En Sevilla nos dieron para el pelo y casi para las angulas. Lo que pasa es que en las semanas con partido intermedio la situación cambia y la deriva de los resultados precedentes se hace más corta y no se le dan demasiadas vueltas a la realidad. En Zamora ni me enteré. Entre la niebla que no permitía una visión razonable y los pobres comentaristas, que estaban como nosotros, encerrados en un estudio, no manejamos más información que la justa. Nos permitió valorar cosas positivas, además del resultado, como la vuelta al escenario de la normalidad de algunos jugadores que llevaban meses y meses sin vestirse de corto. Cumplido el objetivo de la victoria, poco más quedaba por escudriñar. Como los horarios lo permitían, conecté con la eliminatoria Atlético Sanluqueño-Villarreal. Por dos razones. En las filas locales compite Julen Azkue, uno de esos futbolistas guipuzcoanos que vive en la diáspora y que vivió una nueva experiencia en su carrera. La presencia de los de Emery suponía comprobar el estado de forma y la actitud ante el partido.
Al cuarto de hora ganaban de dos; al descanso, de cuatro. Al final, marcaron siete después de haber sometido al oponente con un ritmo endiablado y con una eficacia desmesurada. Les pasaron por encima y eso que los verdiblancos conforman un equipo digno, competitivo, con buen manejo del balón y solvente. Por tanto, aunque sabía de sobra que el encuentro de Anoeta iba a ser diferente por necesidad, estaba con la mosca detrás de la oreja. Sentí el picotazo desde el pitido inicial. Salieron con el enchufe puesto, las pilas cargadas y con capacidad de sorprender. Fallaron alguna que otra, pero, como el fútbol se comporta de aquella manera, Isak se encargó de desmontar teorías. Abrió el abanico, enseñó el repertorio y adelantó a su equipo con fiesta general en la grada. Un golazo de pañuelos blancos, pero, como no se pueden flamear por aquello de los contagios, el sueco no pudo disfrutar de un espectacular paisaje. Ponerse por delante, tal y como iban las cosas, era una bendición. La pena es que la alegría en casa del pobre duró seis minutos, hasta que los rivales empataron en una acción de balón parado, trabajada hasta lo indecible. Tanto que luego se repetiría como un calco. Con el tiempo he aprendido que, cuando hablan de un equipo que no ha ganado fuera de casa, que si la racha es de patatín y el juego de patatán, nos dan en la cresta. No es de ahora, sino de siempre. El papel lo aguanta todo, pero la realidad lo destroza.
No descubro nada nuevo bajo el sol que nos ilumina, si repartimos elogios a la gestión del club amarillo, a la capacidad de fichar muy buenos jugadores y a la conquista de grandes resultados con una buena plantilla y un laureado entrenador. No olvidemos que la ciudad en la que residen cuenta con poco más de 50.000 habitantes y que, gracias al apoyo de algunas empresas y al capital de importantes ceramistas, se creó un club de fortaleza por cuyas filas han desfilado los Riquelme, Forlán, Senna, Rossi, Cazorla, Robert Pires, Martín Arruabarrena, sin olvidarnos del bueno de Gica Craioveanu. Casi nada al aparato. Esa exhibición de músculo y acierto es una de las constantes vitales del club que en las últimas dos décadas se ha codeado con los mejores. La guinda de ese pastel llegó con el título continental, cuando ganaron al Manchester United la final de la Europa League. Empate, prórroga y 21 penaltis para despejar la incógnita. En la lucha de las estrategias, Emery le gano por la mano a Solskjaer.
Ese equipo visitó ayer Anoeta con la sana intención de llevarse el gato al agua, con permiso del oponente que aspiraba a lo mismo. Seguro que los dos equipos prepararon el partido a conciencia, porque ambos técnicos son cabezotas y minuciosos. Le dan vueltas y vueltas a todo, tratando de que no se le destapen las vergüenzas, ni que un error les condene. Como respuesta al trabajo de orfebrería de los analistas, el partido estaba precioso y era más que una incógnita. ¿Quién se atrevía a pronosticar? Cuando los equipos se miran de frente, ni parpadean, van a lo suyo, saben que cualquier pequeño detalle lleva la situación a derroteros inhabituales. Hasta donde me alcanza la memoria no recuerdo una expulsión de Mikel Oyarzabal y ni siquiera una acción parecida a la que supuso dejar a su equipo con diez jugadores. No es fácil encontrar las razones de la entrada en una zona nada decisiva del juego. Nadie mejor que él para responder, pero es obvio que a raíz de ese momento el partido cambió. El equilibrio se desequilibró. Llegó el segundo tanto visitante, tan imperdonable como el primero. Una cosa es el acierto y la habilidad de Gerard Moreno y otra la falta de concentración de toda la defensa que sabía lo que le iban a hacer. Y se lo hicieron para volver a una situación de desánimo que se ha repetido en los últimos partidos de la liga. Imanol trató de mover todos los hilos del polichinela tratando de llevar arriba balones de peligro con los que poder nivelar la contienda. El remate de Sorloth merecía premio, pero apareció el vituperado Rulli y aguó la fiesta. El postrer contraataque visitante rubricó una victoria poco cuestionable por el devenir de lo que sucedió desde el principio hasta el final. Por jalear un poco, ¿movemos ficha en el mercado de invierno?
Nos vamos a casa con cara lánguida, dando vueltas al cerebelo y esas cosas que pasan cuando encadenas varias derrotas. La mala racha, la ausencia de fortuna de la que hablaba Zaldua al final de la contienda. Por delante una semana en la que santoto se celebrará de aquella manera, el Gordo de navidad caerá en las antípodas y solo nos falta que Olentzero se contagie y no pueda currar de noche. Despedimos un año tan raro como el anterior y que, sin duda, no pasará a nuestra historia como maravilloso. Así que agur, Ben Hur.
Apunte con brillantina: como este es el último beaterio del curso, no cuento con otra oportunidad para desearos una Navidad sin sorpresas. No hablo de felicidad sino de calma, renuncias y sacrificios. Como dicen los niños, "virgencita, virgencita que me quede como estoy". Nos han cambiado el primer plato del picoteo. Pasamos de las ensaladillas, patés, langostinos y jamón a un surtidito de antígenos, PCR, mascarillas, certificados, confinamientos, etc. que se parecen como un huevo a una castaña. Pese a tanta precaución, recomendaciones y demás frenos a la normal convivencia, tratad de pasarlo lo mejor posible. Y que cuando vuelva el fútbol después de las uvas, podamos seguir rajando un poco. ¡Cuidaos mucho!