Hace dos décadas, poco después del efecto 2000, que todo lo zarandeó, por eso del Apocalipsis, las profecías mayas, el fin del mundo, los visionarios, los antenistas y negocios de toda clase que rotularon sus furgonetas con el 2000 como sinónimo de modernidad y de futuro, Alejandro Valverde hizo cima en La Pandera. Era 2003. Sus rivales, Félix Cárdenas y Roberto Heras.
Los dos pensaban en jugarse el triunfo hasta que brotó Valverde, un veinteañero, y les arrancó la gloria entre los dedos. Aquella huella aún tiene vigencia en la Vuelta, pero el gobierno de la carrera recae sobre los hombros de muchachos que cuando Valverde venció comenzaban a andar ajenos a lo que les depararía el porvenir. Los muchachos del fin del mundo mandan. La generación del efecto 2000.
Evenepoel, el líder, tenía apenas tres años cuando aquello ocurrió. Nació en el 2000. Carlos Rodríguez era aún más pequeño, de febrero de 2001. Juan Ayuso apenas llevaba un año descubriendo la vida. Son los hijos de Valverde, de otra generación. Solo Primoz Roglic, ciclista tardío, campeón consistente, es la bisagra entre ambas generaciones. No tiene intención el esloveno, tres veces campeón de la Vuelta, de rendirse. No dimite Roglic, siempre hambriento, competidor extraordinario. Desea su cuarto laurel. El trono aún le pertenece. Seguirá peleando por él aunque la misión no sea sencilla. Eso no asusta a Roglic.
ROGLIC QUIERE LA VUELTA
En La Pandera se lanzó a por la carrera. Le envió un contundente mensaje a Evenepoel, al que arrancó la euforia en la letanía de la cumbre jienense, donde se coronó Carapaz, otro ciclista corajudo. En una montaña que canta saetas, Evenepoel susurró su pena, afónico por la persecución. Se desgañitó. En ese territorio hostil, avanzada la segunda semana de carrera, Roglic empujó al límite al belga, que se asoma al precipicio aunque disponga de 1:49 sobre el esloveno. Roglic se comió de un bocado casi un minuto. Dentellada. Evenepoel se quedó en los huesos. Su forro de músculos se deshinchó.
Fue la primera vez que Evenepoel se quedó sin respuesta. Agrietado, desnudo y solo. Él que había impuesto un régimen dictatorial, asistió a la rebelión de Roglic, un rebelde con causa. Quiere ser el mejor de la historia en la Vuelta. El líder sabe que el campeón, que salió del Tour malherido, le acechará sin desmayo en lo que resta de carrera. Crece Roglic y mengua Evenepoel, que no se hundió del todo. Supo gestionar la agonía, pero sube la marea de Roglic. El esloveno es un oleaje bravo.
A Mas también le tumbó el puñetazo de autoridad de Roglic, impulsado por la ballesta de su equipo. El mallorquín se sostuvo hasta que las piernas le bailaron la derrota entre rampas que se alimentaban de hombres. Mas está a 2:43 de Remco, que se salvó de la guillotina. Sierra Nevada, que pespunta este domingo, alimenta el deseo de Roglic, dispuesto a reventar e Evenepoel. En el juicio de La Pandera también padecieron Carlos Rodríguez y Juan Ayuso, pero resistieron entre los mejores.
FUGA DE NIVEL
Con el viento de cola hacia el mar de olivos de Jaén, un gran tinaja de aceite, se fraguó la fuga después de un arranque tan veloz como caótico que zarandeó a unos y otros. En ese balanceo, se apuró Ayuso, a contrapié, hasta que se cosieron las grietas. Urgente el día, el sol blanco, de aluminio, capaz de lacerar, en la escapada se arrullaron una decena de dorsales con Champoussin, Lutsenko, Luisle, Armirail, Carapaz, Conca, Brenner, Elissonde, Pedersen y García Pierna. Carapaz era el más ilustre en un paisaje de aceite, calor intenso y ciclismo antiguo.
