La ciudad de Salta, con su pasado millón y medio de habitantes, está al norte de Argentina, a 1.600 kilómetros de Buenos Aires y a escasos de la frontera con Chile, Bolivia y Paraguay.
Esta lejanía de la zona porteña hace que sea una de las menos conocidas del país de los gauchos. Es tierra de calchaquís, y de grandes músicos y poetas que supieron fraguar un riquísimo folklore.
El buen tiempo está casi asegurado y sus alrededores ofrecen unos paisajes fuera de lo común con la presencia de un desierto pleno de sorpresas. Aquí está el Cerro de los Siete Colores y esa quebrada de Humahuaca, donde la naturaleza ha obrado un milagro con las formas y el colorido.
Hoy en día los salteños están orgullosos del suelo que pisan, de sus salinas, del paisaje agreste y salvaje que les rodea, de los vinos que se cosechan en Cafayate y, sobre todo, de la tranquilidad que se respira. Basta tomarte un mate en la Plaza del 9 de Julio y mirar a tu alrededor. Desde su fundación en 1582, éste es el centro neurálgico de la ciudad.
Aquí están las principales cafeterías y comercios de la ciudad, pero, sobre todo, es el punto de partida para llegar al Museo Arqueológico de Alta Montaña.
La historia que se cuenta es la de unos deportistas que ascendieron hasta el cráter del volcán Llullaillaco, en la cordillera andina, y se encontraron con las momias de tres personas de corta edad. La mayor correspondía a una joven de 15 años y las menores a una niña de 6 años y a un niño de 7.
Parecían estar adormilados o, por el lugar, ateridos de frío, a una temperatura de 37 grados bajo cero. Ésta fue la razón por la que los cuerpos embalsamados se encontraban en perfecto estado de conservación.
En el libro Guinness
Un primer análisis determinó que habían fallecido unos cinco siglos antes. Es decir, en la época precolombina.
Era la primera vez que se producía un hallazgo de esta importancia, si bien siempre se ha considerado que la cordillera andina encierra aún muchos misterios relacionados con ritos, principalmente sacrificios humanos, que las tribus primitivas llevaban a cabo para tratar de apaciguar la fuerza destructiva de los volcanes cuando presentaban señales de erupción.
La posibilidad de que éste fuera uno de esos casos se contempló en los estudios llevados a cabo en Salta por los expertos Johann Reinhard, estadounidense de origen austriaco y perfecto conocedor de la cultura andina, y Constanza Ceruti, una antropóloga y arqueóloga muy acreditada especializada en alta montaña.
El Libro de los Récords Guinness ha calificado a estas momias como las mejor conservadas del mundo.
Este museo, creado expresamente para mantenerlas en condiciones similares a las que tuvieron durante 500 años, ha pasado a primer plano de la curiosidad turística mundial junto a Buenos Aires, las cataratas de Iguazú, Bariloche, la Pampa gaucha o la Patagonia atlántica, por sólo señalar las zonas más típicas del país sudamericano.
Salta: “¿Pasa algo por ahí fuera?”
La ciudad de Salta descansa al pie del cerro de San Bernardo, a una altura de 1.152 metros sobre el nivel del mar y a 1.605 kilómetros de Buenos Aires. Los salteños no sólo presumen de su suelo, sino también de su cielo, ya que en su territorio está buena parte de los más importantes telescopios que escudriñan los astros.
A otro nivel, hay dos observatorios excepcionales para ver la city, el mirador de San Bernardo al que se puede acceder en teleférico, y las terrazas inmediatas a la catedral, uno de los templos más bellos de Argentina. La noche pertenece a la calle Balcarce que concentra un especial ambientillo, con locales de música regional y restaurantes que rivalizan a la hora de ofrecer los mejores platos de la cocina salteña.
En la calle Córdoba 40, por ejemplo, está uno de sus templos gastronómicos imprescindibles, el restaurante Doña Salta, con fama de cocinar las mejores empanadillas del país. Inmejorables, sobre todo si se acompañan del Torrontés, un excelente vino de Cafayate.
