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Bizkaia

Rubén Rámila, el arte de disfrutar de un cuadro teniendo discapacidad visual

Rubén Rámilla estuvo en la apertura de la Bilbao Bizkaia Design Week para realizar una acción en torno a la accesibilidad del arte para las personas ciegas
Rubén Rámila, educador social y antropólogo especializado en ciencias sensoriales.
Rubén Rámila, educador social y antropólogo especializado en ciencias sensoriales.

Rubén Rámila perdió la vista cuando rondaba la veintena. Esta condición, sin embargo, impulsó a este educador social y antropólogo a comenzar a desarrollar recursos para que el arte, una de sus grandes pasiones, pueda ser disfrutado por las personas con discapacidad visual a través de otros sentidos. En ocasiones, dice, percibir a través de otras vías puede ser “muy enriquecedor”. De esto habló con DEIA con motivo de su participación, este jueves, en la gala inaugural de la octava edición de Bilbao Bizkaia Design Week.

Gran parte de su trabajo se basa en el diseño de recursos para que el arte sea accesible para las personas con discapacidad visual. ¿Por qué decidió enfocarse en este ámbito? ¿Cuándo lo hizo?

Supongo que por mi afición a la cultura y el arte. Siempre me ha interesado mucho este ámbito y, en el proceso de pérdida de la visión, cuando me ubiqué en mi nueva situación sensorial, me fui dando cuenta de que hay ámbitos que son menos accesibles que otros. Descubrí que el tema del arte era muy visual, muy poco accesible para las personas con discapacidad o pérdida de visión. Entonces, comencé a interesarme en cómo llevar ese mundo a las personas que, como yo, tienen algún tipo de discapacidad visual. 

¿Por qué perdió usted la visión? 

Por una enfermedad que tengo desde niño, un tumor en las retinas que se supone que es hereditario, pero en mi familia no se conoce ningún caso como el mío. Esto derivó en otros problemas. 

¿A través de qué proceso o técnica puede una persona con discapacidad visual disfrutar, por ejemplo, de una obra pictórica? 

Este es un mundo que aún está en desarrollo. Yo colaboro con una empresa de Bizkaia, Estudios Duero, que está en el Parque Tecnológico de Zamudio. A través de unas técnicas de impresión en relieve, crean reproducciones a volumen con diferentes texturas por encargo que interesan a diferentes museos. En todo este proceso hay una parte informática, que abarca lo que es la impresión en sí misma, y otra más sensorial, de la que nos encargamos dos personas con problemas de visión. Fundamentalmente, asesoramos a los primeros sobre qué texturas son más recomendables en las diferentes partes de un cuadro. Por ejemplo, si se trata de un retrato pues lógicamente la parte del rostro tendrá que ser mucho más suave que el pelo que se intenta reproducir. También realizamos una especie de recorrido táctil para que la persona que vaya a tocar una obra en relieve no se pierda en la experiencia, que es muy enriquecedora. 

¿Y qué papel juegan los cuatro sentidos restantes en todo este proceso? 

Siempre digo que la vista es el sentido más tirano. Pero, aunque la mayoría de la información que recibimos es visual, no quiere decir que no podamos percibir a través de los otros sentidos. Pueden jugar un papel muy importante, crear una experiencia holística no solo para las personas que no ven, también para el resto. Todos los sentidos están relacionados. Aunque a veces los separemos para intentar trabajarlos por separado, se retroalimentan entre sí. 

Viajó al sur de Chile para colaborar en un proyecto de accesibilidad a la cultura para ayudar a las personas con ceguera o discapacidad visual de la etnia mapuche. ¿Cómo describiría esta experiencia?

Como algo muy potente, muy enriquecedor. Se trató de un proyecto integral que quería poner en valor la cultura mapuche que, por diferentes circunstancias de maltrato o discriminación, estaba perdiéndose, sobre todo, entre las nuevas generaciones. En aquel momento estaban perdiendo el respeto por su propia cultura por asociarla a algo negativo, a las dificultades que entraña ser mapuche en Chile. La misma ONG que comandó este proyecto tenía otros en marcha en África, pero a mí me interesó éste porque había un núcleo, no muy grande, de personas con discapacidad visual. Y si en las sociedades europeas tenemos más dificultades que los demás para acceder a la cultura, en una comunidad en condiciones de pobreza éstas se acentúan. 

¿Y qué saberes recogió de estas personas?

Fue una gran cura de humildad. Aquí creemos que lo sabemos todo y vamos allí pensando que nosotros somos lo que sabemos, pero, al final, son ellos quienes acaban enseñándote mil y una lecciones a ti. 

Volvamos a Bilbao. Hace aproximadamente un año, en colaboración con la Asociación de Comerciantes del Casco Viejo, organizó un tour por los comercios de la zona en el que los participantes se convirtieron en invidentes por unas horas. ¿Qué aprendieron estas personas? 

Espero que, al menos, se acercaran un poquito a la forma que tenemos de percibir el mundo las personas que no vemos y, sobre todo, que lo hicieran de una manera lúdica, divertida. Y es que hay otra manera de percibir el entorno que es igual de válida. A veces, incluso se perciben más cosas de las que, a priori, te das cuenta. Por ejemplo, cuando vas a una frutería, aprendes a identificar qué es ese lugar a través del olfato, oliendo los cítricos que tienen expuestos. Cuando quieres ir a una cafetería, desarrollas más el oído y aprendes a identificar el tintineo de las cucharillas impactando contra las tazas, el bullicio o el ajetreo. 

Y, usted, ¿Cómo valora esta propuesta? ¿Cree que sería posible reeditarla? 

¡Sí! Ya lo planteé en su día. La valoro muy positivamente y creo, además, que tiene muchas posibilidades, incluso a nivel turístico. Puede ser una forma diferente de descubrir el Casco Viejo para las personas que acuden a visitarlo. 

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2022-11-21T07:56:03+01:00
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