En la pesada digestión del desastre ante el Cádiz existe margen para toda clase de reflexiones, incluidas las más aceradas o incómodas hacia los protagonistas. Pero conviene que todas, provengan de fuera o se produzcan en el seno del equipo, sean relativizadas. No hacerlo así equivale a realizar un simple ejercicio de desahogo. Por mucho que el partido del Athletic, como colectivo y en muchos casos en el plano individual, resultase insufrible, cargar las tintas no conduce a ninguna parte. Será muy comprensible, inevitable para muchos y sin embargo, inútil.
Confesó Marcelino en sala de prensa que tras el partido no les dijo nada a sus hombres. Como siempre, les felicitó por el esfuerzo y punto. Las broncas, legendarias las atribuidas a algún míster de gran fama, están de más cuando tiene lugar un accidente. Eso fue el desbarajuste firmado por los rojiblancos, un patinazo que no entraba en los cálculos ni por asomo por la forma en que descarriló al equipo de la vía por la que transitaba desde agosto. Aunque a juicio del técnico, este del viernes es el segundo siniestro total de su tropa, pues sitúa la derrota con el Rayo Vallecano de finales de septiembre a la misma altura, cuesta compartir su criterio. En aquella ocasión hubo un factor que condicionó totalmente las prestaciones y cuya responsabilidad es básicamente de la persona que diseña las alineaciones. La introducción de seis cambios en el once de golpe y porrazo estuvo en el origen de la primera derrota de la temporada. Sin olvidar que el marcador definitivo se consumó en una acción en el 96, el minuto previo a la conclusión.
Por lo apuntado, poco que ver con lo acontecido frente al Cádiz. Entonces, por añadir un elemento de distinción más, no estaba el Athletic al nivel que demostró en las tres jornadas previas a la visita del conjunto que dirige Álvaro Cervera. Cierto que en la formación faltaba alguna pieza de las consideradas fundamentales, en concreto Iñigo Martínez y Vencedor, pero la mayoría eran los habituales. El día del Rayo se señaló a los suplentes, se les reprochó su incapacidad para rentabilizar la "oportunidad" que les brindaba el técnico. Algunos de ellos suspendieron, pero el problema fue que quienes tenían la función de dar empaque a la propuesta también fracasaron. Contra el Cádiz suplentes y titulares, con escasas salvedades, dieron la de arena y el colectivo en ningún instante supo sobreponerse a un inicio paupérrimo. Ni con los cambios fue posible invertir una tendencia que sacó de quicio al personal.
A estas alturas, se antoja inteligente considerar que decepciones de este calado han perseguido toda la vida al Athletic, sin importar cuáles eran las clasificaciones, las plantillas y los entrenadores; ni la identidad del visitante que celebraba su paso por San Mamés como el éxito del año, porque realmente desde su humilde posición no era para menos. Un desplazamiento al matadero convertido en viaje de estudios con champán en las duchas, por obra y gracia de la tradicional metedura de pata del correoso Athletic. El buen samaritano le decían en tardes que volverán, quizá no este curso ya, pero seguro que en el siguiente.
Un accidente no debe marcar la dinámica de un equipo. Pasa y lo que toca a continuación es recuperar el hilo, reincidir en las buenas costumbres y, por supuesto, tomar nota. Se ha de asimilar como un disgusto pasajero, no otorgarle una importancia desmesurada. De igual manera que carece de sentido creerse en posesión de plaza europea y ver al equipo intratable de cara a todo lo que vaya a venir porque se han enlazado tres buenos encuentros en una semana. Ni tanto ni tan calvo. El Athletic había transmitido síntomas interesantes, esperanzadores, lo cual pudo acaso influir negativamente en su autoestima. Tampoco es algo tan extraño. Hasta Marcelino se abonó a esta teoría, aunque lo hiciera de forma indirecta, no explícita, aprovechando la sugerencia de un periodista.
Es parte de su labor cuidar que los jugadores no se pongan a levitar por el hecho de atravesar una racha feliz y cómo no, después del fiasco con el Cádiz, hacerles descender y pisar suelo con celeridad. Lo que no procede es pedir perdón a la afición, dado que se presupone que el partidito en cuestión no se perpetró a propósito. Sobra una apelación de ese cariz al entorno, puesto que parece admitir voluntariedad en la culpa. Es incuestionable que la culpa existe, pero los más perjudicados y dolidos por lo ocurrido son los únicos que pudieron evitarlo (también Marcelino) y no dieron pie con bolo en su afán por eludir lo que en directo, en caliente, y a ojos de miles fue un escarnio.
Pues sí, aunque Marcelino y todos los que deseen engrosar la lista de "jodidos" no lo entiendan, que el Athletic caiga precisamente ante Rayo y Cádiz y encima jugando en San Mamés merece ser tomado con filosofía. Relativizado. Son contratiempos de los que ningún equipo se libra en una liga. El Athletic no iba a ser la excepción en un campeonato donde abundan los resultados que cada fin de semana arruinan quinielas.