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Real Sociedad - Valladolid | A por ellos: "La estación en la que nunca te has bajado"

Álvaro Odriozola celebra un gol con Asier Illarramendi en su etapa en la Real.
Álvaro Odriozola celebra un gol con Asier Illarramendi en su etapa en la Real.

En ocasiones, me gustaría ser como el tenista griego Tsitsipas. Alto, guapo, esbelto, estoico y con esa larga melena. Que con esto no estoy diciendo que yo no sea todas esas cosas y presuma también de esbelta cabellera. Lo que sí puede pasar es que quizá no me luzca tanto. Bueno, que a veces yo quiero ser Tsitsipas para después de ganar un partido en el Open de Australia tener la desfachatez y el descaro de, así como quien no quiere la cosa, dirigirme a la Rod Laver Arena en el micrófono del mítico Jim Courier y lanzar una invitación a la actriz Margot Robbie para que acuda a presenciar mi partido de semifinales. Sí, Stéfanos, yo también quiero que venga la australiana al Monumental del César Benito a verme destapar el tarro de las esencias en la liga de interbarrios un sábado a las 20.30 horas junto a Maradona, Cruyff, Pelé y compañía o sus reencarnaciones que juegan en mi equipo, o eso al menos se creen mis adorados compañeros, y que se siente en la gélida grada mientras disfruta con mis frenéticas e imparables carreras (menos risitas y más respeto, oiga), pero me temo que, por una cosa o por otra, al final no va a poder ser. Una pena.

Cada uno debería aceptar lo que es y sus limitaciones, aunque esté claro que, hablando ya en serio, las del heleno se encuentran en otra dimensión que las de un modesto periodista local. Desgraciadamente los deportistas de élite pierden la perspectiva de la realidad. Yo conocí a Dani Alves en el Mundial sub’20 de 2003. Era la gran estrella de la selección brasileña a pesar de que jugaba de lateral derecho, lo que le había permitido recalar en el Sevilla. Fue el gran pelotazo de Monchi, ya que solo pagaron 500.000 euros por su cesión del Bahía brasileño. En enero de 2004, los de Nervión se hicieron con su propiedad por 850.000 euros y en el verano de 2008, el Barça abonó 35 millones de euros por el que ya estaba considerado como el mejor lateral derecho del mundo. Por aquel entonces Dani era muy feo y no le importaba. Tenía orejas de soplillo, aparato de hierro en la boca, pelo desaliñado y, que yo le recuerde o al menos visibles, no lucía tatuajes aún. Era un tipo encantador y muy alegre. Siempre sonriente, nos atendió uno a uno a los medios desplazados antes de la final. Era tan bueno que Armando Ufarte sacó a un centrocampista defensivo para cerrar sus extraordinarias cabalgadas. Fue el primero de sus 44 títulos que ha logrado el futbolista más ganador de la historia.

Hace un par de años, uno de mis mejores amigos coincidió con los internacionales brasileños en clase business de un vuelo transoceánico y me comentó que le llamó la atención que estaban todos conversando y bromeando entre ellos, mientras Dani Alves se encontraba al margen sin hablar con nadie. Me sorprendió, algo había cambiado a pesar de que públicamente continuaba mostrando esa imagen de eterno fiestero aparentemente abonado al cachondeo para siempre.

Sé que siempre hay que respetar la presunción de inocencia, pero qué puede pasar por la cabeza de una persona que lo tiene todo en la vida para, según le acusan, cometer una execrable violación cuando, probable y desgraciadamente, por lo visto con esta bestia impresentable, podría aspirar a estar con muchísimas mujeres que tampoco se sentarían en el César Benito a animar a mi equipo. Supuestos héroes caídos debido a su enfermizo y vomitivo apetito sexual basado en la sumisión de su pobre víctima a la que, a ella seguro que sí, le ha marcado y condicionado la vida para siempre. Un pobre hombre al que ya recordaremos para siempre por su nauseabundo delito en lugar de por su triunfal y sin parangón carrera deportiva. Un aprendiz de sinvergüenza convertido en un despreciable demonio. Un único responsable, pero con la sospecha de una colaboración colateral de un mundo, el del fútbol, que eleva a los cielos a personas sin principios. Periodismo incluido.

A pesar de que también se han metido en algún que otro charco menor, afortunadamente sin la más mínima comparación, nuestros laterales derechos son más de andar por casa. Aunque Imanol explicó el viernes que “las decisiones se toman en junio, y llegamos a ellas desde la responsabilidad y un criterio muy claro” y pese a la plaga de lesiones, algo no ha funcionado en la planificación si en el ecuador de la temporada el titular indiscutible es un central reconvertido de nuevo en lateral como Aritz Elustondo.

Se fue Zaldua, cuando el propio técnico no estaba para nada de acuerdo, como es vox populi en Zubieta, y se apostó por Gorosabel y Sola. El primero no está teniendo un buen año y su estado físico es inquietante al no poder acabar los partidos. No hay que olvidar que es uno de los héroes de la Copa de Sevilla y solo por eso merece un respeto, además de otorgarle un crédito por si todavía es capaz de recuperar la confianza perdida. El caso del donostiarra es distinto. Un jugador con unas condiciones físicas extraordinarias que se encuentran bajo sospecha por sus continuas lesiones. Ninguna duda sobre su capacidad competitiva. Lo malo es que sus problemas físicos ya están retrasando su asentamiento tanto en el equipo como en Primera División y le va a obligar a madurar y cuidar su cuerpo como un veterano.

Los tres están lesionados, una circunstancia casual que desgraciadamente no se puede evitar. Todo parece indicar que la dirección deportiva deberá mover ficha y tomar decisiones para apuntalar la posición, ya que el nivel de exigencia en el escalón en el que se ha instalado la Real, no admite debilidades ni puntos flacos. Si no lo ha hecho con el mercado abierto y en una situación de emergencia como la que nos encontramos, todos los caminos conducen al regreso de Odriozola. La típica Operación Retorno con un balance en la cuenta de gastos de un beneficio extraordinario, como ya sucedió con Illarra. Para el presidente, Álvaro siempre será un jugador especial, por la relación personal que les une. Además, aunque tampoco sea al menos para mí lo más importante pero sí un dato a tener en cuenta, el equipo mantendría una plaza fija para un canterano, que cada vez le quedan menos libres por el evidente aumento de nivel.

Odriozola también deberá poner de su parte, obvio. Después de vestir las históricas camisetas de Real Madrid, Bayern y Fiorentina, y de llevar tantos meses inédito en el Bernabéu, no me extrañaría que fuera consciente de que el verdadero Disneyworld lo tenía en casa. Álvaro sí que ha conocido y ya es plenamente consciente de sus limitaciones. La realidad muchas veces vive en la estación en la que nunca te has bajado. Y Margot Robbie jamás visitará el César Benito. ¡A por ellos!

2023-02-06T05:08:03+01:00
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