Resolvió el Athletic en una noche apoteósica de Oihan Sancet. Su impacto en un duelo de lo más ameno se reveló capital y permitió romper una tendencia peligrosa que empezaba a pesar como una losa en el ánimo, pues estaba comprometiendo seriamente cualquier expectativa positiva. La cita generaba cierto temor, más por la cadena de tropiezos propia que por la entidad del adversario, un Cádiz que vino de cara a San Mamés y salió muy malparado. Aunque amenazó con complicar la existencia a los rojiblancos, el cuadro andaluz acabó roto, al igual que en la primera vuelta recibió cuatro goles y eso que estuvo en superioridad numérica la última media hora. La expulsión de Yuri Berchiche no tuvo influencia que podía suponerse. Para entonces el marcador lucía un 3-1, margen que se antojaba suficiente para garantizar la victoria. En vez de causar problemas en el Athletic, la tarjeta roja del lateral trajo un desbarajuste en las filas amarillas, que encajaron el cuarto, en otra acción fulgurante del hombre del partido.
Valverde optó por recuperar el centro del campo del comienzo de temporada. Desde mediados de octubre no había hecho coincidir en dicha línea al dúo Sancet-Muniain y debió acordarse de la buena racha de resultados que condujo al equipo a la tercera plaza de la clasificación para volver a una fórmula que volvió a funcionar. En especial por culpa de la desatada inspiración de Sancet, omnipresente durante toda la primera mitad. Autor de dos goles, estuvo en todas las llegadas y pudo perfectamente ampliar su cuenta, de no mediar una gran salida del marco de Ledesma. El interior galvanizó el juego colectivo, su soltura en las conducciones y el modo de aparecer en posiciones de remate fue clave para que la afición por fin gozase.
También contribuyó al éxito el valiente planteamiento de Sergio González. Sus hombres salieron a tutear al anfitrión, en vez de encerrarse propusieron un intercambio de golpes poco común para tratarse de un candidato al descenso lejos de su casa. Ello favoreció que hubiese espacios para transitar, metros para correr y situaciones donde la zaga andaluza sufría. Claro que también la defensa rojiblanca tuvo que aplicarse, pues menudearon las aproximaciones y los remates contra Simón. La verdad es que la puesta en escena de ambos conjuntos deparó un espectáculo muy entretenido, pero asimismo un tanto incierto. Los avisos se fueron alternando: abrió fuego Nico Williams, replicaron Bongonda (al lateral de la red) y Escalante (a la madera) y entonces llegó el primer turno de Sancet, que estampó su volea en la red.
No varió el guion. Al Athletic le costaba sujetar como suele, de modo que el empate no sorprendió en demasía. Nació en una gran maniobra de Ocampo, que remontó la línea de fondo tras driblar a De Marcos y sirvió para que Escalante empujase en el área pequeña. La felicidad visitante duró poco más de un suspiro. Sancet rentabilizó una hábil dejada de Raúl García, que siguió a un par de incalificables despejes de los andaluces. A partir de ahí el encuentro tomó otros derroteros, el Cádiz notó el golpe y el Athletic fue elevando sus prestaciones. Se asistió a sus mejores minutos, sin permitir alegrías y percutiendo con fe.
Fruto de ese afán por abrir distancias y rubricar la sentencia, el tercero. A balón parado: templó Muniain y sus compañeros se lanzaron como posesos a buscar la pelota, con los marcadores estáticos. Yeray cabeceó en plancha. Aplacado el inconformismo del Cádiz, la victoria se presumía más que encaminada. Había funcionado la pegada, esa suerte del fútbol que tantos disgustos le cuesta al Athletic. Sin Iñaki Williams y con Raúl García ejerciendo de ariete, con un número inferior de jugadas de ataque, el gol quiso premiar a un grupo que precisó de un rato largo para interpretar correctamente lo que el encuentro reclamaba. Poco a poco entendió que era lo que podía dañar al Cádiz, sin duda quien supo captar su punto débil fue Sancet. Se encargó de aclarar las combinaciones, acelerar las transiciones y culminar. Un servicio completo y pleno de brillantez.