Si escuchas la palabra reduflación seguramente no te sugerirá nada. Sin embargo, es un término más presente en nuestra vida de lo que muchos puedan pensar.
Desde hace unos años hemos percibido, no con poco enfado, que muchos de los productos envasados que son habituales en nuestra cesta de la compra han cambiado su envase por uno más pequeño o contienen menos cantidad de producto, pero, sin embargo, siguen costando lo mismo o incluso más.
A este fenómeno, una estrategia de marketing que aplican las empresas y que relaciona directamente los conceptos de cantidad y precio, se le bautizó en el mundo anglosajón como shrinkflation. Por su parte, los expertos lo han traducido como reduflación, haciendo una mix entre reducción e inflación.
En realidad, se trata de una subida de precios encubierta, un engaño para el consumidor, ya que en la mayoría de los casos controlamos el precio del producto que adquirimos, pero no su peso. Podemos saber que una bolsa de patatas fritas cuesta 1,40 euros, pero no notaremos si en vez de los 160 gramos habituales pesa 120 gramos.
Chocolate, turrón, helados, snaks, latas de legumbre, de atún, productos de limpieza... nada escapa a esta artimaña de los fabricantes para mantener sus márgenes de beneficio. La pérdida de poder adquisitivo de los consumidores y el aumento de los costes de producción son dos de las principales causas.
La BBC ya hablaba en 2018 de shrinkflation, algo muy evidente en dulces y chocolates. De hecho, durante varios años analizó productos de 19 fabricantes y llegó a la conclusión de que todos menos uno habían visto reducida su cantidad. Además, esa reducción no se acompañaba de una bajada de precio. Solo se hizo en 9 de los productos analizados y ni siquiera fue de forma proporcional a la reducción de contenido.
Las marcas justifican su estrategia en la equiparación de los procesos de producción, el encarecimiento en los precios de importación de las materias primas y en los costes del transporte o de la mano de obra. También la justifican en su preocupación por la salud del consumidor al asegurar que ofrecen menos cantidad del producto porque han reducido la cantidad de azúcar o han eliminado ingredientes perjudiciales para la salud.
En definitiva, muchas veces pagamos aire a precio de patatas, agua con conservante a precio de lentejas o plástico a precio de turrón. Y los consumidores, cada vez más indignados por una práctica que, aunque sea legal, no deja de ser deshonesta con el que paga.