El Col des Glières es la gárgola que remataba la decoración del catedralicio Dauphiné. El lugar de encuentro en el que opositar antes del Tour si uno no es Pogacar, que desechó la opción para pintar su vida de rosa en el Giro y ahora prepara la Grande Boucle rastreando el final en Isola 2000, una de las cumbres que esperan en julio, o Vingegaard, aislado de la competición en Tignes para enfocar la ronda gala con nitidez después de la tremenda caída en la Itzulia, que le alteró el paso y le estropeó el calendario.
En esa misma escena estuvo Primoz Roglic, que retornaba en la carrera francesa. Después de dos meses sin competir, superviviente de la Itzulia, el esloveno celebró su regreso con la conquista del Dauphiné en una final repleto de suspense. Un thriller. Frenético.
“Es una victoria maravillosa. Pero el Dauphiné no es el Tour. Solo quiero disfrutar de este momento porque no todos los días se gana una carrera así”, dijo a modo de reflexión después de un cierre angustioso, agobiado por Matteo Jorgenson, que arrastró por la incertidumbre a Roglic, y Carlos Rodríguez, que abrochó la carrera con la celebración en la montaña.
Ocho segundos para ganar
Ocho segundos rescataron al esloveno, que amaneció silbando tras un par de exhibiciones y un minuto de ventaja en el macuto amarillo. Tuvo que tirar de las migas de la despensa el esloveno para vencer.
El último acto, en el que mostró poros de debilidad, fijan ciertas dudas de cara al Tour, pero también certifican la capacidad competitiva desarrollada por el esloveno. Con todo, necesita afinar su propuesta para medirse a Pogacar o Vingegaard.
Roglic, de mudanza en el Bora después de la gloria estatificada en el Jumbo (acumuló tres Vueltas y un Giro entre otros enormes logros), revisitó el Dauphiné con el instinto de siempre. Es un ganador nato.
En realidad, el esloveno cambió de equipo, costumbres y modos, pero mantiene, intacta, su voracidad. Es un campeón excelso que nunca se rinde. Probablemente esa sea su mejor cualidad. Es un virtuoso del empeño y de la lucha. Lázaro.
En el Tour de 2020, cuando la corona era suya se la arrebató en una crono lisérgica Pogacar. Cualquier otro, hubiera dimitido camuflado en la coartada del drama y la tragedia de las derrotas dolorosas. Roglic es un deportista y asume que la victoria y la derrota están muy hermanadas.
Se reconstruyó a tiempo y conquistó la Vuelta. Redención. Después siguió su camino. Abrazó muchos logros, aunque el Tour aún le es esquivo. Roglic no se entrega. Ese carácter, esa mentalidad, le sitúa entre los mejores.
La resistencia y la perseverancia le concedieron el Dauphiné, el segundo de su palmarés, tras una defensa al límite, en el sótano. Aunque grogui, no besó la lona. Suma 84 victorias en su vitrina tras las dos etapas y la general del Dauphiné.
El esloveno se paseó por el abismo en la ascensión al Col des Glières (9, 4 kilómetros al 7,1% de pendiente media), donde el filo de la derrota a punto estuvo de guillotinarle. En la cima de la montaña, una escultura recuerda la resistencia francesa frente a los nazis.
El espíritu de soportar el dolor, de continuar adelante, de perseverar a pesar de la presión de verse por detrás de Carlos Rodríguez y Jorgenson, le mantuvieron de pie. Se tambaleó el esloveno, en precario equilibrio, cuando se encorajinó el Ineos, al asalto de De Plus, la catapulta de Carlos Rodríguez. Con ellos volaron Jorgenson y Gee.
Evenepoel, de nuevo descolgado
Nada hacia presagiar eso, pero a Roglic, aislado, sin el báculo de Vlasov, se le torció el gesto. Su caminar firme de las anteriores dos jornadas, balbuceó inopinadamente. Dejó ver varias grietas el marmóreo esloveno. Evenepoel, otra vez, penó en la montaña a pesar de contar con la guía de Mikel Landa. Necesitará mejorar en ese ecosistema para competir en el Tour.
Jorgenson y Carlos Rodríguez se percataron de la debilidad del esloveno y entusiasmaron el ritmo. El diapasón de Roglic era otro, más fatigoso y quebradizo. Acalorado, el agobio pintándole la piel, el rostro giraba al hacia el poema después de observar cómo aquellos dorsales que veía y después intuía, eran pura imaginación. Comenzó la cuenta atrás.
Ambiciosos Jorgenson y Rodríguez
Carlos Rodríguez y Jorgenson se retroalimentaban. Roglic buscaba refugio en Ciccone. El italiano no podía arroparle. El escalofrío de la soledad y la derrota festoneaban al esloveno. Le merodeaban.
En la lejanía, campanas de réquiem. Logró ahogar su sonido Roglic, con la expresión de El Grito de Munch sobre la cima. Aliviado, tras escapar de la derrota, festejó una gran victoria.
Carlos Rodríguez, sereno el rostro, sumó otro gran logro camino del Tour. Lejos del histrionismo y la pose, sólido, siempre creciente, el granadino cerró el Dauphiné a un dedo del podio. Jorgenson, uno de los alfiles de Vingegaard, y Derek Gee se colaron en la orla definitiva. El norteamericano conquistó la París-Niza con anterioridad. Continúa progresando.
Extraordinario Oier Lazkano
En ese lenguaje de mejoría extraordinaria se expresa Oier Lazkano, fantástico una vez más el gasteiztarra. Noveno en la general después de mostrar grandes prestaciones en la crono y las montañas.
En el Dauphiné firmó un cuarto y dos quintos. Su curso es impecable. Fuerte en el presente, se le antoja un sensacional futuro El próximo año, Lazkano anidará en el equipo del esloveno. Roglic salva el Dauphiné.
Critérium du Dauphiné
Octava y última etapa
1º Carlos Rodríguez (Ineos) 4h 18:02
2º Matteo Jorgenson (Visma) m.t.
3º Derek Gee (Israel) a 15
6º Primoz Roglic (Bora) 48
10º Mikel Landa (Soudal) 1:10
11º Oier Lazkano (Movistar) 1:22
General final
1º Primoz Roglic (Bora) 25h 35:40
2º Matteo Jorgenson (Visma) a 8
3º Derek Gee (Israel) 36
4º Carlos Rodríguez (Ineos) 1:00
7º Remco Evenepoel (Soudal) 2:25
9º Oier Lazkano (Movistar) 2:54
10º Mikel Landa (Soudal) 4:13