Son ciertamente curiosos los usos y costumbres electorales en el Reino Unido. Por un lado, el escrutinio dura una eternidad; hasta las ocho de la tarde de ayer no estaban asignados todos los escaños. Por otro, el relevo del primer ministro es instantáneo. No pasaron ni dos horas entre la comparecencia de despedida del derrotadísimo Rishi Sunak en el 10 de Downing Street y la primera alocución del triunfador, Keir Starmer, en el mismo escenario.
Al asistir al fúnebre discurso del ya ex primer ministro y exlíder del vapuleado Partido Conservador, no pude evitar pensar en Boris Johnson. Me apuesto dos pintas de la cerveza que tanto le gusta al despeinado antiguo premier a que ayer fue un día de goce para él. Aunque es indudable que el declive tory empezó con él, seguro que en su mente estuvo la versión british del dicho “Otros vendrán que bueno te harán”.
Debacle del SNP
En cuanto al campeón por goleada, lo mejor que puede hacer es acortar la celebración y apretarse los machos. Los laboristas descafeinados de Starmer toman las riendas de un país de países hecho unos zorros por las pésimas políticas de los gobernantes salientes. A muchos de los que aquí echan pestes de la sanidad pública quisiera verles yo en las urgencias de un hospital de las islas o pidiendo cita en la atención primaria.
El “metódico abogado” que presentan los perfiles al uso lo va a tener en sánscrito para devolver los niveles de bienestar perdidos por los súbditos de su graciosa majestad. Conocido su carácter moderado -es el Tony Blair del siglo XXI, dicen-, no parece que vaya a emprender grandes revoluciones.
Lo que sí debe tener claro es que la misma ciudadanía que le ha otorgado una mayoría estratosférica no tendrá ningún reparo en reducirlo a cenizas si no cumple las expectativas. En todos los países del Reino Unido la fidelidad de voto es más bien gaseosa. Como se vota una cosa, se vota la contraria.
Y eso es algo que se ha comprobado con especial crudeza en Escocia, donde el independentista SNP ha cosechado un tantarantán de escándalo. Los 48 representantes de 2019 se han convertido en 9 tristes escaños. No parece que sea un gran aval para pedir un nuevo referéndum.