Cambio mi con leche habitual por el mate del país y observo el ir y venir de la gente frente a la catedral. “¿Sabe usted que la costumbre de tomar mate en Argentina nació aquí, en Salta?”, me pregunta un salteño desde una mesa próxima.
Sin esperar respuesta ya se acerca arrastrando su silla. “Es una especie de vicio saludable que nos estimula y anima a conversar. Los porteños han perdido este hábito y así están ellos”, añade justificándose.
Suena la voz de Atahualpa Yupanqui, todo un ídolo en estas tierras. Y me dejo seducir por la letra de sus poemas. ¿Quién no recuerda aquello de “Caminito del indio, sendero sembrado de piedras; caminito del indio, que junta el valle con las estrellas…”.
El gran bardo argentino, hijo de un criollo y de una vasca, aseguraba que el folklore argentino tiene su cuna en estas tierras del norte, donde situó algunas de sus canciones inolvidables.
Sabía llegar al corazón con historias sencillas, muchas de ellas logradas en el altiplano, donde nacieron “los ejes de mi carreta”. La milonga, creada a principios de la década de los años 1960, dio la vuelta al mundo en defensa de la libertad personal: “Porque no engraso los ejes / Me llaman abandonao. / Si a mí me gusta que suenen / pa qué los quiero engrasar”.
Huellas del pasado
“¿Conoce el Convento de San Bernardo? Es el edificio más antiguo de la ciudad y hoy es nuestra principal joya arquitectónica gracias al buen cuidado de las hermanas Carmelitas Descalzas. Estas monjas de clausura han conseguido que su edificio haya sido considerado Monumento Histórico Nacional desde 1941”, insiste el salteño.
El cenobio tiene su origen en una ermita consagrada al mismo santo que se levantó en el mismo lugar a finales del siglo XVI. A su costado se edificó entre 1782 y 1784 el Hospital de San Andrés, pero la falta de cuidado llevó a la ruina a ambas construcciones en poco menos de treinta años. Fue en 1844 cuando la Orden del Carmelo se hizo con el conjunto para fijar allí su sede.
Se modificó la parte frontal de la iglesia y se la dotó, entre otros elementos decorativos, de una hornacina para la imagen de Santa Teresa de Jesús. Con todo, lo que más me ha llamado la atención es la enorme puerta de acceso tallada a mano en madera de cedro donde figura grabado el año en que se hizo la obra.
La virgen que lloró
Desde el teleférico se distingue perfectamente la esbelta torre de la iglesia de San Francisco, ejemplo perfecto de la importancia que tuvieron los misioneros no sólo como evangelizadores de la zona, sino también como fundadores de ciudades aglutinadoras de tribus, que está documentado en los legados que guarda el Museo Sacro.
Los salteños tienen una gran veneración por este templo. Cada 13 de septiembre parte del mismo una multitudinaria procesión en honor de los santos patrones de la ciudad, San Felipe y Santiago Apóstol. Sin embargo, a nivel popular, lo que más llama la atención en la comitiva es el cuadro de la Virgen de las Lágrimas.
Dice una leyenda salteña que la imagen contenida en ese lienzo lloró un día del pasado en el que el suelo de la ciudad empezó a temblar. Desde entonces tiene toda una legión de devotos.
Junto a las modernas construcciones quedan notables testigos de la arquitectura colonial, como la Casa de Hernández, el Cabildo, la Casa de Arias Rengel… y otros pertenecientes al patrimonio calchaquí.
Este fenómeno ha sido cantado por poetas locales como Raúl Aráoz Anzoátegui, Joaquín Castellanos, pero muy especialmente y a nivel popular por Juan Carlos Dávalos, narrador y ensayista, cuyo libro Salta, su alma y sus paisajes es la Biblia de los salteños por reflejar maravillosamente la vida y los personajes típicos del lugar.