Asfalto añejo, de escasa inversión y gran memoria. En Los Villares, el calentamiento de segunda categoría antes de enfocar, borrosa la vista, La Pandera, descubierta para la Vuelta hace veinte años, algunos en la fuga esperaban una carambola ganadora. La de Carapaz. En la fuga hubo criba. La supervivencia como eje. Unos, a flote y otros, hundidos. El ciclismo siempre abraza la gloria y la miseria en el mismo colchón.
PASO AL FRENTE DEL JUMBO
Los olivos, vigilantes, centinelas del sufrimiento, no daban cobijo en una carretera revirada que estrujaba los cuerpos. Ni una sombra que llevarse a la boca. Festoneaban la carretera vetusta, decrépita, hirviente el asfalto. La Pandera era un viaje en el tiempo. Al pasado. Avejentaba los rostros, apolillaba las piernas. Los pulmones, suplicando por el frescor, inexistente, una quimera. Cada avance era una aproximación a la vejez. El Jumbo dio un paso al frente. Pretendían acalorar La Pandera y aislar a Evenepoel.
El último trago antes de de colarse en las fauces del infierno. Luisle, Champoussin y Carapaz abrieron la expedición por delante. Entre los favoritos afilaron los codos para encontrar el mejor ángulo posible al padecimiento. Si va a doler, que sea lo menos posible. La carretera, picada con la viruela de la dejadez, de lija, mordisqueaba. Las bicis, tan ligero el carbono, se forraron de plomo. Un paisaje claustrofóbico. Un calvario. Cada uno, con su cruz.
ROGLIC, A POR TODAS
Harper, el sherpa de Roglic, incendió la subida. Maillots abiertos en una cuesta cerrada, asfixiante. Un paredón sin vida. Una montaña pelada, rasurada cuanto más alta. Desazón y desesperanza. Una visión lunar. Ni las vistas aliviaban. Roglic, campeón de punta a punta, alzó la voz.
Evenepoel se quedó sin voz. De repente solo. Mudo. Por vez primera viendo la carrera desde atrás. Las peores vistas para un líder. El físico, deshilachado, y la moral reptando por el suelo gris, quebrado. Grietas en el belga.
Roglic, el indomable, el campeón que siempre se levanta después de las tundas más duras, encabezó el motín. La roca eslovena le apedreó. A Evenepoel la montaña se le cayó encima a pedazos. Crisis. El arranque de Roglic lo remontó Mas, saltarín, en la cordada con Miguel Ángel López. Ayuso pinchó. Se rehizo a tiempo.
MAS NO PUEDE
Roglic estaba de Vuelta. Campeón infatigable. El esloveno solo miró para atrás un instante. Acuchilló a Evenepoel, estresado. Todos le dejaron. Al rincón de pensar. La Pandera era una arista, una vertical abierta al viento y a la ambición del esloveno, una bendición para la Vuelta.
Por delante, Carapaz, otro corredor que honra al ciclismo a través del discurso de la valentía, se erizó. Después de tomar Peñas Blanca, quería conquistar La Pandera. Como esa canción de Leonard Cohen que habla de Manhattan y de Berlín. Apretaba el calor y golpeaban las rampas. La maldita ley de la gravedad que agarraba las voluntades.
HAY VUELTA
En cuestas imposibles, con los ojos clavados en la nada, Roglic buscaba el todo. Mas soportó la tortura hasta que se quedó en un limbo, atravesado por la escasez. Se cebó. Demasiados vatios. Se le saltaron los plomos. Se fijaron las distancias entre el campeón de las tres últimas Vueltas y el hombre que aspira a ese trono. Un minuto. Evenepoel se puso al rojo vivo. Al límite. Hay Vuelta. Está viva. La reanimó Roglic. Boca a boca.
El esloveno quitó el aire a Evenepoel, que boqueó pero resistió. Al esloveno se le escapó la victoria, que festejó Carapaz. Llegó acompañado de Superman López. Roglic también tiene capa. Cargó medio minuto sobre Mas y 50 segundos con Evenepoel, sufriente. A ese estado de alarma le arrastró Roglic, el campeón que no cesa. Roglic agobia a Evenepoel en la Vuelta.