ni de las presiones altas. Si ahora muchos se sorprenden con sus planteamientos es, quizás, porque en las buenas encasillaron a su Real dentro de un registro único que no se correspondía con la realidad: un equipo combinativo, dominador a nivel territorial, vencedor solo desde las largas secuencias de pase. Durante los últimos tres años, sin embargo, los txuri-urdin se han mostrado mucho más completos que todo eso, y han alternado propuestas de todo tipo: partidos de juego exclusivamente directo, días de transiciones eléctricas, asfixiantes bloques adelantados, repliegues defensivos... Imanol tampoco es ningún veleta. Trabaja los partidos, trata de hacer crecer a su equipo para aumentar así a la capacidad de adaptación a cada contexto y luego obra en consecuencia, teniendo en cuenta, obviamente, la situación de sus pupilos a nivel físico. Pero lo hace desde una idea más o menos troncal de juego que aplica cuando es posible y que tiene a la valentía sobre el campo como ingrediente fundamental. En otras condiciones, habría acudido a Madrid desde esta última premisa. Igual que fue al Camp Nou. Igual que fue al Villamarín. En Barcelona y en Sevilla, por cierto, también cayeron cuatro.