Las últimas navidades forman parte de la prehistoria, la primavera espera a la vuelta de la esquina y las ligas de fútbol entran ya en su fase decisiva, esa en la que a todo el mundo le va la vida en cada minuto de cada partido. A estas alturas del año siempre sucede lo mismo, desde tiempos inmemoriales además: el Elche le gana al Villarreal y al Mallorca; el Cremonese, a la Roma; el Bournemouth se adelanta 0-2 en el campo del Arsenal; y a nuestra Real Sociedad le cuesta contra ese grupo de equipos que aprietan o se van al pozo. “Me sorprende que os sorprenda”, que diría Toshack con razón, porque todo resulta bastante más lógico de lo que parece. Los txuri-urdin atraviesan un bache evidente ante el que no conviene volverse locos. Al fin y al cabo, también es normal vivir momentos duros durante una temporada de diez meses. Lo que marca luego la diferencia es el modo en que los superes. Por eso no me gustaron nada los 30 minutos finales del viernes.
El gol y el juego
¿Espesa? Sí. ¿Poco productiva? También. ¿Mostrando una versión alejada de esplendores previos? Seguro. Pero, durante la primera hora, la Real completó una actuación como tantas otras que le han llevado a la victoria. En varias ocasiones esta temporada, el equipo ha encontrado el gol antes que el juego, para que a partir de la ventaja todo fluyera en armonía. Últimamente, mientras, ese 1-0 de efectos casi mágicos se está resistiendo, y por lo tanto el atasco ofensivo se está prolongando casi a perpetuidad. Corresponde a Imanol hacérselo ver al equipo, trabajar para que la finura colectiva regrese, recomendar calma y evitar así fases de nervios e histerismo como la que cerró el último encuentro. Partamos de la base de que el Cádiz contribuyó a abrir el partido pasando a jugar con dos puntas y apostando por un juego directo de peinadas y caídas. Asumamos igualmente que la reacción txuri-urdin consistió en entregarse a un duelo de frenopático, con idas y vueltas que pudieron terminar de cualquier forma: ganando, empatando o perdiendo. Cuando andas más justito, como es el caso, resulta recomendable jugar en escenarios de mínimos, antes que de máximos. Y lo vimos el viernes: esa lotería postrera empequeñeció a los nuestros y agrandó al rival, por mucho que el triunfo estuviera cerca en el arreón del descuento.
El reglamento
el reglamento Un inciso. Hay algo que sí ha cambiado, y mucho, desde la época del entrañable John Benjamin: el reglamento. Los jerifaltes de la FIFA se han reunido estos días y han decidido entre canapés que lo de los cinco cambios no se toca y que ha llegado para quedarse. Se trata de una iniciativa instaurada para el fútbol post pandemia, por aquello de que recuperar las ligas aplazadas en un puñado de semanas iba a implicar en los futbolistas un desgaste excesivo. Ahora, se mantiene de forma parece que definitiva. Y se ven principalmente afectados los transcursos de partidos como el Real-Cádiz. La última cita en Anoeta antes de que explotara el covid se jugó un 28 de febrero de 2020, con el Valladolid como rival. Fue un duelo cerrado, sin apenas ocasiones, que Januzaj decantó del lado txuri-urdin en el minuto 61, cuando el cansancio y los espacios comenzaban ya a aparecer. A esas alturas de la contienda, Sergio González, técnico visitante, no había acometido aún ninguna sustitución. Este viernes, mientras, el mismo Sergio, ahora en el banquillo gaditano, introdujo tres a la vez en ese mismo instante del encuentro. Para el 75, mientras, ya había podido refrescar casi toda la primera línea de presión (dos puntas y un extremo), y se había permitido el lujo de relevar a un pivote amonestado. Y aún le quedaba un cartucho para terminar con once a raíz del incidente de Fali. Si antes ya costaba abrir este tipo de latas, el nuevo contexto lo dificulta aún más: energía extra para quien defiende un resultado.
Europa League
No hay mal que por bien no venga. Los cinco cambios sí pueden ayudar a paliar eventuales déficits físicos ante rivales con mejor base condicional. En este sentido, las eliminatorias de la Europa League sitúan de nuevo a la Real ante un panorama ya conocido. Y es que no debemos dejarnos engañar por los estereotipos que rodean al fútbol italiano y a la figura de José Mourinho. Al calcio ya no le hace justicia la etiqueta casi eterna del catenaccio, del cerrojo defensivo. Y el portugués es un técnico al que le gusta atacar. A su manera, pero le gusta. Siempre ha acostumbrado a hacerlo desde transiciones rápidas y eléctricas, y con base en un poderío y a un vigor en la estructura defensiva que mantiene en su Roma. Sí, se trata de un equipo italiano. Pero el perfil de sus jugadores poco tiene que envidiar a la fortaleza de los Salzburgo, Manchester United o Leipzig de experiencias anteriores: son auténticos atletas. Habrá que ver por qué planteamiento se decanta la Real para ocultar ciertos déficits y potenciar fortalezas propias.
Un dilema táctico
Siguiendo con los precedentes más cercanos, las dos eliminatorias europeas afrontadas con Imanol en el banquillo, detectamos apuestas diametralmente contrarias. El 0-4 de Turín ante los red devils vino marcado por una fidelidad txuri-urdin a su estilo original que se reveló demasiado osada para contener las carreras al espacio de los Rashford, James y compañía. Y un año después, la precaución presidió gran parte de la confrontación con el propio Leipzig, cuyas balas ofensivas podían inspirar tanto respeto como las del United. ¿Qué hará el míster en esta ocasión? No veo a Alguacil saliendo a pecho descubierto como en 2021. Y lo del año pasado no se podrá repetir: si la Real no quiere el balón, la Roma también apunta a despreciarlo.