La distancia Roglic, ese lugar desde el que el esloveno apunta al objetivo y lo recorre a todo velocidad para juguetear con un saludo victorioso, enmarcó su jefatura en el Col del Turini, la cúspide la París-Niza. La carrera del sol se pliega este domingo. Roglic la acaricia tras otro laurel en su palmarés. En un puerto que remite al Rally de Montecarlo, el esloveno fue un bólido para resaltar su jerarquía. Conquistó la cumbre por delante de Daniel Martínez y Simon Yates, los dorsales que indagan la pista de Roglic, que anidó su triunfo 62 desde que dejará los saltos de esquí.
En un ambiente similar, presente la nieve en los márgenes del Turini, Roglic gestionó la ascensión con frialdad. Es un eficiente contable. Viaja con un ábaco para hacer las cuentas. No se alteró Roglic a pesar de estar rodeado porque siempre le espera su distancia como una amante. Se sabía el más poderoso el esloveno y aguardó a su momento, a ese esprint demoledor, a esos 200 metros que le teletransportaron a la corona para subrayar el liderato de la París-Niza. "No se puede hacer nada contra Roglic", asumió Simon Yates. El inglés pierde 47 segundos con Roglic. El colombiano, un minuto.
Antes de los 200 metros, Roglic estaba sitiado por Adam Yates, Nairo Quintana, Daniel Martínez y Simon Yates en las tripas del Turini. Sin sherpas a su lado, el esloveno dejó los sacos terreros cuando restaban 6 kilómetros para la azotea del Turini. Salió de la trinchera con un fogonazo. Su fortaleza era ofensiva. La mejor defensa es un ataque. Se sacudió a todos salvo a Martínez, que se encaramó a su rueda. Roglic respiró calma. El tempo era suyo.
Dirigía la subida con la batuta de la solidez. Se despreocupó Roglic del resto. Martínez y el esloveno compartieron sidecar corriente arriba. A su espalda, a un puñado de segundos, jadeaban los gemelos Yates, más danzarín Simon que Adam, aplomado. A Quintana tampoco le sobraba nada. Compartían migas. El viaje del líder y el colombiano duró lo suficiente como para atemperar la ascensión. Se desprendió Adam Yates y conectaron Simon y Quintana con el dúo.
LOS INTENTOS DE SIMON YATES
El inglés, inquieto, tensó con su claqué. Roglic, una roca, no tiene poros y menos aún grietas. El esloveno apagó a Simon en unas pedaladas serenas y firmes. No se conformó el inglés, que apenas se sentó. Se erizó nuevamente. Roglic le arrancó las púas. Un peluche para el esloveno. Quintana se soportaba cómo podía. En el límite. Sin asidero. Las miradas se cruzaron entre ellos y el insistente e irreductible Almeida enlazó con las uñas con el grupo. Al portugués le apretaba la asfixia. Otro descarte.
Comenzó la cuenta de atrás de metros como si un cohete fuera a lanzarse al espacio desde Cabo Cañaveral. La lanzadera era una carretera. La turbina, las piernas de Roglic. El esloveno reaccionó a la aceleración de Simon Yates con esa pose de felino dispuesto a la captura. Imparable. Rebasó a Yates por dentro, cerca de las vallas, y mantuvo ese reprís, inabordable para Martínez y Yates, que le perdieron en el plano ideado por Roglic, en su distancia. En su punto de fuga. Roglic se afianza en el Turini.