Resumen de lo publicado. Irati y Ernst aguardan el momento de ejecutar su bien planeada acción de reivindicación ambiental en el Museo de Navarra, donde se incautarán del Retrato del Marqués de San Adrián de Goya. Para pasar inadvertidos hasta que llegue la noche patean la calle, acuden al Chupinazo, se juntan con un grupo de australianos, compatriotas de Ernst, beben, comen y bailan como cualquier guiri en sanfermines. Se lo están pasando en grande y apenas se acuerdan de la misión que tienen que cumplir. Tan a gusto están que, como otra pareja cualquiera que disfruta de la fiesta, con la caída del sol acaban besándose. No te pierdas el relato anterior.
(*) hoy escribe... Tadea Lizarbe. Terapeuta ocupacional, exjugadora profesional de baloncesto. Con su opera prima, ‘Comiendo sonrisas a sola’s, quedó finalista del Premio Planeta 2014.’La ordenada vida del doctor Alarcón’ y ‘Marionetas sin hilos’ fueron sus siguientes novelas.
Irati besó a Ernst un 6 de julio de 2022. Irati y Ernst tenían previsto un robo para el 6 de julio de 2022.
El 7 de julio de 2022 amaneció sin robo, pero con un montón de besos.
La habitación del Hotel Maisonnave en la que despertaron estaba repleta de motitas de polvo blanco que el sol hacía brillar. Irati fue la primera en abrir los ojos y observar el desorden de su alrededor. Y la mesita de noche rota, y la ventana abierta de par en par y con las cortinas cedidas, y la cama impoluta. La mesita de noche se rompió cuando él la colocó sobre ella para hacerle el amor. La ventana estaba abierta porque ella le explicó que no necesitaba intimidad para expresar su pasión. Las cortinas estaban cedidas porque ella las sujetó con ansia contenida mientras Ernest la empujaba contra el alféizar. Y la cama estaba impoluta porque habían hecho el amor en el suelo. Vaya, que no necesitaron la cama y esta la observaba desde las alturas con resentimiento. Se creía útil para este tipo de cuestiones. Pero no en el caso de Irati y Ernst. Irati le sacó la lengua.
Ernst se despertó unos pocos minutos más tarde y observó el desorden de su alrededor. Y la rosa de plástico que descansaba sobre la mesita, y la puerta entreabierta del baño, y las sábanas que ahora resbalaban por el cuerpo de Irati. La rosa de plástico se la compró en un acto romántico la noche anterior. La puerta del baño estaba entreabierta porque colocó a Irati frente al espejo para decirle lo hermosa que era. Y las sábanas arrullaban el cuerpo de aquella mujer porque, tras hacer el amor en el suelo, él la había envuelto con ellas. La cama lo observaba desde las alturas con resentimiento. Se creía útil para este tipo de cuestiones. Pero no en el caso de Irati y Ernst. Ernst se excusó con un gesto, la ignoró y se dirigió a Irati:
—Anoche me robaste un beso.
—Y por eso mismo no robamos un cuadro —. Irati se tumbó en el suelo con un resoplido. Aunque inmediatamente después le regaló una mirada pícara.
—Somos los peores ecologistas del planeta.
Irati y Ernst habían llegado a Pamplona decididos a robar el Retrato del Marqués de San Adrián, hecho por el mismísimo Goya y que descansaba en el mismísimo Museo de Navarra. El robo no perseguía un objetivo tan insulso como la riqueza, lo que Irati y Ernst deseaban era llamar la atención de los medios en un secuestro que pedía medidas ecológicas a cambio del rehén.
—Sí, tú y yo merecemos la extinción. Esa será muestra aportación al planeta.
Irati soltó una hermosa carcajada, admirada por la perspicacia de Ernst.
—¿Crees que podríamos intentarlo de nuevo hoy?— preguntó.
—¿Robar el cuadro? Solo si los sanfermines nos lo permiten— respondió él con preocupación. Irati tampoco se lo tomó a broma, había vivido el 6 de julio en sus carnes.
Así que, antes de que salieran de la habitación, tras debatir extensamente el nuevo plan, la cama les advirtió: “Me habéis ignorado a mí, pero no podréis hacerlo con las fiestas de mi ciudad”.
Antes de nada debían asegurarse de que las medidas que adoptaron el 5 de julio para facilitar su acceso al museo se mantenían. Pero llegado el momento de acercarse al edificio, a las ocho de la mañana, los sanfermines se defendieron del robo colocando una muralla de barras de madera:
—¡El encierro!— gritó Irati sin poder creer en su ineptitud a la hora de organizar el plan.
—No, señorita— le dijo un hombre a su derecha—. No solo es el encierro, ¡es el primer encierro!
Irati y Ernst se vieron rodeados por una multitud, envueltos en posibles testigos, acorralados. Las tejas de las casas de la plaza del Ayuntamiento de Pamplona se rieron de ellos.
—¿Crees que…? —Ernst no sabía cómo terminar la pregunta. Es-taban a punto de ejecutar un elaborado plan de robo y a él solo le apetecía…
—¿Que podemos esperar un poco y asomarnos a ver el encierro?— Solo le apetecía lo mismo que a Irati.
Mientras la pareja intentaba asomarse por alguna rendija desocupada para presenciar la arriesgada carrera, las tejas de las casas de la plaza del Ayuntamiento, que vistas desde el aire parecían escamas en movimiento, recorrieron la ciudad para hacer correr la voz de los planes de robo de la pareja. Así que el aire se acercó a escucharlas. Comprendió el riesgo que corría la ciudad, y contraatacó cambiando la dirección del viento y llevando un dulce aroma hasta las células olfativas de Irati y Ernst.
—¿A qué huele?— observó Irati.
—Huele a infancia…
—Huele a buen temple.
—¡Chocolate!
—¡Churros!
—¿Crees que…?— Ernst no sabía cómo terminar la pregunta. Estaban a punto de ejecutar un elaborado plan de robo y a él solo le apetecía…
—¿Que nos merecemos desayunar un chocolate con churros?— Solo le apetecía lo mismo que a Irati.
El aroma impulsado por el aire les dirigió hacia la calle Mercaderes y siguió su camino hasta Churrería La Mañueta, un establecimiento que prometía todo aquello que habían olfateado.
No encontraron sitio dentro, así que se sentaron en el escalón de un portal con el vaso de cartón repleto de chocolate y una docena de churros envueltos en papel grasiento. Degustar fue tan intenso como oler, y los recuerdos fácilmente llegan con estos sentidos:
—¿Crees que lo de anoche fue un error?— preguntó Ernst.
—Centrémonos en el robo del lienzo— Irati revolvió el pelo de Ernst, en un gesto confuso.
En cuanto el aroma a churros identificó que la pareja estaba centrándose de nuevo en su plan, alertó a la ciudad, que sacó sus mayores armas: las vergas. Gustosas aceptaron su labor de proteger a la ciudad y guiaron a la Comparsa de Gigantes y Cabezudos hasta la pareja, permitiendo que Caravinagre hiciera su función. Mientras los niños intentaban llamar su atención, él parecía especialmente interesado en dos ladrones. Entonces, una música solemne anunció que la Procesión acababa de hacer presencia. Algo inimaginable invadió el momento. Algo tan solemne que les hizo bajar las cabezas. Y en ese instante de misticismo, Irati sintió que alguien le dejaba un papel en la mano. Era un sobre. Y Ernst tenía otro igual. l
Continuará... Mañana:
8 de julio. Hemigway, calienta, que sales